viernes, 20 de abril de 2012

Hundimiento y resurrección de Bram Stoker

Hoy se cumplen 100 años de la entrada a la inmortalidad de Bram Stoker. Entre muchas ficciones interesantes, ensayos de interpretación histórica, su labor en la escena teatral de su tiempo, brilla su obra más reconocida, Drácula (1897), novela a la que debo mucho y que forma ya parte de los clásicos de la literatura universal. La Revista de la Universidad de México, dignamente encabezada por Ignacio Solares, dedica una parte de su número 98 -el de abril de este año- al autor irlandés. La publicación me ofreció el honor de ser parte de este homenaje con un par de escenas de El hombre que fue Drácula, al lado de mi amigo y mentor Vicente Quirarte, quien me dio el permiso para reproducir su tributo a uno de tantos escritores cuya admiración nos hermana. Que lo disfruten.
--
Hundimiento y resurrección de Bram Stoker

Vicente Quirarte

  

…el ingenioso Bram Stoker, quien creó varias impactantes concepciones horroríficas en una serie de novelas cuya pobre técnica tristemente disminuye su efecto real. La madriguera del gusano blanco, sobre una gigantesca entidad primitiva que acecha en la cripta de un viejo castillo,  arruina una magnífica idea debido a un desarrollo casi infantil. La joya de las siete estrellas, que trata acerca de una extraña resurrección egipcia, está escrita con mejor estilo. Pero la mejor de todas es Drácula, que se ha convertido casi en modelo de explotación moderna del temible mito del vampiro. El Conde Drácula, un vampiro, acecha en un horrible castillo de los Cárpatos, pero finalmente emigra a Inglaterra con la intención de poblar el país de otros vampiros. La manera en que un caballero inglés se enfrenta al horror de Drácula, y cómo el mortal plan de dominación es finalmente derrotado, son elementos que se unen para formar una historia que actualmente tiene un lugar justamente ganado en las letras inglesas.
Howard Phillips Lovecraft

Casi la medianoche del domingo 14 de abril de 1912 en el Océano Atlántico. Sobre un mar de  tranquilidad inverosímil, la criatura movible más grande creada por el hombre impactó lateralmente contra un témpano. En diez segundos, ese otro gigante que había tardado siglos para formarse y tres meses en llegar desde Groenlandia a la inesperada cita, hirió de muerte al Titanic. Su rápido, majestuoso y trágico hundimiento en que se pusieron a prueba virtudes y defectos de la especie humana, daba comienzo a una suma de historias que este 2012 alcanzan un siglo de existencia.
Al igual que otros lectores conmocionados por el hecho, Florence Balcombe entró a la habitación de enfermo de su esposo, Bram Stoker, para comunicarle la noticia que habría de ocupar las páginas de los periódicos de un mundo que reducía sus distancias gracias al cable trasatlántico. Los diarios mexicanos, que dedicaban sus titulares a los encarnizados combates entre zapatistas y tropas federales, recibieron la noticia a las 7:15 de la noche del 15 de abril. En su edición del día siguiente, El Imparcial publica en la parte inferior izquierda: “Una inmensa catástrofe marítima llena de luto al mundo entero”. Y el 17, a ocho columnas: “El naufragio del Titanic es el más espantoso que registra la Historia”.
El 20 de abril, una semana después del hundimiento, Bram Stoker se sumergía en otra forma del sueño. El certificado médico proporcionaba tres causas de muerte: “Ataxia locomotora de seis meses, riñón contraído. Fatiga”. Otras versiones dicen que de sífilis terciaria. Si así hubiera sido, la naturaleza hubiera imitado nuevamente al arte. Los enfermos de ese mal veían sus dientes adelgazarse, particularmente los caninos, razón por la cual Stoker hubiera tenido un aspecto físico semejante al monstruo que le concedió, como al Titanic, una forma de inmortalidad.
Así como el discípulo supera y a veces termina por borrar al maestro, las grandes creaciones adquieren vida más autónoma y perdurable que la de su creador. Sucede con Don Quijote, Moby Dick o Frankenstein, y así ocurre en el caso del irlandés Bram Stoker. Autor de casi 16 libros de ficción, biografía, estudios folklóricos e interpretación histórica, la posteridad lo conoce como el autor de Drácula, aunque en el instante de su muerte no lo señalaron así los obituarios. La mayor parte de ellos ensalzaba el noble trabajo llevado a cabo por el ejemplar gerente del Lyceum en beneficio del teatro. El Times trazó una ligera pincelada del Stoker más familiar para sus futuros lectores al subrayar que era “el maestro de una particularmente fantástica y aterradora forma de ficción”.
Del mismo modo en que su contemporáneo Arthur Conan Doyle debe su prestigio a las aventuras de Sherlock Holmes y no a las obras históricas por las cuales quería pasar a la posteridad, la fama de Stoker proviene de haber sido el hombre que escribió Drácula, expresión formulada por uno de sus primeros biógrafos.[1] Desde su publicación en 1897, la novela nunca ha dejado de estar en circulación y se suceden nuevas ediciones. Sin embargo, sólo hasta 1983 abandonaría el terreno marginal de la literatura sensacionalista para ingresar en los clásicos de la Universidad de Oxford.
Abraham Stoker, tercer hijo de una familia de siete hermanos, nació el 8 de noviembre de 1847 en Clontarf, población costera cinco kilómetros al norte de Dublín, y donde el rey Brian Boru se enfrentó y venció a los invasores daneses en 1014. La familia se había trasladado allí para huir de las emanaciones malsanas de la capital irlandesa. De su padre Abraham, servidor público en el castillo de Dublín, el niño Stoker heredaría la mística por el trabajo administrativo y el amor al teatro. De su madre, Charlotte, la tenacidad y la pasión por las tradiciones irlandesas: además de criar una numerosa familia de siete hijos, se dio tiempo para realizar una labor social impresionante: apoyó escuelas para sordomudos, bajo el argumento de que las había en otros países europeos; defendió a las mujeres trabajadoras y el derecho que tenían a ser capacitadas.       
El año de la llegada de Bram al mundo fue en muchos sentidos dramático. Una serie de misteriosas fiebres atacaron a la niñez, y nuestro futuro autor fue uno de los más afectados. Hasta los siete años, permaneció la mayor parte del tiempo en cama, mirando a través de la ventana el mar y los navíos que habrían de desempeñar un papel fundamental en su obra. Por otro lado, escuchaba constantemente hablar sobre dos enemigos que se cernían sobre su país: el cólera y el hambre. El futuro autor de Drácula  nació en medio de una crisis agrícola sin precedentes, circunstancia que llevó a numerosos irlandeses a buscar fortuna en América. Varios de esos emigrantes formarían el Batallón de San Patricio, que combatió y murió del lado mexicano en la guerra contra Estados Unidos, de 1846 a 1847, año este último del nacimiento de Bram.
Sus largas permanencias en cama eran compensadas por leyendas y sucesos reales contados por su madre. Charlotte tenía 14 años cuando atestiguó la epidemia de cólera que diezmó a la población del Oeste de Irlanda. Tales experiencias, que Bram solicitó a su madre por escrito, fueron el germen de su historia “The Invisible Giant” y posteriormente de algunas de las páginas más dramáticas de Drácula.  Las vivencias del cólera deben haber impresionado al niño y después al adulto, que indirectamente las trasladó a su novela mayor. La angustia de la población por vencer a la plaga recuerda la de los personajes de Stoker para enfrentarse al mal inoculado por el vampiro.
La llegada del cólera como una enfermedad letal e imprevisible, el temor anyte ante ese mal que hizo retroceder a la orgullosa Europa en proceso de industrialización a las tinieblas de la Edad Media, traen a la mente la llegada del Demeter, sobre todo en los Nosferatu de  Murnau y Werner Herzog, cuando el velero –siniestramente silencioso en ambas películas- llega a Occidente con su  carga de muerte para fecundar a los fantasmas tangibles del horror:

En los días de mi temprana juventud, el mundo se vio seriamente conmovido ante el terror de una nueva y terrible plaga, la cual iba sembrando desolación en todos aquellos lugares por los que pasaba. Mostraba tal regularidad en sus avances, que la gente podía muy bien decir dónde iba a aparecer luego y hasta casi el día en que era de esperársele…Contribuían a acentuar sus horrores lo extraño y misterioso de su contacto, así como el anhelo del hombre de contar con la experiencia o el conocimiento acerca de su naturaleza, cuando no la mejor forma de resistir sus ataques.

De tal manera, los primeros años de Bram estuvieron marcados por fantasmas  y supersticiones. Pero también por el pasado heroico de la historia irlandesa, en el cual siempre creyó y cuya huella es perceptible en varios de los libros por él escritos. Como si su naturaleza se rebelara contra la debilidad de los primeros años, el Bram que entra en la pubertad alcanza un desarrollo físico impresionante. Ingresa a Trinity College, donde también habrá de estudiar Oscar Wilde, participa en actividades estudiantiles, es un magnífico nadador, un gran caminante, jugador de rugby, y obtiene medallas en historia y composición. Así se describe en su juventud: “Mido seis pies y dos pulgadas…soy feo pero fuerte y determinado y tengo una gran protuberancia encima de las cejas. Tengo una mandíbula sólida, boca grande y labios gruesos, nariz sensitiva y pelo fuerte”.
Comienza a cortejar a Florence Balcombe, considerada por muchos “la mujer más hermosa de su tiempo”. Wilde fue uno de sus pretendientes. Florence eligió finalmente a Bram, por considerar que su talento literario lo llevaría más lejos. La amistad entre Wilde y Stoker fue intensa y duradera. De acuerdo con un testimonio, el primero recibió su visita y su ayuda económica cuando vivía, olvidado de todos y bajo  un nombre falso -Melmoth- en el ajado Hotel Alsace de París, donde moriría en 1900. Casi al mismo tiempo que su relación con Florence, Stoker conoció a otra de las figuras capitales de su vida. Admirador permanente del teatro, comenzó a escribir reseñas. Una de las más entusiastas fue la dedicada al actor Henry Irving (1838-1905), quien quedó gratamente impresionado y quiso conocer al joven. El primer encuentro tuvo lugar en el Hotel Shelbourne de Dublín. Sin saberlo entonces el crítico, daba inicio una vampirización que duraría hasta la muerte del actor. Irving era un hombre de personalidad arrolladora, y su intención era lograr que el teatro fuera tan importante y respetable como el Derecho o la Medicina. Para lograrlo necesitaba a una persona joven, emprendedora y organizada, que pudiera llevar sus asuntos. El candidato ideal era Stoker. Al igual que el futuro Drácula encuentra en Jonathan Harker el vehículo para apoderarse del escenario llamado Inglaterra,  el actor reconoció en el joven a quien podía acompañarlo en su aventura: tener su propio teatro. Stoker fue administrador del célebre Lyceum, secretario fiel, confidente. Había ocasiones en que contestaba hasta cincuenta cartas diarias a los admiradores del maestro. Otra semejanza con la futura ficción: el vampiro ordenará a Harker el contenido de las cartas que debe mandar a sus destinatarios. Escribe no lo que quiere sino aquello a lo que se ve obligado. Es entonces cuando el segundo hace uno de sus descubrimientos más aterradores: el castillo de Drácula es una prisión y Harker es su prisionero.
La anterior es una entre muchas analogías. Florence y Bram contraen finalmente matrimonio. Al anunciar su deseo de ir en viaje de bodas, el todopoderoso se niega. La escena de la vida real evoca otra de Drácula: cuando las tres mujeres que junto con el vampiro habitan el castillo atacan a Harker, aquél las aleja con el grito, revelador y multívoco: “Este hombre me pertenece.”
Una de las representaciones más exitosas de Irving fue la que hizo de Mefistófeles en Fausto de Goethe. Tenía más de 250 actores en escena, efectos especiales y decorados bajo la supervisión personal de Stoker. Lo anterior, aunado al hecho de que el actor principal utilizara un traje rojo para su personaje, hicieron de la obra uno de los grandes acontecimientos del escenario inglés. De las fotografías de semejante representación, se conserva una de Irving en la cual tiene un extraordinario parecido con Bela Lugosi, el actor húngaro que, 19 años tras la muerte de Stoker, y con la supervisión personal de su viuda, habría de personificar a Drácula, primero en la obra teatral y luego en la más conocida versión fílmica dirigida por Tod Browning.
En 1887, Stoker acompaña a Irving en una exitosa gira por Estados Unidos. Al año siguiente, mientras en Londres tienen lugar las actuaciones del asesino de mujeres que firmaba Jack el Destripador, Irving estrena Macbeth, una de sus actuaciones memorables. El papel de Lady Macbeth será desempeñado por Ellen Terry, otra de las grandes figuras del escenario inglés.
Luego de la función, Irving continuaba siendo la figura central: en la parte posterior del teatro Lyceum estaba el Beefsteak Room, donde era obligatorio, para todo caballero que se preciara de serlo, haber estado alguna vez. Fue allí, de acuerdo con la leyenda, donde el profesor Arminius Vambery, de la Universidad de Budapest, reveló a Stoker algunos de los misterios de los vampiros que desde tiempos ancestrales existían en su natal Transilvania, que nuestro autor habría de transformar en emblema de la geografía literaria. Etimológicamente, la palabra significa “tras la selva”. Stoker nunca estuvo allí, pero su capacidad de soñador y de investigador lo llevó a conocer Transilvania con profundidad, sobre todo tras la lectura atenta del libro The Land Beyond the Forest de Emily Gerard. Todo parecía conducir a la novela que pensaba escribir sobre un vampiro, y que inicialmente llevaba el título The Un-Dead. (El No Muerto). Por fortuna, en el último momento su autor tuvo la lucidez para cambiarlo al siniestro y breve nombre propio Drácula, como habría de aparecer en 1897. 
Irving muere en 1905, tras una representación –al igual que Molière- colmado de gloria, pero arruinado económicamente.  Stoker lo veló con una lealtad sólo semejante a la del perro Fussie, el ser que gozaba de los mayores cuidados del gran solitario que fue Irving. Sus restos fueron depositados en la Abadía de Westminster,  espacio que el imperio destina a sus poetas, sus monarcas y sus guerreros. Stoker le sobrevive hasta 1912. Sus últimos años fueron difíciles. Su salud física y económica eran precarias y su temperamento se volvió más melancólico. Después de Drácula escribió otros diez libros. Uno de los más notables, por lo que dice lateralmente sobre su vida y su amo, fue Personal Reminiscences of Henry Irving.
En su libro sobre la vida Bram Stoker, el más actualizado y completo que existe, Barbara Belford[2] propone una lectura psicológica de la novela y la manera cómo el autor proyecta sus obsesiones y personajes. Desde su punto de vista, existen las siguientes correspondencias entre la ficción y la realidad: Drácula sería una representación del omipotente Henry Irving;  Van Helsing, que lleva el mismo nombre del padre de Bram, la figura protectora, sabia y generosa; Lucy Westenra, la belleza y la superficialidad de su esposa, Florence Balcombe; Jonathan Harker, el propio Stoker; Mina Harker, autónoma, pensante, una imagen de Charlotte, madre de Stoker.
Así como Drácula es el arquetipo del vampiro como príncipe de las tinieblas, Van Helsing, su Némesis, su antagonista, reúne las características completas del cazador de vampiros: sus armas no serán exclusivamente la estaca de madera y el martillo, herramientas tan ampliamente difundidas por el cine, sino una cultura amplia y profunda que le permita delimitar los alcances del vampiro y los modos de combatirlo. Doctor en numerosas disciplinas, con Van Helsing surge la figura del detective psíquico, oficio que habrá de lleva a su forma más completa Algernon Blackwood en su personaje John Silence, investigador de lo oculto.[3] El capítulo 18 de Drácula es uno de los más importantes porque en él Van Helsing revela a sus compañeros qué y quién es el enemigo contra el cual deben oponer sus respectivas armas. Como gran orquestador de la aventura, Van Helsing intuye que la debilidad del vampiro se halla en su soledad, así como su fuerza reside en que nadie cree en él.
Tanto los lectores contemporáneos como los posteriores han censurado a Stoker el excesivo sentimentalismo, las lágrimas y ayes que abundan en el libro. Cierto. El autor debía ser concesivo con el gusto de su tiempo. La reina Victoria llegó al trono cuando aún no cumplía los 20 años, y su gobierno se caracterizó por la entrega, la prudencia y la fuerza que utilizó con los suyos. Eran tiempos contradictorios, de esplendor y miseria, de nobleza e hipocresía. Los victorianos creían en los beneficios de la revolución industrial y los logros de la ciencia y la técnica, pero también, ante el ocaso de la religión, fueron devotos de lo oculto. En 1888, un rosacruz masón llamado William Wyne Wescott fundó la Sociedad Secreta The Golden Dawn, a la que no perteneció formalmente Stoker, aunque estaba al tanto de sus trabajos. Sí lo hicieron, en cambio, Constance Wilde, William Butler Yeats y Arthur Conan Doyle.  
Uno de los instantes más altos en la confrontación de los humanos con el vampiro -el otro, el ajeno, el exiliado- es que sólo la fraternidad y la unión son capaces de vencer al demonio. Sólo el amor vence al mal y sólo mediante él será posible “cruzar las aguas amargas antes de llegar a las dulces”. Para tal objeto, continúa Van Helsing, es preciso ser “valientes de corazón y despojarse de egoísmo”, porque la egolatría es el arma suprema y la perdición del vampiro. Lo anterior permite comprender que de la condición de amenazador pasa a la de amenazado. Van Helsing y sus aliados vencen al vampiro y demuestran, en la novela de Stoker, que el vampiro puede ser destruido. Lo vence, finalmente, el poder de las letras. Lo vence la mano de Mina Harker, que mediante la taquigrafía y la máquina de escribir –nuevas armas del imperio- reúne las piezas sueltas del discurso alucinante donde se arma la anatomía del vampiro. La mano femenina y frágil halla su brazo armado en Jonathan Harker, que hunde su cuchillo kukri –usado por el ejército británico en sus guerras colonialistas, inclusive en las Malvinas- en el cuerpo del ofensor de su honra.  
En términos generales, y teóricos, el vampiro es inmortal. Fiel a tal precepto, Stoker escribió una novela que pareciera tener semejante destino. El efecto que produce en sucesivos lectores e intérpretes es tan poderoso como la mirada del vampiro, capaz de dominar a sus víctimas inclusive a la luz del día y cuando yace en su ataúd.
Drácula es una obra para la inquietante lectura y para los eruditos que no dejan de hallar en ella nuevos significados. Una de sus virtudes mayores es que admite la relectura y no obstante el conocimiento del desarrollo y final de la trama, podemos volver a ella con sucesivos y nuevos estremecimientos. El lector que tiene la suerte de aventurarse por primera vez en la novela puede estar seguro de dos cosas: no podrá soltar el libro ni se atreverá a incorporarse de la cama para apagar la luz. El que emprende un nuevo viaje en compañía de Jonathan Harker, dotado de un arsenal intertextual y proveído de diversos códigos culturales, no se sentirá defraudado. Drácula fue escrita por Bram Stoker en un instante cuando el contenido latente era más poderoso que el contenido manifiesto. Sus enigmas son los de siempre: la muerte y las formas de retardarla. O de vencerla.
Afirma José Emilio Pacheco que todos conocemos la historia del Titanic pero todos queremos que nos la vuelvan a contar. De igual manera, podemos enumerar, aun sin haber leído la novela, las características generales de Drácula. De cada nueva historia o película de vampiros exigimos que nos cause un estremecimiento inédito o descubra un rincón desconocido de nuestros miedos. El Titanic no termina de hundirse, aunque se encuentre sumergido en las profundidades del Atlántico. Bram Stoker, al igual que su vampiro, no acaba de morir.
 




[1] Daniel Farson. The Man who wrote Dracula: A Biography of Bram Stoker. London, Michael Joseph, 1975.
[2] Belford, Barbara. Bram Stoker. A Biography of the Author of Dracula. New York, Alfred A. Knopf, 1996. A la misma autora se debe una biografía sobre Oscar Wilde. 
[3] Algernon Blackwood. John Silence, investigador de lo oculto. Traducción de Francisco Torres Oliver, Santiago García y Javier Sánchez García-Gutiérrez. Madrid, Valdemar, 2002. Para una evolución de la figura del cazador de vampiros, puede verse el libro de Peter Haining The Vampire Hunter´s Casebook. London, Warner Books, 1996.

1 comentario: