jueves, 31 de octubre de 2013

Un hijo distinguido del Halloween

Para acercarse a Ray Bradbury*
Roberto Coria

Ray Douglas Bradbury dejó de respirar la mañana del martes 5 de junio de 2012, a los 91 años de edad. Me enteré del hecho cuando me encontraba en un congreso de ciencias forenses, a través del mensaje que me envió mi amigo Bernardo Esquinca, otro de sus devotos y discípulos. No puedo evitar decir que esto me produjo un profundo pesar. Aunque nunca lo conocí físicamente, lo hice desde mi infancia a través de su talento e incontables creaciones que incendiaron mi imaginación. A pesar de las complicaciones propias de su edad, Bradbury partió de la mejor manera posible: en su hogar de California, rodeado de sus seres amados, con el orgullo de saberse uno de los autores más importantes de la narrativa estadounidense del siglo XX. El presidente de su país, Barak Obama, hizo una declaración oficial tras su deceso:
Para muchos estadounidenses, la noticia de la muerte de Ray Bradbury evocó inmediatamente imágenes de su obra, grabada en nuestras mentes desde una edad temprana. Su talento como narrador modificó nuestra cultura y amplió nuestro mundo. Ray entendió que nuestra imaginación podría ser utilizada como herramienta para una mejor comprensión, un vehículo para el cambio y una expresión de nuestros valores más preciados. No hay duda de que Ray Bradbury seguirá inspirando a muchas generaciones con su escritura. Nuestros pensamientos y oraciones están con su familia y amigos.

Que esta charla se lleve a cabo el 31 de octubre, fecha de la festividad celta que marcaba el final de las cosechas y el inicio del inverno, ocasión celebrada entre las culturas paganas europeas hasta la irrupción del cristianismo es especialmente relevante si leemos dos de sus textos fundamentales. Uno es su tercera publicación, El país de octubre (1955), una maravillosa antología de cuentos macabros que honran a esta festividad. El otro relato es su novela de 1972 El árbol de las brujas. No peco al decir que la parada final del viaje casi antropológico de 8 niños se encuentra en un lugar que casi todos conocemos:
Estaban suspendidos sobre una isla en ese lago de México.
Allá abajo oyeron ladridos de perros en la noche.
En el lago iluminado por la luna vieron unos pocos botes que se movían como insectos acuáticos. Oyeron tocar una guitarra y un hombre cantó con una voz melancólica y aguda.



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*Extracto te de lo que leeré hoy en Fiction for the masses, homenaje a Ray Bradbury en la FES Acatlán. 

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