jueves, 21 de julio de 2011

Relatos desde la parte luminosa de la abogacía.

Las últimas dos semanas de mi vida conviví con abogados las 24 horas del día. No es que sea extraño para mí. He trabajado con este gremio durante 16 años. Les he dado clases por diez. Como ellos, conozco el peso de ser etiquetado por las malas acciones de algunos. En El abogado del Diablo (Taylor Hackford, 1997), Lucifer/John Milton (Al Pacino) elige el mundo de las leyes para combatir a Dios en la antesala del nuevo milenio. “Los abogados son los ministros del Diablo”, asegura, y remata con una realidad innegable: “hay más estudiantes en las escuelas de Derecho que abogados litigantes en las calles”. La percepción negativa de la profesión permea del imaginario colectivo a las bellas artes. En Hook, el regreso del Capitán Garfio (Steven Spielberg, 1991), Peter Banning (Robin Williams), un exitoso y voraz abogado corporativo, dice un chiste sobre sus correligionarios en un evento de caridad: “hoy los científicos usan abogados en lugar de ratas en sus experimentos por dos razones: 1) Los científicos no se encariñan con los abogados y 2) Hay cosas que ni siquiera una rata haría”. Su abuela, Wendy Moira Angela Darling (Maggie Smith), está presente y guarda un gran secreto: Banning fue Peter Pan cuando era niño. Creció, porque la vida lo hizo crecer, para convertirse en el opuesto de su esencia inocente: “Peter, eres un pirata”, piensa ella. Con el paso de los años los abogados han asimilado –incluso disfrutan- esta mordaz forma de humor. “¡Robo, traición y cohecho¡ ¡Robo, traición y cohecho! ¡Que vivan los de Derecho!”, es el grito de guerra de los estudiantes de esta facultad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Por ello no es extraño que se haga escarnio de la profesión. Cuando en Blade 2 (Guillermo del Toro, 2001) el abogado del clan vampírico Karel Kounen (Karel Roden) se presenta ante el héroe (Wesley Snipes), éste le pregunta si es humano. Kounen le responde con cinismo “casi, soy abogado”.
Todo lo anterior proviene de que el 12 de julio pasado se celebró el Día del Abogado. Esta celebración, orgullosamente mexicana, fue oficializada en 1960 por el entonces presidente Adolfo López Mateos en conmemoración de la primera cátedra de Derecho ofrecida en la Nueva España (en 1539). Los abogados son personajes que todos conocemos. La familia promedio piensa que debe tener al menos uno entre sus integrantes.
Se puede alimentar el espíritu creador a partir las leyes. Así lo demuestran Gerardo Laveaga, abogado penalista y Director del Instituto Nacional de Ciencias Penales (“a los agentes del Ministerio Público Federal les hacemos leer obras de Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle”) o Diego Valadés, antiguo director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Una de las glorias de nuestra dramaturgia, Víctor Hugo Rascón Banda (1948-2008), nunca negó su procedencia y le rindió tributo en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua en octubre de 2007. Su dignísimo sucesor, el dramaturgo Vicente Leñero, piensa que su dramaturgia ve “la vida como un delito, como una continua trasgresión del orden establecido”. Este matrimonio sí es posible. “La razón y la imaginación son los ojos de la inteligencia”, afirmó con toda la razón del mundo el Criminalista Rafael Moreno.
Abogados distinguidos abundan en la ficción, desde Gabriel John Utterson (de la novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, escrita por Robert Louis Stevenson en 1886), R. M. Renfield, Jonathan Harker y Abraham Van Helsing (que entre sus incontables grados posee el de Doctor en Derecho) de Drácula de Bram Stoker (1897), el fiscal convertido en villano Harvey Dent/Dos caras, el abogado ciego Matt Murdock/Daredevil, Tom Hagen (Robert Duvall de la saga cinematográfica El Padrino), Sebastian Stark (James Woods, de la teleserie Shark) hasta mi favorito de todos, Jack McCoy (Sam Waterston, de la recientemente extinta serie La Ley y el Orden). En su última aparición McCoy, en su posición de Fiscal de Distrito y excepcional ser humano, amenaza a un abogado de pobres miras que representa al Sindicato de Maestros y obstruye una investigación de vida o muerte (un maestro que está por cometer una matanza similar a la de la Escuela Preparatoria Columbine): “si permite que ocurra una masacre lo crucificaré, señor Kralik. Enjuiciaré a usted y al sindicato por homicidio por negligencia. Cuando los condenen, renunciaré a mi puesto y representaré a las familias de las víctimas en una demanda civil. Cuando termine estarán acabados. Así que mi consejo para usted es ¡apártese de mi camino!”.

Las últimas dos semanas de mi vida contemplé la parte más luminosa de la abogacía. Por eso, mi felicitación más sincera –aunque tardía- a todos los Abogados en su día. Esa mañana del 12 de julio pasado, la familia de un hombre inocente les cantó a mis compañeros abogados Las mañanitas con alegría, sinceridad y genuino agradecimiento. “Mejor recompensa, imposible”, dijo un festejado, sonriente.

1 comentario:

  1. Muy de acuerdo con usted doctor Coria.
    siempre he visto a los abogados como personas que vivan en el filo de la etica constantemente, con las lealtades en juego en cada caso...¿vale la pena seguir con este caso?, ¿es realmente inocente a quien represento?.
    quizas no siempre se cuestionen, pero creo que el vivir al filo de la etica ha de ser dificil. Saludos

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