lunes, 22 de noviembre de 2010

Recuperar la magia

“Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre”.
Profesora Minerva McGonagall, Harry Potter y la piedra filosofal.

La aparición de un nuevo relato de Charles Dickens, durante la Inglaterra victoriana, se convertía en un auténtico fenómeno editorial. Según diversos recuentos, la gente permanecía formada horas enteras para hacerse de la más reciente obra del celebrado autor. Lo mismo sucedió con Arthur Conan Doyle y Oscar Wilde. Pocos han sido los escritores capaces de capturar la atención de la gente a esta escala, a nivel mundial. Los que vivimos en esta época tenemos a J.K. Rowling, creadora del popular Harry Potter. La magnitud del interés de los jóvenes por este mago es insólita en el panorama contemporáneo. Antecede a otros fenómenos de enorme impacto comercial, como los vampiros de Stephanie Meyer. Una popular cadena de librerías de esta ciudad, la que inicia con G y termina en andhi –para evitar comerciales-, organizó una venta nocturna, lecturas, talleres, y demás actividades en la víspera del lanzamiento en español de la última entrega de la saga, Harry Potter y las reliquias de la muerte. Lo mismo ocurrió en diversas partes del mundo, con asistentes disfrazados como los personajes del libro, parodiado incluso por la familia Simpson. Desde el tercer libro prefiero las ediciones en inglés de Scholastik por las estupendas ilustraciones de Mary GrandPre.
El alcance sociológico y mediático que Harry Potter ha alcanzado es inédito. “Harry superará la prueba del tiempo y permanecerá en el estante donde sólo se guardan los mejores. Estará junto a Alicia, Huck, Frodo y Dorothy”, piensa Stephen King. En el año 2004, el centro cultural Leer y escribir, con mi querido Enrique Alfaro Llarena a la cabeza, me pidió impartir el curso Un mundo de magia y mitología: introducción al universo fantástico de Harry Potter. Lo mejor de la experiencia fue que las jóvenes participantes –todas mujeres, curiosamente- eran conocedoras de la mitología clásica, las leyendas artúricas y asiduas lectoras de J.R.R. Tolkien y Michael Ende.
La calidad de la aportación de la señora Rowling ha dividido a la comunidad literaria. Yo, como Fernando Savater, creo que es valiosa. “El verdadero acto mágico, el auténtico milagro lo ha llevado a cabo el aprendiz de brujo Harry Potter. En esta sociedad audiovisual en la que, según algunos, los niños y los jóvenes ya se han olvidado de leer, ha despertado la vieja pasión en miles de neófitos”, dijo el autor de Criaturas del aire. Sus adaptaciones cinematográficas no han escapado de la crítica negativa –la del Vaticano es hilarante-. Hoy mismo la primera parte del desenlace de la historia acapara las salas de cine alrededor del mundo. De las películas debemos recordar que su intención es comercial: lucran con el fenómeno y lo complementan, son parte de un gran aparato de marketing. En lo personal las he seguido de cerca y disfrutado. Vi la más reciente la noche del miércoles, gracias al entusiasmo y generosidad de mi prima Nandyeli. Son cintas sin pretensiones artísticas ni académicas, con altísimos niveles de producción y un reparto completamente británico. Me recuerdan el poder de la palabra: J.K. Rowling dio, en todas, el visto bueno sobre la producción, el diseño de arte, actores y directores. Impidió que Steven Spielberg se posesionara de la historia, con Haley Joel Osment –el niño de Sexto sentido- como el personaje protagónico. Muchos creen que el relato se ha vuelto gradualmente más oscuro y pesimista. Esto es inevitable. Harry ha crecido junto con sus primeros lectores –como el vocabulario que emplea la señora Rowling-. También sus preocupaciones e inquietudes. Ya no está instalado en ese idílico y plácido territorio llamado infancia.
En una época donde la lectura no es un artículo de canasta básica, y donde la literatura compite con los videojuegos, el Internet y los mensajes de texto, es reconfortante que un personaje devuelva a las nuevas generaciones el deseo de leer. Sobre el mago, el Suplemento Literario del New York Times dijo en su momento, “estos libros no son inofensivos; si son peligrosos es porque la lectura hace pensar a los niños”.

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