lunes, 21 de febrero de 2011

Crítica sangrienta

En complemento a mi entrada anterior, transcribo lo que mi amigo Rafael Aviña escribió sobre la versión estadounidense de Déjame entrar el pasado viernes 21 de enero de la sección Primera fila del diario capitalino Reforma.


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Revivir el terror
Rafael Aviña

Déjame entrar (2008), original película sueca de Tomas Alfredson inspirada en la novela homónima de John Alvijde Lindqvist, presuponía una refrescante revisión al mito fílmico vampírico en un momento en el que Hollywood apostaba por cursiladas de fórmula como la saga Crepúsculo.
En ese sentido, la nueva versión estadounidense resulta atractiva, no tanto por los cambios, que en realidad son mínimos –la relación entre Abby y su supuesto padre-, o sus secuencias de acción gore poco más sangrientas que la original, o su ritmo más intenso, sino por las aportaciones al género que una producción europea de bajo imponía al mercado hollywoodense.
Resulta interesante también el hecho que Déjame entrar (Gran Bretaña-Estados Unidos, 2010) marca el regreso de la mítica compañía inglesa Hammer Films, especializada en películas de horror y fantasía y del joven realizador Matt Reeves, responsable de Cloverfield. Monstruo, hiper estilizada, subversiva y muy entretenida revisión del cine de terror paranoico de los años 50, pero desde la perspectiva de ese malestar posterior al 11 de septiembre a medio camino entre Godzilla y El proyecto de la bruja de Blair.
El gélido escenario del complejo de departamentos de Estocolmo, es trasladado a un lugar muy similar en Nuevo México a principios de la década de 1980, con un reparto muy competente en particular sus protagonistas infantiles.
Ahí se desarrolla la historia de Owen (Smit-McPhee de El último camino), un niño solitario con problemas de comunicación cuyos padres están en proceso de divorcio, objeto de abuso por parte de algunos de sus compañeros y la conmovedora relación que sostiene con Abby (Chloë Moretz, Kick-Ass), una extraña niña recién mudada al vecindario que vive con su padre (Richard Jenkins), huele mal y parece no tener nunca frío.
Al mismo tiempo, empiezan a ocurrir una serie de brutales asesinatos que la policía atribuye a un culto satánico.
Se trata sin duda de un remake bastante digno y realizado con eficacia que aprovecha la paranoia política reaganiana de los 80 y el desafoque y los escenarios en penumbra como una propuesta estética para sugerir mayor violencia.
Hay momentos de enorme intensidad como la escena final en la piscina o el instante en que Owen no permite la entrada a Abby a su hogar, en un filme válido a su vez por temas cotidianos como la marginación infantil y el tan de moda bullying escolar.

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