viernes, 22 de febrero de 2013

Réquiem para Joaquín Cordero


El pasado martes 19 de febrero de 2013 dejó de respirar Joaquín Cordero Aurrecoechea, un actor al que siempre guardaré un especial cariño. Tenía 80 años de edad. Lo conocí en El libro de piedra (1968), la ya clásica cinta de Carlos Enrique Taboada. Con gran dignidad daba vida a Eugenio Ruvalcaba, el atribulado padre de una niña que conocía de frente a la otredad. Su interpretación, segura y creíble, daba gran dignidad a temas poco respetados por muchos: el horror y la fantasía. A pesar que en su amplia carrera en cine y televisión recorrió todos los géneros, de la comedia romántica al drama, del cine de luchadores al melodrama familiar, siempre lo recordaremos por sus apariciones en cintas que conocimos en la infancia y significaron nuestras primeras aproximaciones a estos territorios. A la anterior sumo Orlak, el infierno de Frankenstein (Rafael Baledón, 1960), El monstruo de los volcanes (Jaime Salvador, 1963), El Museo del horror (Rafael Baledón, 1964), Cien gritos de terror (Ramón Obón, 1965), Doctor Satán y la magia negra (Miguel Morayta, 1966) y por supuesto, una de sus más entrañables, La loba (Rafael Baledón, 1965). Sobre esta última hablaré abundantemente el un futuro no lejano.
Fue despedido tanto por sus pares actores como por figuras del mundo intelectual. Fue más que justo que su cuerpo se homenajeara en el Palacio de Bellas Artes, señal de su importancia y trascendencia. Rafael Tovar y de Teresa, actual Director del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, le dirigió unas palabras de despedida que nos dan una idea de su dimensión:
Hoy, Joaquín Cordero se reúne con Alma, su esposa durante sesenta y dos años. Joaquín, en vida, decía que mucho de lo que hizo en la actuación se lo debe a la gente, y así lo vimos todos en las pantallas de los cines y en la televisión o en los escenarios, haciendo su tarea actoral, consolidando año con año una carrera que afortunadamente fue de muchas décadas y dejó testimonios que nunca se olvidarán.
Joaquín Cordero tuvo la oportunidad de encarnar muchos personajes emblemáticos que identifican a nuestro cine. Lo mismo fue el médico citadino que regresa a su pueblo natal a luchar contra las costumbres salvajes en 'El río y la muerte', de Luis Buñuel, o el pendenciero de rancho en 'Yo soy gallo donde quiera'; fue sacerdote, entrenador deportivo, ranchero y abogado. Todo lo encarnó porque para un actor no hay nada imposible. Lo mismo fue el boxeador Lalo Gallardo, el amigo de Pepe el 'Toro', con quien encontró la amistad y fue fiel a sus principios, que muere en el ring a manos de su mejor amigo en la cinta que forma parte de la identidad e historia de México.
Cordero representa al actor versátil, dedicado, confiable dueño del personaje, al que le daba cuerpo de su cuerpo, pero también representa al hombre de los compromisos, inquebrantable con su profesión y su familia. La herencia que nos deja es muy grande y será más grande con el tiempo. Descanse en paz.

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