martes, 6 de octubre de 2009

En el 160 aniversario luctuoso de Edgar Allan Poe.

Basta de vampiros (por ahora).
En el ensayo que Julio Cortázar dedica al mito literario llamado Edgar Allan Poe, da cuenta del testimonio hecho por el Dr. John Moran, el médico que asistió al poeta maldito en sus últimas horas: “Estaba ya perdido para el mundo, a solas en su particular infiero de vida, entregado definitivamente a sus visiones [...] El resto de sus fuerzas [...] se quemó en terribles alucinaciones, en luchar contra las enfermeras que lo sujetaban, en llamar desesperadamente a Reynolds, el explorador polar que había influido en la composición de Gordon Pym y que misteriosamente se convertía en el símbolo final de esas tierras del más allá que Edgar parecía estar viendo, así como Pym había entrevisto la gigantesca imagen de hielo en el último instante de la novela [...] Como le dijeran que estaba muy grave, rectificó: No quiero decir eso. Quiero saber si hay alguna esperanza para un miserable como yo. Murió a las tres de la madrugada del 7 de octubre de 1849. Que Dios ayude a mi pobre alma, fueron sus últimas palabras”.
La noche que murió Poe es la historia conjetural, en un acto, de lo ocurrido esa noche de otoño en la sombría habitación de un hospital de Baltimore. La escribí basándome en la vida y obra del poeta. Me permito reproducir la primera escena del texto como mi humilde homenaje en el 160 aniversario de su fallecimiento.

Escena 1
Edgar
Una sombría habitación en el Washington College Hospital. Se escuchan los ecos de lamentos y quejidos de otros pacientes. En el extremo derecho del cuarto yace postrado en una cama Edgar Allan Poe, cubierto por una sábana blanca que pretende hacer juego con la bata que viste. Se convulsiona en el lecho. Su cabello y bigote negros acentúan su tez mortalmente pálida. Está bañado en sudor, atormentado por terribles alucinaciones, en algún lugar entre el sueño y la conciencia. Se escucha repentinamente el tañer de las campanas de una iglesia cercana. Anuncian la medianoche.

Poe.- Escuchad las sonoras campanas. ¡Qué historia aterradora presagian excitadas! ¡Cómo llenan de histéricos aullidos el aturdido oído nocherniego! ¡Cómo rechinan, chocan y braman! ¡Cuánta desesperación derraman en el seno de aire palpitante! Pero el oído sin duda intuye, en el talán y el repicar, cómo el peligro crece o huye...
Silencio. Se escucha repentinamente un golpe en la puerta. Poe se sobresalta.
Poe.- ¿Quién llama a mi puerta? Acaso un visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Eso es todo, y nada más. Señor o señora, en verdad vuestro perdón imploro, mas el caso es que, adormilado cuando vinisteis a tocar quedamente, tan quedo vinisteis a llamar, a llamar a la puerta de mi cuarto, que apenas pude creer que os oía. Ciertamente, ciertamente algo sucede en la reja de mi ventana. Dejad, pues, que vea lo que sucede allí, y así penetrar pueda en el misterio. Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el misterio.
Se escucha una puerta que se azota y el aleteo y graznido de un cuervo. Poe sigue con su mirada, sobresaltado, su presencia invisible hasta el dintel de la puerta de la habitación.
Poe.- Aun con tu cresta cercenada y mocha, no serás un cobarde, hórrido cuervo vetusto y amenazador. Evadido de la ribera nocturna. ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!
Voz en off.- Nunca más.
Poe.- Otros amigos se han ido antes; mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas.
Voz en off.- Nunca más.
Poe.- ¡Profeta! ¡Cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, o arrojado por la tempestad a este refugio desolado e impávido, a esta desértica tierra encantada, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime, en verdad te lo imploro, ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te imploro!
Voz en off.- Nunca más.
Poe.- ¡Sea esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! ¡Vuelve a la tempestad. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja mi soledad intacta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta.
Voz en off.- Nunca más... nunca más... nunca más... nunca más... nunca más...
Poe.- (Se lleva las manos a la cara y comienza a gritar desesperado) Nunca más... nunca más... nunca más... ¡Reynolds! ¡Reynolds!
Entra en la habitación Miss Harold, la enfermera, alarmada por los gritos de Poe. Trata de controlarlo.
Miss Harold.- Señor Poe, cálmese, por favor. Tiene que calmarse.
Poe.- ¡Reynolds! ¡Necesito ver a Reynolds!
Miss Harold.- (Se sienta en la cama y lo sujeta) Aquí no hay nadie con ese nombre, señor Poe, se lo he dicho mil veces. Por favor tranquilícese o el doctor Moran ordenará que lo atemos de nuevo.
Poe.- Necesito hablar con Reynolds, es cuestión de vida o muerte. Mi alma inmortal depende de ello. ¡Reynolds! ¡Reynolds!
Miss Harold.- Cálmese ya. Todo fue un sueño.
Poe.- (La mira, desconcertado) ¿Un sueño? Ojalá mi vida joven fuera un sueño duradero, y mi espíritu durmiera hasta que el rayo certero de la eternidad anunciara el nuevo día (se tranquiliza).
Miss Harold.- En unas horas amanecerá y se sentirá mejor, ya lo verá.
Poe.- (Desconcertado) ¿Quién eres tú, ángel sereno, que ha venido a confortarme en estas horas aciagas? ¿Virginia? ¿Virginia, eres tú?
Miss Harold.- No, señor Poe. Soy Miss Harold, su enfermera. ¿No me recuerda?
Poe.- Por supuesto que la recuerdo. Sólo es que todo es tan... confuso. He perdido la noción el tiempo. No sé si es día o noche. Transito por un camino oscuro y yermo. Me siento cansado, muy cansado.
Miss Harold.- Duerma, duerma. Todo va a estar bien.
Poe se sume de nuevo en la inconsciencia, balbucea palabras ininteligibles. La enfermera toca su frente. Toma un recipiente con agua, moja un paño, y comienza a enjuagarle el sudor.
Miss Harold.- Pobre alma desdichada. Si tan sólo pudiéramos hacer algo para mitigar su sufrimiento.
Se abre la puerta. Entra el doctor John Moran. Es un hombre en sus cuarentas que viste bata blanca y lleva un expediente médico en la mano.
Dr. Moran.- ¿Alguna mejoría?
Miss Harold mueve la cabeza, negativamente.
Dr. Moran.- ¿Ha logrado retener alimentos?
Miss Harold vuelve a negar con la cabeza.
Dr. Moran.- No me sorprende. Mañana cumplirá aquí cuatro días y no responde al tratamiento. El deterioro es más avanzado de lo que esperé.
Miss Harold.- ¿Averiguó quién es ese Reynolds, a quien llama insistentemente?
Dr. Moran.- No. Esta mañana escribí un telegrama a su tía, una señora llamada María Clemm, y me respondió que no hay nadie con ese nombre entre sus familiares y amigos, que en realidad son muy pocos.
Poe.- (Como débiles susurros) Muddie, mi amada Muddie.
Miss Harold.- ¿Y en su trabajo?
Dr. Moran.- Nada. A decir verdad, el señor Poe no es un hombre muy apreciado en su gremio. Y no me sorprende. Su vicio y la agudeza de su pluma le han ganado varias enemistades.
Miss Harold.- ¿A qué se refiere?
Dr. Moran.- Un crítico literario, como lo es el señor Poe, siempre ofende susceptibilidades. Por sólo citar un ejemplo, me entrevisté con un señor Griswold, un editor que trabajó con él hace tiempo, quien sólo usa palabras como “ebrio”, “drogadicto” y “loco” para describirlo.
Miss Harold.- Qué terrible manera de expresarse de alguien.
Dr. Moran.- Y a decir verdad, su estado físico y la naturaleza de su obra parecen confirmarlo.
Miss Harold.- ¿Todo lo que se dice sobre él es cierto?
Dr. Moran.- Al menos la mayor parte. ¿Ha leído alguno de sus cuentos?
Miss Harold.- No.
Dr. Moran.- Y no se lo recomiendo.
Miss Harold.- ¿Es un mal escritor?
Dr. Moran.- Por el contrario. Creo que no me expresé correctamente. Es brillante, excepcional, mil millas por encima de otros autores que he leído. Me refería a sus temas, mórbidos, escandalosos, terribles. Créame, le provocarían pesadillas.
Miss Harold.- ¿Qué tuvo que sucederle a este hombre para llegar a este estado?
Dr. Moran.- ¿Estaba usted de guardia el día que lo internaron?
Miss Harold.- No.
Dr. Moran.- El Dr. Snodgrass recibió un mensaje de un caballero de apellido Walker. En la nota le informaba de un hombre que halló en la taberna de Ryan, al parecer completamente ebrio, que se encontraba mentalmente perturbado y precisaba asistencia médica urgente.
Miss Harold.- ¿Era el señor Poe?
Dr. Moran.- (Asiente con la cabeza) El Dr. Snodgrass acudió a la taberna de inmediato y comprobó la gravedad de su estado. Lo trajo al hospital y lo puso bajo mi cuidado. Debió haberlo visto. Su condición era alarmante, gritaba y forcejeaba con los enfermeros. Se necesitaron cinco personas para someterlo. En mi experiencia no había visto un caso igual.
Miss Harold.- Dios mío. ¿Y no había nadie más con él? ¿Algún compañero de borrachera?
Dr. Moran.- Nadie. Tampoco llevaba nada consigo, ni dinero, ni objetos de valor, ni identificación alguna. Hubiera pasado por un pobre indigente si no lo hubiera reconocido. Su aspecto era terrible, y no sólo en lo físico. Su ropa estaba en el peor estado, sucia, andrajosa. La única prenda en regular estado era esa capa negra (señala el ropaje en el perchero, al fondo de la habitación). Luchó como una fiera cuando tratamos de quitársela, así que optamos por dejarla cerca de él.
Miss Harold.- (Suspira) Pobre hombre. ¿Hay alguna esperanza para él?
Dr. Moran.- Hemos agotado todos nuestros recursos, y no parecen surtir efecto. Las alucinaciones y el delirium tremens son las fases más graves del alcoholismo. Pocos han sobrevivido a ellas. Su corazón y su cerebro están pagando las consecuencias de su vida disipada. Sólo podemos esperar un desenlace fatal.
Miss Harold.- ¿Entonces no queda nada más por hacer?
Dr. Moran.- Sólo hacer sus últimas horas lo más confortables que podamos.
Moran se dirige a la puerta.
Miss Harold.- Su tía.
Dr. Moran.- (Se detiene) ¿Si?
Miss Harold.- Acaba de mencionar a una tía. ¿No cree que debería estar a su lado, en el último momento?
Dr. Moran.- (Suspira) No le informé los detalles de la condición del señor Poe. Es una mujer de edad avanzada, enferma. Sufriría demasiado. Sería devastador para ella verle en este estado.
Miss Harold.- Nadie debería de morir así.
Dr. Moran.- Tiene razón, pero ya no está en nuestra manos.
Sale Moran. Miss Harold toma de la mano a Poe, se levanta y se dispone a apagar la lámpara de gas de la pared. Edgar la detiene.
Poe.- Por favor, no. Déjela encendida. No quiero que la oscuridad me devore.
Miss Harold obedece, le ofrece una sonrisa compasiva y sale de la habitación.
Poe.- No quiero transitar solo por ese camino oscuro y yermo que asolan ángeles enfermos, donde la Noche es el icono que reina erguido en su negro trono.
Transición a escena 2.

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