lunes, 11 de febrero de 2013

Adiós a la División Fringe (2008-2013)


Una pausa obligatoria (porque quería seguir con Psicosis y Alfred Hitchcock). En sus inicios hablé de la teleserie Fringe, producto del ingenio de J. J. Abrams, Roberto Orci y Alex Kurtzman, trinomio que estoy seguro tiene mucho por ofrecernos. Ayer, tras cinco temporadas, ví su desenlace. De forma inesperada, porque después de incontables reclamos sobre su tardanza por Twitter a su distribuidora en Latinoamérica, Warner Channel, tomaron la inexplicable decisión de transmitir los 13 episodios finales el fin de semana, en lo que llamaron La maratón Fringe. Debo decir que el resultado no me decepcionó en lo más mínimo. Fue ese uno de los aspectos que me hizo admirarla: a lo largo de 100 episodios, fue constante en su nivel argumental y en su impecable factura, con efectos especiales de primer nivel. No fue la pérdida de interés de sus huestes de seguidores la que la condenó, sino fallidas decisiones institucionales de programación. La crítica, casi siempre de forma unánime, alabó la calidad del producto. Observó que la serie, de una fórmula convencional (el “monstruo de la semana”), evolucionó en un maduro programa de ciencia ficción, con una temática definida que giraba en torno a un universo paralelo y la alteración de la línea temporal.
El actor australiano John Noble, sin duda uno de sus principales atractivos, supo modificar la imagen del “científico loco”. Su Walter Bishop siempre hizo alarde de su intelecto superior pero dando cabida a todo tipo de conductas, de su abierto consumo de alucinógenos  a extravagancias deliciosas, de su vaca de laboratorio Gene, insólitas peticiones (“revisa su ano” o “córtenle la mano al cadáver y llévenla a mi laboratorio”) a acciones inesperadas e inverosímiles en una crisis (mientas graba en video instrucciones que definirán el destino de la humanidad, se detiene abruptamente en la vidriera de una panadería cuando exhiben producto recién salido del horno y pregunta “¿son de zarzamora?”). En la prestigiada Comic Con, Noble llamó a su conclusión “la temporada de los fans”. Y es que la serie supo atender las opiniones de sus admiradores, que crecieron hasta convertirla en un objeto casi de culto. Para ellos nunca faltaron referencias a decisivas obras de nuestra educación sentimental, como las películas Estados alterados (Ken Russell, 1980) y Volver al futuro (Robert Zemeckis, 1985) o mitologías contemporáneas como la saga Viaje a las estrellas (Star Trek). No fue gratuito que Leonard Nimoy, el inmortal Señor Spock, encarnara a uno de sus personajes más importantes y ambiguos, el genio científico William Bell, antiguo asociado de Walter y cabeza de la todopoderosa Massive Dynamics, centro importante de la intriga; que Chistopher Lloyd, el inolvidable Dr. Emmet Brown, encarnara a una leyenda musical que hizo ver a Walter las consecuencias de sus acciones; o que Peter Weller, el igualmente entrañable Robocop, interpretara a un científico obsesionado con el amor perdido que muestra a Walter el significado de la esperanza en su mundo dominado por la lógica. Si el escenario de la temporada final de la serie era un futuro distópico muy en deuda con la novela 1984 de George Orwell (en su brillante cortinilla de entrada leíamos conceptos como “libre pensamiento”, “privacidad”, “debido proceso” y “libertad”) y da sentido a símbolos (como el sapo, el caballito de mar, la mano con seis dedos y la manzana partida a la mitad con fetos humanos en lugar se semillas que veíamos en su salida a comerciales) y situaciones de temporadas pasadas (esos parásitos que se incubaban en las personas, el misterioso “hombre-puercoespín”, o las mariposas con alas cortantes), el eje central es la redención. El intento de Walter por jugar a ser Dios (“sólo hay cabida para un Dios en este laboratorio”) y sus actos irresponsables pusieron en riesgo no sólo a sus seres amados, sino a toda nuestra civilización. Por eso el científico está dispuesto a hacer el último sacrificio, alimentado por algo tan inocente y maravilloso como los significados de un tulipán blanco.
Extrañaré a Walter, a Olivia Dunham (Anna Torv), a Peter Bishop (Joshua Jackson), a la fiel Astrid Farnsworth (Jasika Nicole), al férreo Phillip Broyles (Lance Reddick), a la misteriosa Nina Sharp (Blair Brown), al idealista Lincoln Lee (Seth Gabel), al malvado David Robert Jones (Jared Harris), al bondadoso Septiembre (Michael Cerveris) y a todo el equipo de la División Fringe. Se fueron en el momento preciso, en la plenitud de toda buena serie. Comprueba la máxima popular: “de lo bueno, poco”.

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