jueves, 13 de septiembre de 2012

Hugo Gutiérrez Vega y el triunfo de todos.

El martes pasado, Hugo Gutiérrez Vega (Guadalajara, 1934 ), brillante poeta y ensayista mexicano, ingresó como Miembro de Número a la Academia Mexicana de la Lengua. Ocupa la silla XXXVII, que pertenecía a otro grande, Don Alí Chumacero. La labor de Gutiérrez Vega, aparentemente alejada de los temas de este blog, tiene una gran cercanía con ellos. Entre sus incontables méritos intelectuales, fue un devoto e incansable colaborador del Teatro Gótico de Eduardo Ruiz Saviñón, con quien tiene una gran amistad. Lo vi hace años en la Casa del Lago Juan José Arreola de la UNAM actuando en una adaptación de Los perros de Tíndalos de Howard Phillips Lovecraft
Del muro de Facebook de Eduardo, tomo una fotografía donde aparecen ambos, acompañados de otro grande, Juan López Moctezuma. Hace unos años, Don Hugo dedicó unas amables palabras, en La Jornada Semanal, a mi obra de teatro El hombre que fue Drácula. Dio su autorización para que fueran incluidas en la segunda edición del texto, publicado por Libros de Godot. Las reproduzco como un homenaje a su genio. Porque el más reciente logro -su ingreso a la Academia- es más que merecido. Todos los que lo admiramos estamos de fiesta. 
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IRVING, STOKER Y DRÁCULA
Hugo Gutiérrez Vega


Sir Henry Irving fue el patriarca de una familia teatral. Se llamaba John Brodribb y, por sus indiscutibles meritos, se le permitió usar el nombre de Henry I. En 1895 fue nombrado caballero del Imperio Británico (fue el primero de la profesión cómica que recibió tamaña distinción) y recibió doctorados Honoris causa por las universidades de Dublin, Cambridge y Glasgow. En su tiempo se le comparaba con Mounet-Sully, el gran actor francés, y sus composiciones de personajes hacían que algunos críticos recordarán a Kean y a Garrick, los geniales actores británicos. 
Sir Henry pertenece a esa raza de hombres de teatro en el sentido más estricto del término. Siguieron su camino, algunos años más tarde, sus hijos y nietos, así como actores como Richardson, Guiness, Olivier, Gielgud, O' Toole, Burton, Finney y Bates entre otros maestros de la escena londinense. La vida de Sir Henry estuvo ligada al hermoso Lyceum, teatro que pereció en un incendio horriblemente real. Ahí representó sus personajes shakesperianos, el Jingle en la adaptación teatral del Pickwick, de Dickens, el protagonista de esa curiosidad que es Una historia de Waterloo , la única pieza teatral de Sir Arthur Conan Doyle, así como varias obras de Sardou, de Merivale y la adaptación de Wills al Fausto de Goethe. 
Pienso que estos datos no son ociosos y, en cambio, son necesarios para ubicar el hermoso texto de Roberto Coria, editado por Vicente Quirarte y llevado a escena por Eduardo Ruiz Saviñón con el título de El hombre que fue Drácula . Y así lo pienso por la sencilla razón de que esta pieza contiene una serie de profundas reflexiones sobre la profesión teatral y sobre el cotidiano milagro artístico de cada puesta en escena. 
Coria imagina a Bram Stoker, el genio irlandés, autor de Drácula trabajando para Sir Henry Irving en el Lyceum. Desde que se abre el telón, el director reúne en su personaje colgado en lo más alto del escenario del Ruiz de Alarcón, a Sir Henry con Drácula y, ya en el suelo del escenario, con Ricardo III y su monólogo que, en la traducción de Coria, nos habla del “invierno de nuestro infortunio”.  
Bram Stoker, su Drácula-Henry I, Ellen Terry, Florence, esposa de Bram, Sir Arthur Conan Doyle y Armenius Vámbery, también Van Helsing, son los personajes de esta historia de vampiros y de grandes divos que tienen, en su ánimo, muchos aspectos vampíricos. 
La dirección de Eduardo Ruiz Saviñón es exacta y llena de matices que dan variedad a una temática que va desde la idea del teatro sobre el teatro hasta los mundos especiales de lo gótico. 
Nicolás Núñez es un Henry I insuflado y prepotente y un Drácula emboscado en un Ricardo III contrahecho, malvado y lamentable. Nicolás nos descubre todos los matices y contradicciones de su personaje y profundiza en el alma de un actor que dedicó su vida entera a los escenarios. Eduardo Von es un Stoker decidido a cumplir su vocación literaria, tímido, pero seguro de la futura grandeza de su obra. Elena de Haro brilla, en compañía de un disciplinado perro lanudo, en el papel de la gran diva de la escena londinense, Ellen Terry; Priscila Pomeroy nos sorprende con su buena personificación de Florence y de Lucy Westenra; Guillermo Henry es un Conan Doyle con abrigo de Holmes y Antonio Monroi hace un Van Helsing afiebrado y persistente. Notables son la escenografía y la iluminación de Sergio Villegas. Todos ellos actualizan el texto de Coria y aportan una nueva muestra al Teatro Gótico mexicano que los vampiros honorarios Saviñón-Quirarte han venido plasmando en los últimos años de nuestro panorama teatral.
Henry I-Drácula, su empleado y víctima Bram Stoker y el eterno Conde descrito por Van Helsing, el perseguidor de vampiros, son el marco en el que se mueve una serie de observaciones sobre la esencia del teatro. No en balde Quirarte nos dice que esta obra es “un homenaje al teatro y al actor”. Henry I-Drácula-Ricardo III penden de una cuerda en lo alto del escenario y, por arte de magia teatral, caen al suelo y son, al mismo tiempo, vampiro, lobo, conjunto de ratas, pero, sobre todo, seres que se mueven en un constante “invierno de nuestro infortunio” y en la magia total de la puesta en escena.

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