jueves, 5 de noviembre de 2009

Una de vampiros.

El genio detrás de Nosferatu
Naief Yehya

En 1922 Friedrich Wilhelm Plumpe terminó su adaptación fílmica de la novela Drácula de Bram Stoker. Los herederos de Stoker demandaron al director germano y las autoridades lo obligaron a destruir todas las copias de la película Nosferatu. De no ser porque sobrevivieron clandestinamente copias pirata, hoy Plumpe, mejor conocido por su nombre artístico F.W. Murnau (dic. 1888-mar. 1931), difícilmente sería parte del panteón de los más grandes directores de todos los tiempos. Esto es irónico si se considera que aparte de Nosferatu, Murnau realizó una filmografía fabulosa.
Si en algún lugar los vampiros han alcanzado la inmortalidad es en el cine; aparecieron por primera vez en The vampire, de Robert G. Vignola, de 1913, y desde entonces son presencias permanentes en la pantalla. Pero entre todas las encarnaciones de estos seres, desde Bela Lugosi en Drácula (Tod Browning, 1931) hasta Robert Pattinson, en Twilight (Catherine Hardwicke, 08), siempre destaca Max Schreck, el aterrador conde Orlock de Nosferatu. Éste es un filme de una enorme importancia, ya que no solamente se trata de una obra maestra en términos estilísticos, técnicos y poéticos, sino que es una cinta visionaria que refleja de manera prodigiosa la Zeitgeist de Alemania tras la Primera Guerra Mundial (un conflicto en el que Murnau combatió como piloto) y anticipa el advenimiento de la “plaga” (Nosferatu puede ser traducido del griego como portador de la plaga) del nazismo. Nosferatu ha logrado eclipsar al resto de la filmografía de uno de los directores más representativos de la era del cine mudo, un autor que se valió de innovadores (y “dramáticos”, como él los llamaba) ángulos de cámara, películas de diferentes colores, cámaras móviles, escenografías alucinantes y una vertiginosa edición para dar forma a un cine expresionista que sería intensamente imitado. Murnau filmaba continuamente en locaciones, las cuales lograba integrar como expresiones del ánimo y carácter de sus personajes.
Kino Internacional ha lanzado una excelente selección de obras de Murnau en un set de seis DVD que incluye El castillo embrujado (1921), Nosferatu (1922), Las finanzas del Gran Duque (1924), La última carcajada (1924), Fausto (1926) y Tartufo, el hipócrita (1926, la única de estas cintas que fue estrenada en México en la década de los veinte). Estos filmes, en versiones restauradas, son un invaluable testimonio del genio de Murnau, de la variedad de registros de su obra, la cual va de la comedia ligera de Las finanzas…, que narra los aprietos del benévolo dictador de la diminuta isla-imperio de Ábaco, hasta el terror espectral de Nosferatu, pasando por La última carcajada, la desoladora historia del portero de un lujoso hotel que pierde su empleo y con esto su vida se desmorona. Esta obra, estelarizada por el legendario Emil Jannings, es en particular notable por el uso de la cámara para presentar el punto de vista del personaje, además de que no emplea intertítulos. Así mismo, aquí Murnau echa mano de una variedad de recursos y estilos, de movimientos de cámaras (paneos, travelings, tracking shots y zooms) hasta entonces poco usados. La última… se aleja un poco del expresionismo que caracteriza la obra de este realizador, ya que se trata de un filme Kammerspiel (cine de cámara), es decir, que tiene un estilo más austero, claustrofóbico y formalmente limitado, además de que aborda una temática social.
El Fausto de Murnau fue una gigantesca producción que le ganó su invitación a Hollywood y es otra joya del cine mudo, que combina elementos del relato tradicional de Fausto con las versiones literarias de Goethe y Marlowe. En ella Jannings aparece como un inquietante Mefistófeles que ofrece a Fausto (el sueco Gosta Eckman) la oportunidad de revivir su juventud a cambio de su alma. Nuevamente aquí el director crea un universo altamente estilizado e irreal, que si bien parece sacado de un cuadro de Pieter Brueghel súbitamente se torna dolorosamente realista. Fausto es un filme sobrecogedor, un intenso torbellino de una belleza espectacular, una obra maestra de la dirección artística, repleta de apariciones fantásticas y momentos de humor que permiten una reflexión seria en torno a la naturaleza del mal: “Si el diablo puede corromper a un solo hombre, Fausto, entonces toda la tierra será suya”.
La adaptación del Tartufo, de Molière, filmada por Murnau, sigue la fórmula del filme dentro de un filme, de manera que la historia se sitúa en los años veinte. El ama de llaves de un anciano logra convencerlo de dejarle toda su fortuna y despojar a su nieto. Este último se hace pasar por proyeccionista itinerante de cine, con lo que convence a la desconfiada ama de llaves de dejarlo entrar a la casa del abuelo. El filme que elige para mostrarle es precisamente el Tartufo. Éste es otro filme de cámara, íntimo, con pocos personajes y, sin duda, narrativamente menos complejo que sus obras más conocidas, sin embargo es una notable muestra de su talento como director de actores y su genio en el uso del close up. Esto ha hecho que se le considere un filme menor. Murnau dirigió esta película a petición de Jannings, quien interpreta el papel del hipócrita del título. Lo que es admirable es que entre el director y su guionista, Carl Meyer, lograron traducir el humor en alejandrinos de Molière a imágenes, chistes visuales, humor físico, gestos en close up extremo y otros recursos.
Murnau murió precozmente a los 43 años. Es conveniente regresar a sus películas, a sus obras de arte para redescubrir a un cineasta que erróneamente creíamos conocer.

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