miércoles, 10 de noviembre de 2010

Bitácora de viaje, segunda de dos partes.

Menos sutiles han sido otros asesinos que el cine de horror ha creado, representantes del género y auténticos mitos contemporáneos que han privado del sueño a más de una persona. “Uno de los acontecimientos más importantes el cine de los ochenta fue la proliferación de un subgénero que se abría paso entre charcos de sangre, despellejamientos y tripas al descubierto: el cine de horror gore y su versión splatter”, recuerda Rafael Aviña. Estos nuevos monstruos se mueven entre lo real y lo sobrenatural, advierten a la juventud desbocada –a punta de cuchillo y machete- sobre la moral y la sexualidad responsable en la era del VIH y las enfermedades de transmisión sexual, pero sobre todo representan la suma de nuestros miedos más elementales de la infacia –a la noche, a lo diferente, a quedarnos solos en una habitación a oscuras-. El claro precursor de esta deliciosa galería de personajes, el sanguinario Michael Myers, nació en el verano de 1978 gracias a la imaginación de John Carpenter y Debra Hill. Todos conocemos su historia: de niño toma –sin razón aparente- un cuchillo y masacra a su hermana mayor con un cuchillo carnicero la noche de Halloween. Años después escapa de la institución mental donde fue confinado y obedece el llamado de la sangre. En el libreto –originalmente titulado The babysitter murders- los autores se refieren al personaje como “The shape”. Michael Myers y sus herederos se convirtieron no sólo en espléndidas alegorías de la represión sexual, sino en presencias indestructibles, tanto en el celuloide como en el imaginario popular. Esto lo refuerza la fatal afirmación del pequeño Tommy: “tú no puedes matar al coco”.
En complemento está el caso de Jason Voorhees, víctima convertido en un imponente asesino sobrenatural que usaba una máscara de hockey –desde la tercera parte de la serie-, astro de la kilométrica saga de Viernes 13, que vio por primera vez la oscuridad de la sala de cine en 1980 –en México con el título Martes 13-, bajo la dirección de Sean S. Cunningham. Muchos vieron –y siguen viendo- en Jason una copia de Michael Myers. “Concebida como un plagio del Halloween de Carpenter, la pegajosa serie […] se convirtió en un hito del horror gore de bajo presupuesto con adolescentes de por medio”, insiste Rafael Aviña. “Sin embargo, lo más destacable fue sin duda, la aportación y el estrellato definitivo de Tom Savini, maquillador y creador de los más repugnantes efectos de destripamientos, mutilaciones y demás parafernalia splatter”.
El heredero incuestionable de estos homicidas –o al menos el más meritorio- es el asesino de Scream (1996), de Wes Craven. La película es de hecho una inteligente deconstrucción de este subgénero del cine de horror, con una protagonista (Drew Barrymore) despachada en los primeros minutos de la cinta (como Janeth Leigh en Psicosis), múltiples sospechosos, un asesino vicioso con cuchillo en mano y mucha, mucha sangre. La historia de Craven –a la que inicialmente iba a titular Scary movie- introduce a una de las figuras más emblemáticas del cine de horror de finales del siglo pasado: la del asesino con túnica negra y una máscara que nos recuerda a la pintura El Grito del artista noruego Edvard Munch.
El triunvirato sanguinario ha renacido en los últimos años –signo de agotamiento de la industria hollywoodense para muchos-, con desiguales resultados. Leatherface tuvo una fortuna aceptable de la mano de Marcus Niespel, al igual que Michael Myers –con su actualización a cargo de Rob Zombie en 2007-. En cambio, es infausto el regreso a la vida de Jason –irónicamente a cargo del mismo Niespel-. La película es el mejor ejemplo de la trivialización de un monstruo clásico, infestada de jóvenes actores de televisión y un argumento que si bien era promisorio –incluir como una suerte de prólogo a la desquiciada señora Voorhees fue un acierto- termina por agotar y decepcionar al diletante del cine de horror. El nuevo Jason se convirtió en un asesino incongruente y predecible que mantenía cautivas a algunas de sus víctimas –por motivos que aún ignoro- en su intrincada madriguera secreta. Su espíritu original era liquidarlas en el momento, sin la menor contemplación, y seguir adelante en busca de un nuevo cordero de sacrificio. Era una máquina de matar. Eso lo definía. De la serie Scream es inminente una nueva entrega, seguramente movida –como otras cintas- por la nostalgia y porque demostró ser un producto económicamente redituable. Mis expectativas son altas. Sólo nos queda esperar.
De sus incontables homenajes, clones, plagios y otros sacrilegios –el psicópata con máscara de lechuza en Aquarius (Michelle Soavi, 1986), el Pescador de Sé lo que hicieron el verano pasado (1997), el asesino de Leyenda Urbana (1998) o El coleccionista (2009)-, no digamos nada.

***



Algunos monstruos, como los vampiros –hoy tan de moda por voraces y desafortunadas sagas-, también usan máscaras. Y no como la que portó el Conde Drácula (Richard Roxburg) en ese baile en Van Helsing (Sommers, 2004). En el juego de rol que creó Mark Rein Hagen, Vampire, the masquerade, los seductores monstruos aparecen ante la sociedad como empresarios y dueños de medios de comunicación, disfraz que data de la época de la Inquisición y usan para pasar inadvertidos ante la raza humana. “La fuerza del vampiro radica en que nadie cree en él”, dijo un sabio. Y uno de los monstruos de Rein Hagen lo complementó: “Hemos pasado 5 siglos escenificando la que llamamos La Mascarada para ocultarnos de ustedes, pero al final todo se reduce a algo muy simple: los vampiros no queremos que los mortales sepan que estamos entre ustedes, del mismo modo que el lobo no desea que el cordero sepa que está merodeándolo”. En esta historia el crimen más penado para un vampiro es revelar este secreto, la base de su estructura social. Cosa similar sucede en Blade (Norrington, 1998), donde los vampiros han celebrado un pacto secreto con la clase política humana para coexistir “civilizadamente”. “Están en todas partes. Ellos controlan a la policía”, advierte el mentor del héroe a la damisela en desgracia. Pero el vampiro será objeto de veneración de una futura emisión de Mórbido.

***

El uso de las máscaras es un recurso frecuente del cine de horror y se sustenta en uno de los miedos más elementales: tememos lo que no vemos. Escuché hace muy poco que “los muros y las máscaras que hay que llevar, junto con la mentiras, son la raíz del mal que padece nuestra sociedad”. Así como el mal, las máscaras son una constante de la especie humana. Todos las usamos, de una u otra forma. ¿Qué hay detrás de la tuya?

Bibliografía

1. Aviña, Rafael. El cine de la paranoia. Times editores, México. 1999.
2. Clekley, Hervey. The Mask of Sanity: An Attempt to Clarify Some Issues About the So-Called Psychopathic Personality. Mosby Co. Georgia, 1988.
3. Douglas, John. Mindhunter: Inside the FBI's Elite Serial Crime Unit. Pocket books, Nueva York. 1996.
4. Gubern, Román. Máscaras de la ficción. Anagrama, Barcelona. 2002.
5. Jones, Stephen. Clive Barker´s A-Z of horror. Harper Prism, Nueva York. 1996.
6. Lardín, Rubén. Las diez caras del miedo. Midons editores, Valencia. 1996.
7. Plaza, Francisco. Asesinos de cine. Midons editores, Valencia. 1998.
8. Rein Hagen, Mark. Vampire,the masquerade. White Wolf Publising, California. 1998.
9. Ressler, Robert. Whoever Fights Monsters: My twenty years tracking serial killers for the FBI. St. Martin's Paperbacks, Nueva York. 1993.
10. -------------------. I Have Lived in the Monster: Inside the minds of the world's most notorious serial killers. St. Martin's True Crime Library, Nueva York. 1998.
11. Schechter, Harold. The A to Z encyclopedia of serial killers. Pocket books, Nueva York. 2001.
12. Valencia, Manuel. Guillot, Eduardo. Sangre, sudor y vísceras. Historia del cine Gore. Ediciones La Máscara, Valencia. 1996.

No hay comentarios:

Publicar un comentario