En uno de tantos momentos afortunados de Kingsman:
El Servicio Secreto (Mathew
Vaughn 2014), dos actores ganadores del prestigiado premio Óscar discuten sobre las películas
clásicas de espías, concretamente las del popular agente al Servicio Secreto de
Su Majestad. Uno de ellos es Samuel L.
Jackson, que encarna al malvado magnate de telecomunicaciones Richmond
Valentine. El otro es Colin
Firth, que da vida al intrépido Harry Hart, quien tiene el
sobrenombre secreto de Galahad. Este último hace una
afirmación sabia: “siempre pensé que las viejas películas de James
Bond eran tan buenas como el villano que enfrentaba”. Ese diálogo
define estupendamente el tono del quinto largometraje de Vaughn, un
divertimento simple –sin pretensiones académicas ni teóricas- que busca dar un
giro jovial a las viejas cintas de espías, trasladándolas vertiginosamente al
siglo XXI.
El guión que el mismo Vaugh escribió con Jane Goldman (responsable del libreto de La dama de negro) deja muy clara la procedencia inglesa de la dupla. Parten de The secret service (2012-2013), la serie de seis cómics escrita e ilustrada por sus paisanos Mark Millar y Dave Gibbons, respectivamente. Sobra decir que ambos cuentan con una sólida reputación en el medio de la historieta. Por el segundo siempre tendré una especial gratitud por las que creó al lado de Alan Moore, que incluyen títulos indispensables como Watchmen (1986-1987) y la que siempre me parecerá una de las mejores aventuras de Supermán, Para el hombre que lo tiene todo (1985). Muchos seguidores del cómic se indignarán, pues la adaptación fílmica sólo utiliza la trama básica del relato del que procede: un veterano agente del MI6 (la inteligencia británica) recluta a su problemático sobrino en una misión para salvar al mundo, con brutales y sangrientos detalles. Vaughn y Goldman eligen vincularlo a los Mitos Artúricos, presentándonos a una organización ultra secreta y poderosísima –los Kingsman del título- sin ninguna afiliación gubernamental que no deja de recordarnos lo que hemos visto en cintas como Se busca (Timur Bekmambetov, 2008, también basada en un cómic de Millar y J. G. Jones), Mini espías (Robert Rodríguez, 2001) e incluso a la saga creada por George Lucas que todos conocemos: el joven que descubre la procedencia excepcional de su padre y reclama su derecho de nacimiento.
El guión que el mismo Vaugh escribió con Jane Goldman (responsable del libreto de La dama de negro) deja muy clara la procedencia inglesa de la dupla. Parten de The secret service (2012-2013), la serie de seis cómics escrita e ilustrada por sus paisanos Mark Millar y Dave Gibbons, respectivamente. Sobra decir que ambos cuentan con una sólida reputación en el medio de la historieta. Por el segundo siempre tendré una especial gratitud por las que creó al lado de Alan Moore, que incluyen títulos indispensables como Watchmen (1986-1987) y la que siempre me parecerá una de las mejores aventuras de Supermán, Para el hombre que lo tiene todo (1985). Muchos seguidores del cómic se indignarán, pues la adaptación fílmica sólo utiliza la trama básica del relato del que procede: un veterano agente del MI6 (la inteligencia británica) recluta a su problemático sobrino en una misión para salvar al mundo, con brutales y sangrientos detalles. Vaughn y Goldman eligen vincularlo a los Mitos Artúricos, presentándonos a una organización ultra secreta y poderosísima –los Kingsman del título- sin ninguna afiliación gubernamental que no deja de recordarnos lo que hemos visto en cintas como Se busca (Timur Bekmambetov, 2008, también basada en un cómic de Millar y J. G. Jones), Mini espías (Robert Rodríguez, 2001) e incluso a la saga creada por George Lucas que todos conocemos: el joven que descubre la procedencia excepcional de su padre y reclama su derecho de nacimiento.
En 1997, en una misión en el Medio Este,
un agente en entrenamiento da su vida por proteger a su equipo. En
reciprocidad, el líder del grupo, Galahad
(Firth), da al hijo del héroe caído una medalla con la promesa de ayudarlo en
cualquier momento. 17 años después el ahora joven Gary “Eggsy” Unwin (Taron Egerton) cobra la deuda,
ingresando con la tutela de Galahad
como candidato para ocupar el lugar de Lancelot (Jack Davenport), un miembro recientemente muerto de la
organización. A cargo del casting se
encuentra el sabio Merlín (Mark Strong),
que rinde cuentas a Arhur (Sir Michael Caine).
Él se encuentra a la cabeza de Kingsman,
un grupo que opera independientemente con fondos económicos ilimitados y se
oculta tras la fachada de una tradicional sastrería. Después de un arduo
entrenamiento, se revela el nuevo reto: salvar al mundo de los planes genocidas
del demente Valentine –que tiene
serios problemas del habla-, cuyo guardaespaldas y sicaria Gazelle (Sofia Boutella), es una mortal
artemarcialista con piernas prostéticas afiladas cual navajas, al estilo del
maratonista Oscar Pistorius. En el cómic es un hombre, por cierto –y no usa
prótesis-.
Lo que sigue es un banquete de excesos
visuales, a veces políticamente incorrecto (“soy una puta católica, que
actualmente disfruta una vida fuera del matrimonio con mi novio judío y negro
que trabaja en una clínica militar de abortos. ¡Viva Satanás!), no apto para
todas las sensibilidades. Lo demuestra la absurda censura que la misma
distribuidora de la cinta, la 20th
Century Fox, impuso en Latinoamérica por la masare ocurrida en una iglesia.
En cambio muchos aficionados aplaudimos la aparición de Mark Hamill como el experto en el cambio climático James
Arnold, en un curioso giro relacionado con el cómic –así se llama el
villano y el actor aparece al inicio de la historieta-.
La aceptación que ha tenido la cinta en
otras latitudes menos susceptibles consolida la posición de Vaughn: ha
recaudado –hasta el momento- casi tres veces los poco más de 80 millones de
dólares que costó. Esto garantizará una secuela en la que el director y
guionista hará todo lo posible para que Colin Firth regrese. Porque el actor es
definitivamente una de las fortalezas de la cinta. Evoca tiempos más simples,
en que Roger Moore luchaba con los
malos sin sudar, despeinarse ni arrugar su elegante indumentaria. Estamos en la
puerta de una saga.
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