miércoles, 6 de febrero de 2013

Intimidades de la familia Hitchcock


En todos los espacios a los que tengo alcance he manifestado mi aprecio –mi admiración- por las películas de Alfred Joseph Hitchcock, un cineasta con un estilo inconfundible y poderoso. Como pocos, el hombre supo convertirse en un fenómeno que abarcó los más populares medios de comunicación. Fue un estratega consumado del crimen y el marketing: además de sus cintas, brilla en mi memoria –y la de muchos- su popular serie televisiva Alfred Hitchcock presents (1955-1960) o sus memorables antologías que incluían siniestros cuentos de Robert Bloch, Daphne du Maurier y Patricia Highsmith, entre otros. Su talla y presencia en la cultura popular alcanzó a Walt Disney, con quien es comparado frecuentemente.
Por eso me sentí profundamente emocionado cuando hace unos años –aproximadamente cinco- leí sobre un proyecto fílmico titulado Hitchcock presents, que según la nota estaría protagonizado por Anthony Hopkins y narraría los eventos tras el rodaje de Psicosis (Hitchcock, 1960). La idea me pareció instantáneamente irresistible. Aunque la discusión sobre cuál es la mejor película del británico es aguerrida y que cada uno de nosotros tiene su cinta favorita, siempre tendré una especial predilección por Psicosis. Por muchas razones. Desde ese entonces le di seguimiento a la noticia. Cuando me enteré que por fin iba a materializarse con el título de Hitchcock, sentí una profunda alegría. Esto se acrecentó cuando las primeras fotografías de Sir Anthony caracterizado como Sir Alfred aparecieron en la red, proceso en el que participó, entre otros, el talentoso Gregory Nicotero, popular estos días por su trabajo en la teleserie The Walking dead. Los avances donde Hopkins aparecía como el Maestro del Suspenso y las opiniones de amigos que decían que “parecía una botarga” o “una caracterización del programa de comedia La hora pico” me hicieron dudar por un momento del resultado. Todas mis reservas se disiparon al iniciar el metraje.
Hitchcock (2012), dirigida por el escritor y documentalista británico Sacha Gervasi es estupenda. Más que un biopic, es un estupendo documento que capta un momento importante en la carrera del cineasta. El guión de John McLaughlin (mejor conocido por escribir El cisne negro) parte del estupendo libro Alfred Hitchcock and the Making of Psycho de Stephen Rebello, y como tal tiene el acierto de comenzar la mañana del 16 de mayo de 1944 en una granja en el poblado de Plainfield, Wisconsin, donde los hermanos Henry y Edward Gein queman maleza en su propiedad. Súbitamente, cual Caín, Ed golpea mortalmente en la cabeza a su hermano con su pala. La cámara hace un travelling donde Hitchcock, como en su programa televisivo, introduce la historia mientras bebe con delicadeza una taza de té. Aunque no se tiene plena certeza de ello y la Policía calificó el hecho como un accidente, suele atribuirse a Ed el homicidio del mayor de los Gein. “Agradezcamos la credulidad de la Policía de Plainfield. Pues si hubieran detenido a Ed por el crimen, no tendríamos nuestra película”. Y ese sólo fue el inicio de su carrera. Trágico pero cierto. De ahí viajamos a la noche del 28 de julio de 1959, fecha en que se estrenó Intriga internacional (North by nothwest, Hitchcock, 1959), el quincuagésimo segundo largometraje del cineasta, sin duda uno de sus trabajos más brillantes. Lo acompaña su devota esposa Alma Reville (Helen Mirren), mientras la prensa lo asedia haciéndolo consciente de su edad -60 años en ese momento- y sugiriéndole que debía retirarse en el pináculo de su carrera mientras gozaba del éxito y reconocimiento del público. Hitch, agobiado, emprende la búsqueda la inspiración para su siguiente película, la que habría de demostrar que aún tenía mucho que ofrecer. Así se topó con la modesta novela Psicosis de Robert Bloch, la cual el antiguo discípulo de Howard Phillips Lovecraft fraguó con el caso Gein en mente. De inmediato, Hitch quedó cautivado. En una reunión mostró fotografías del caso Gein y se regodeó con las reacciones de los asistentes. “Les repugnan, pero no pueden dejar de verlas”. Sometió el texto al escrutinio de su leal Alma, quien leyó uno de sus mejores pasajes (“Un cuchillo que cortó su grito. Y su cabeza”) y lo calificó de encantador. “Doris Day debería hacerla en un musical”, le dijo. A la mañana siguiente, Hitch encargó a su fiel secretaria Peggy Robertson (Toni Collette), escudera en muchas batallas, que comprara todas los ejemplares de la novela que encontrara, pues no deseaba que nadie conociera el final. Dificultades –personales y externas- por la decisión del cineasta, la ausencia de financiamiento, discusiones con los ejecutivos de Paramount y los censores de la Motion Picture Production Code, la elección de un guionista y un elenco, dramas personales –los celos nunca fallan- y el triunfo final llevan a la consolidación de un clásico indiscutible. Incluso diría que la cinta más honesta del Maestro. Cuando Alma le preguntó sobre su obcecación con Psicosis, un Hitch nostálgico le respondió: “¿recuerdas nuestros primeros días? Disfrutábamos hacer nuestras películas. Quiero volver a sentir esa emoción. Quiero volver a sentirme libre”.
Son muchos los elementos que me hicieron disfrutarla: el atmosférico y logrado diseño de arte de Alexander Wei, la sobria cámara de Jeff Cronenweth, su inspirado elenco, que va de Michael Wincott –que hiciera batallar al finado Brandon Lee en El Cuervo-como el asesino Ed Gein, Ralph Macchio, el antiguo Karate Kid, como Joseph Stefano –el guionista de la cinta, con quien guarda un parecido casi sobrenatural-, James D'Arcy como Anthony Perkins, Jessica Biel como Vera Miles, Wallace Langham como el artista visual Saul Bass –quien muchos años clamó ser responsable de la escena de la ducha-, Paul Schackman como el músico Bernard Herrmann y –tal vez la presencia más notoria de todas- Scarlett Johansson como Janet Leigh. Sobre los caramelos de maíz que confesó robar del camerino de Anthony Perkins y regaló a Hitch diciéndole que “a sus hijos les encantaban”, mi amada Ana Luisa me hizo notar que quizá era un homenaje a la más popular de sus críos. Todos sabemos que ella es madre de Jamie Lee Curtis, quien lograra fama por protagonizar Halloween (1978) de John Carpenter. “Son dulces tradicionales de esa festividad”. Sin Psicosis no existirían slasher movies como la obra de Carpenter. Y después está la brillante partitura de Danny Elfman, quien además de ser parte fundamental del encanto de las películas de Tim Burton fue responsable de la música del remake de Psicosis que Gus Van Sant se atrevió a hacer en 1998. El director Gervasi empleó también la Marcha funeral para una marioneta del compositor francés Charles Gounod –que todos conocemos gracias a la teleserie que el Maestro del Suspenso presentaba- y los ya clásicos acordes de Herrmann, que dieron una altura inalcanzable a una escena que forma ya parte del patrimonio fílmico de la humanidad. Ver a Hitchcock bailando alegre a su compás, mientras los espectadores de una sala de cine llena gritaban horrorizados mientras Marion Crane era masacrada, fue un momento sublime, casi apoteósico.
Lo mejor fue ver al interior, de una manera mesurada, la dinámica de pareja de los Hitchcock. Alma Reville nunca renunció a su apellido familiar. En cambio cedió en sus sueños y aspiraciones personales como guionista y editora. Si no lo hubiera hecho, la historia del cine sería muy diferente. El trabajo de su esposo nunca hubiera alcanzado las dimensiones que conocemos si no fuera por su intervención. Sólo en Psicosis, le debemos la innovadora idea de asesinar a su protagonista en los primeros 30 minutos del metraje, la insistencia por sonorizar una secuencia indispensable que Hitchcock quería presentarnos sin sonido o su participación en el montaje definitivo. Yo mismo estoy muy consciente del valor de una persona inteligente a tu lado. No pretendo compararme con Hitchcock –nunca podría hacerlo, mucho menos alcanzarlo- pero sé muy bien del desinteresado consejo que puede hacer que tu trabajo tenga mayor alcance. Hoy por hoy, he logrado mis momentos más brillantes con la sabia opinión de Ana Luisa. Por ello creo que todos los diletantes de Hitch tenemos una deuda impagable con Alma. La expresión popular debería modificarse. "Al lado de todo gran hombre hay una gran mujer". Yo creo que él lo sabía bien. Después de obtener la gloria, Hitch dice a su esposa “nunca encontraré una rubia de Hitchcock tan bella como tú”. Ella se conmueve y le responde que esperó 30 años para escucharlo decir eso. El director le contesta: “Es por eso, querida, que me llaman El Maestro del Suspenso”. Sobre los traumas y el temperamento de Hitch, el trato tiránico hacia sus actores, sus obsesiones –particularmente con las rubias-, su conflicto no resuelto con la figura materna, sólo vemos pinceladas. Las que el relato necesita. No más, no menos. Si desean otra aproximación, vean la película para televisión La Chica (Julian Jarrold, 2012), cinta que explora su turbulenta relación con Tippi Hedren durante la realización de Los pájaros (Hitchcock, 1963).
El humor negro tan propio de Hitch no podía faltar en la cinta de Gervasi, desde “prueben los dedos de novia (lady fingers), son dedos auténticos” o “perdona, querida, le dije a la Sra. Bates que podía usar tu camerino” hasta el brillante epílogo, donde confiesa buscar inspiración para su siguiente película. Esta se posa, literalmente, en su hombro. Todo lo anterior en un gran homenaje al cine que nos gusta. 

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