martes, 4 de octubre de 2011

La pieza que falta en el rompecabezas

Resulta irónico que el elemento que fortaleció y volvió memorable una mediana B movie de 1985, La hora del espanto (Fright nigth, Tom Holland, 1985), sea el más débil en su reelaboración para el nuevo milenio (Noche de miedo, Frigth night, Craig Gillespie, 2011), un remake disfrutable que tiene como virtud vindicar la figura del vampiro que tanto minó la saga Crepúsculo. Y ese elemento es Peter Vincent, el intrépido cazador de vampiros. Ya mencioné que fue interpretado en su momento por el veterano Roddie McDowall como un homenaje a Peter Cushing, Vincent Price y las cintas de la casa Hammer. Ahora le da vida David Tennant, actor escocés que se distingue por haber interpretado al Dr. Who y al demente “Barty” Crouch en Harry Potter y el cáliz de fuego (Mike Newell, 2005). Su Peter Vincent ya no es un actor decadente que presenta viejas películas de horror en la televisión, sino un mago (tipo Criss Angel, “Mindfreak”) de un espectáculo de Las Vegas, extravagante, alcohólico, atraído por la figura del vampiro (posee una impresionante parafernalia relacionada con los hijos de la noche) porque sus padres fueron muertos por uno. Creo que ese es su principal error. En el guión de Tom Holland (el de 1985) su encanto radicaba en el súbito conocimiento que el universo ficticio que le dio popularidad por años era una terrible realidad. Tenía entonces que vencer sus miedos y hacer frente al monstruo, armado por la experiencia que ganó a lo largo de los años en el cine.
Por lo demás, la cinta funciona muy bien. La acción inicia inmediatamente (a diferencia de su predecesora), su escenario es verosímil y posee actuaciones competentes, comenzando por su malvado protagonista Jerry (Collin Farrel), una presencia que proyecta la energía sexual y malevolencia inherentes al personaje. Cuando el valiente Charlie Brewster (Anton Yelchin) intenta rescatar a su desafortunada vecina Doris (Emily Montague) de la casa del vampiro, se ocultan a escasos metros de él. En ese punto me dije “si no se ha dado cuenta de su presencia, me va a decepcionar”. Escapan afortunadamente, indemnes en apariencia. Pero al poner un pie en el exterior, la chica estalla y se convierte en un montón de cenizas (se ha transformado en vampiro) mientras en el interior Jerry, sonriente, se regodea en lo inútil del esfuerzo del chico. Esa es la esencia del vampiro. Es como un gato que se divierte con el temor del ratón. Se encuentra a la cabeza de la cadena alimenticia. Ya lo aclaraba en una conferencia magistral el vampiro Weyland (en la novela de 1980 El tapiz del vampiro, de Suzie McKee Charnas), “en la naturaleza, los depredadores no se permiten el lujo de esas tristezas y melancolías románticas que los seres humanos les atribuyen”.
Pero regresemos a la cinta que nos ocupa. Al terminar de verla me sentí satisfecho pero con una sensación semejante a cuando terminas de armar un gran rompecabezas y te das cuenta que te falta una pieza para completarlo. Cuando terminas de lamentarte, te enfocas en el siguiente. Así, confío que será la primera de una serie de cintas que nos devolverán al monstruo que tanto admiramos.
                                           

No hay comentarios:

Publicar un comentario