lunes, 25 de noviembre de 2013

Sentimientos encontrados, o Drácula contra los monopolios energéticos

Uno de los platos fuertes del pasado Festival Mórbido –del que ya platicaré en un futuro no lejano- fue la premier del primer episodio de la nueva encarnación televisiva de Drácula, co producción británica-estadounidense creada por Cole Haddon, de la que ya hablé hace varias semanas. Al finalizar el capítulo tuve sentimientos encontrados. Primeramente quedé deslumbrado por su factura, portentosa y que por muchos momentos me hizo sentir que veía una gran producción cinematográfica. Luego vinieron los cambios, algunos sutiles y otros dramáticos: Mina Murray (Jessica De Gouw) es la primera estudiante (mujer) de Medicina en Inglaterra y uno de sus profesores es Abraham Van Helsing (Thomas Kretschmann). El voivoda Vlad Drácula (Jonathan Rhys Meyers), luego de ser cautivo por su enemiga Orden del Dragón siglos atrás, es devuelto a la vida en 1881 por un aliado insólito y, 8 años después, se infiltra en la sociedad victoriana bajo el disfraz del genio científico estadounidense Alexander Grayson, desterrado a las islas por Thomas Alva Edison. Conserva a su fiel servidor R. M. Renfield (Nonso Anozie), ahora un solemne hombre de color que ya no está obsesionado con los insectos. Jonathan Harker (Oliver Jackson-Cohen) sigue pretendiendo a Mina –no se atreve a dar el paso para conquistarla y sólo la presenta en sociedad como “su amiga”- pero de ser un abogado en bienes raíces se convirtió en un intrépido reportero. El refugio del vampiro, la ruinosa Abadía Carfax, se ha convertido en una fastuosa mansión. Por supuesto no podía faltar la provocativa Lucy Westenra (Katie McGrath). Fue curioso que su vestido de fiesta, rojo como la pasión, contrastara con el de Mina, azul como la virtud y la nobleza.
Y luego vinieron guiños que ya son ritos de paso establecidos por Bram Stoker: “Bienvenidos a mi casa y dejen algo de la felicidad que traen consigo” o la respuesta insinuada del vampiro “yo nunca bebo vino”. También están presentes hechos que caracterizaron la época, como los crímenes de Jack el destripador o el auge económico del Imperio facilitado, entre otras cosas, por su gran industria. Precisamente ahí está la motivación del protagonista: lleva a cabo una venganza contra la milenaria Orden del Dragón, que basa ahora su vasto poder en el monopolio de la industria petrolera. Y Drácula anticipó muy bien lo comprendido por Eliot Ness en su guerra contra el crimen de Chicago: si quieres destruir a tus enemigos, pégales donde más les duele. En el bolsillo. Por supuesto los malos no se quedaran sin dar batalla. Poseen a su asesina en jefe, Lady Jayne Wetherby (Victoria Smurfit), que tiene cautiva a una vampira en busca de obtener información sobre su enemigo.
Todo, insólitamente, se adhiere al Canon establecido por Stoker: Harker facilitará que el vampiro se posicione en Inglaterra –antes le vendió su guarida, hoy parece que lo apoyará desde el Cuarto Poder-, Mina sigue siendo el prototipo de la Brave New Woman, Lucy la chica coqueta de sociedad y Drácula aún tiene un encono desmedido contra la sociedad occidental. Ahí se encuentra la comunión con el rescatador misterioso que mencioné hace un rato: “nuestro odio nació en el mismo lugar”. Y esto, por más que nos alarme, tiene sentido estratégico. “Los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, dicen algunos. No pienso que su trato sea definitivo. Ninguna sociedad de negocios es eterna.
Aún tengo reservas. Como he dicho hasta el cansancio, Drácula no es una historia de amores interrumpidos ni de reencarnaciones. No sé qué tan necesarias son las secuencias de acción, que oscilan entre Matrix (hermanos Wachowski), 300 (Zack Snyder) y el más reciente díptico sobre Sherlock Holmes dirigido por Guy Ritchie. Tal vez pretenden dar un sello propio al programa, pero francamente a estas alturas del partido identificamos las fuentes que las inspiraron. Tampoco comprendo el afán de que el señor Rhys Meyers aparezca sin camisa cada vez que sea posible. Bueno, eso sin duda tiene fines comerciales que apreciarán muchos –mujeres y hombres- y tal vez sea parte –junto con las escenas sexualmente explícitas- de los contenidos eróticos subyacentes de la novela.

Esta noche veré su segundo episodio. Eso nos dará más elementos para formarnos una opinión definitiva.

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