lunes, 29 de julio de 2013

Las cabezas rodando se encuentran

Conocí el cuento La leyenda de Sleepy hollow (1820), del estadounidense Wasington Irving, muchos años después de maravillarme con su adaptación animada, cortesía de los estudios Walt Disney contenida en el díptico Las aventuras de Ichabod y Mr. Toad (James Algar, 1949). La historia hacía alarde del estupendo doblaje de Germán Valdés, Tin-Tán. Su advertencia, cantada originamente por Bing Crosby, ocupó mis temores infantiles: “En la noche de difuntos no hay que andar, ni hay que salir a caminar, fantasmas hay que nos dan horror, pero el Sin Cabeza es el peor”. La imagen del humilde, enamoradizo y comelón pedagogo Ichabod Crane cabalgando por su vida perseguido por el infernal jinete decapitado, es una de las más indelebles de mi memoria. Releer el relato y ver el cortometraje es un rito obligado de mis celebraciones mortuorias. El texto, presentado como un documento “encontrado entre los papeles del difunto Diedrick Knickerbocker”, tiene la verosimilitud del relato oral desde su mismo inicio. Nos ofrece una descripción, con precisión geográfica, del lugar donde habita su protagonista, el pueblo de Sleepy hollow a la orilla del Río Hudson. Como nos dijo el autor, Ichabod, oriundo de Connecticut, era “alto, pero considerablemente flaco, con hombros estrechos, largos brazos y piernas, manos que sobresalían una legua de sus mangas y pies que habrían podido servir de palas, y todas las partes de su cuerpo parecían haber sido unidas apresuradamente y de manera tanto precaria. Tenía la cabeza pequeña y más bien pana por arria, con unas orejas enormes, grandes ojos verdes un tanto vidriosos y una larga nariz guileña que, encaramada sobre su largo cuello, parecía una veleta siempre lista para indicar la dirección del viento”. En el otro extremo se encuentra el fantasmal Jinete sin cabeza, conocido también como “el Hesiano galopante”, espanto local que acosa la imaginación colectiva de los habitantes y es una de sus narraciones predilectas. Me sumo a todos ellos. Ahora que lo pienso, no sé por qué no he escrito con abundancia de él.
Tim Burton, cineasta dueño de mi admiración, dedicó en 1999 su octavo largometraje a la historia de Irving. Es una película impecable, visualmente espléndida, con una lóbrega fotografía de nuestro paisano Emmanuel Lubeski y un aspecto que rinde homenaje a las películas de la casa británica Hammer. La briosa partitura de Danny Elfman, la formidable puesta en escena de Rick Heinrichs y el fastuoso vestuario de Colleen Atwood están al servicio del inteligente guión de Andrew Kevin Walker, todo orquestado con gran destreza por Burton. Su acertado reparto se encuentra entre sus fortalezas, con Johnny Depp a la cabeza –en su tercera colaboración con Burton- que encarna a un Ichabod Crane muy distinto a su original. Y ese es uno de mis aspectos favoritos. De ser un miedoso maestro de escuela –sigue siendo miedoso-, se convirtió en un agente de la Policía de Nueva York (un “Condestable”). Su filosofía de trabajo sirve de ejemplo en mis clases de Criminalística, sobre todo porque representa el cambio del pensamiento del investigador de los delitos en la transición de un milenio (del siglo XVIII al XIX): “¿Cómo sabemos si no lo mataron antes de arrojarlo al agua?”, “¿soy el único que piensa que para resolver los delitos debemos utilizar la ciencia?” o “nunca deben mover el cadáver”. Su maletín de instrumentos para estudiar la escena de un crimen, con sus gafas de aumento y reactivos químicos, es alucinante.
Pero regreso al elenco. A Depp le acompañan Christina Ricci como la bella Katrina Van Tassel, Casper Van Dien como el bruto Brom Van Brunt, Michael Gambon como el cacique Baltus Van Tassel, Jeffrey Jones como el Reverendo Steenwyck, Richard Griffiths –el tío de Harry Potter- como el magistrado Philipse, Ian McDiarmid –el malvado Emperador de la Guerra de las Galaxias - como el Dr. Lancaster, Michael Gough –el Jonathan Harker de El horror de Drácula- como el notario Hardenbrook, Miranda Richardson como la nueva señora Van Tassel y Christopher Walken como el Jinete –con cabeza-. Todos forman parte de una conspiración sobrenatural de ambición y venganza. Coloco en un lugar especial las breves pero significativas apariciones de Martin Landau –el laureado Bela Lugosi de Ed Wood- como la segunda víctima del Jinete y de Sir Christopher Lee –en su primera colaboración con Burton- como el Juez que envía a Crane a investigar esos crímenes brutales y “llevar al responsable para enfrentar su buena Justicia”. Colocado por delante de una muy estadounidense águila en el tribunal, sus alas desplegadas hacen lucir a Lee como el gran vampiro que es. Y los momentos donde aparece el Jinete son espectaculares. Encarnado por el artemarcialista Ray Park –el Darth Maul del Episodio I de la Guerra de las Galaxias-, la producción tomó la decisión acerada de eliminar su cabeza digitalmente en lugar de la opción económica de emplear un efecto físico que siempre resultaría falso. El espíritu malvado es ágil con la espada y el hacha, y no hace distinciones en su matanza. Incluso se embolsa la cabeza de un niño. La sangre, espesa y de un color rojo vibrante, corre a raudales.
Las obsesiones de Burton están muy presentes, desde su característico espantapájaros –que no es otro que Jack Skellington-, su enjaulado cardenal –como en Batman inicia-, su doncella de hierro, la actuación especial de su entonces pareja Lisa Marie –a quien vimos en Ed Wood, Marcianos al ataque y El planeta de los simios- y el molino de viento de la escena final, que no sólo apareció en Frankestein (James Whale, 1931), Las novias de Drácula (Terence Fisher, 1960) y su propia Frankenweenie (1984 y 2012). Ese árbol torcido y siniestro, “el portal entre dos mundos”, es majestuoso.

El Jinete sin cabeza se niega a morir. Es visitado continuamente en el cómic, la literatura y la cultura musical. Lo enfrentaron Kolchack, el cazador nocturno y Los verdaderos Cazafantasmas. Ahora pretende revivir en la televisión gracias a los oficios de Alex Kurtzman y Roberto Orci, dupla de escritores de la que platicado en este espacio. Sus avances, visual y técnicamente prometedores, no dejan de plantearme dudas. En ellos enfrenta a dos oficiales de policía de nuestro tiempo. ¿Podrá el Jinete reiniciar su carrera en este milenio? Esa es una duda que nos hace a muchos perder la cabeza.

2 comentarios:

  1. Hola Roberto

    Solo quiero saludarte y expresarte mi admiración, soy un gran fan de tus programas y te he seguido desde Testigos del Crimen y Horroris Causa, ¿qué pasó con los podcast? ya no van a publicar más?

    Dónde puedo conseguir más libros de autores como Robert Ressler, Dr Michael Stone, etc. sólo he conseguido un libro de Robert Ressler que es el de Asesinos en Serie y nada más, te envió un afectuoso saludo desde San Luis Potosí

    Ignacio Velasco

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  2. Mil gracias por pasar por aquí, Ignacio. Los podcast están en animación suspendida por ahora pero pronto les tendré una sorpresa. Te mando un abrazo hasta San Luis Potosí.

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