lunes, 23 de julio de 2012

Final de altura


Sigo abatido tras leer detalles de las víctimas de la hoy bautizada como La masacre de Aurora. Al menos dos de ellas, Jon Blunk y Matt McQuinn, perecieron como héroes. Dieron sus vidas a cambio de las de sus amadas. Hace unos momentos la Policía de Denver presentó ante los medios de comunicación a su verdugo, James Holmes, un joven con la mirada extraviada y el cabello teñido de color naranja. La aparición del agresor nos recuerda tragedias similares y despierta el viejo debate sobre la validez de la pena de muerte. Los estatutos pueden hacerlo un candidato ideal para la sanción, pero una vida en reclusión sería un castigo justo, si acaso alguna medida puede considerarse así ante un hecho tan devastador. El juicio de Holmes comenzará la siguiente semana, así que el circo legal y mediático apenas está por comenzar. Mientras tanto, reproduzco la opinión autorizada de mi amigo Rafael Aviña –quien ya vio la película, para envidia de muchos-, publicada en la sección Primera fila del periódico Reforma y que apareció al mismo tiempo que los medios daban cuenta de la tragedia por la que será recordada la película, el viernes 20 de julo pasado. Y es que James Holmes no sólo arruinó la vida de docenas de personas, sino manchó por siempre el aura que rodeaba el acontecimiento que muchos hemos esperado por casi 4 años. Y eso, en el enorme orden de las cosas, es lo de menos. 
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Final de altura
Rafael Aviña
Cineasta atípico y portentoso, Christopher Nolan es uno de esos casos extraños que consiguen combinar arte y espectáculo a niveles poderosos.
Sus temas son siempre los mismos: sentimiento de culpa, obsesión de personajes que se mueven entre la luz y la sombra, ambigüedad de la justicia y el miedo como motor.
Nadie mejor para hacerse cargo de una figura de patología compleja y obcecación como Batman, en gran protagonista de DC Comics creado por Bob Kane.
Y con Batman: El Caballero de la Noche asciende (EU-Gran Bretaña, 2012) cumple lñas expectativas al clausurar la excepcional trilogía heroica de Ciudad Gótica.
Más allá de su posición como evidente mega-blockbuster, se encuentra el trabajo de Nolan y sus coguionistas, responsables de una saga de pavor criminal donde la frontera entre el crimen y la legalidad ha perdido toda razón de ser.
Batman: El Caballero de la Noche asciende no es tanto una oscura continuación de la película anterior, por el contrario, se conecta de manera directa con la primera, Batman inicia (2005), para mostrar la ascensión del héroe: sus traumas, su lado violento y su reconversión espiritual en una cárcel/cueva donde aprenderá a diferenciar entre justicia y venganza.
Desde la impáctate secuencia inicial: la captura del avión en pleno vuelo, se establece el tono de caos y vértigo que permea el relato de 164 minutos de acción constante, al que le siguen momentos espectaculares como la secuencia del estadio, o el asalto a la casa de bolsa donde reaparece Batman, a quien se culpa de la muerte del fiscal Harvey Dent.
Y es que Bruce Wayne ha vivido oculto y alejado de la sociedad, sin embargo se ve obligado a regresar con la aparición de una hermosa ladrona fascinada por las armas de fuego: Gatúbela, que pone el toque sensual y los diálogos más corrosivos. Pero sobre todo por la presencia de Bane, que ha creado un ejército clandestino y transformado una poderosa fuente de energía en una bomba nuclear.
En oposición a su predecesora, se trata de una épica-espectáculo que intenta suplir la carencia de un magistral villano sicópata y carismático como lo era el Guasón. Bane, en cambio, es una máquina de muerte, un brutal torturador sin personalidad, eso sí, muy superior al mantecoso Bane de Batman y Robin (Joel Schumacher, 1997) y su ciudad Gótica convertida en Disneylandia.

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