Más allá de cualquier malestar por la desorganización del Hallow Fest, triunfa mi felicidad por haber conocido a George Andrew Romero, el hombre que redefinió la imagen del zombi cinematográfico. Roger Corman dijo alguna vez que “los hombres capaces de proyectar los mayores horrores suelen ser las mejores personas”. Romero lo confirma. Amable y receptivo al entusiasmo de sus seguidores, se toma tiempo para hablar con ellos, apenarse por las alabanzas que le dedican e incluso para avisar cuando el flash de la cámara no se activó en la obligada fotografía. Es un hombre dos veces grande. En mi encuentro con él pude reconocerle, en un torpe inglés debido al nerviosismo, que su película me enseñó que el horror puede ser respetable. Me refería –por supuesto- a La noche de los muertos vivientes (1968), cinta que creció hasta convertirse en objeto de culto, estudiada por eruditos de la Historia , la Sociología , las Ciencias Políticas, la Comunicación y la Medicina , parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Una obra maestra del horror, en resumidas cuentas. Muchos se afanan en minimizar la trascendencia de la película y el talento de su artífice, pero a ellos puedo responder: el creador de una historia capaz de sobrevivir el paso del tiempo, que se puede estudiar desde tantas aristas, es un gran cineasta. Y lo curioso es que Romero no imaginaba el alcance de la cinta. Imagino su rodaje muy similar al del grupo de niños de Súper 8 (J. J. Abrams, 2011), alimentados por el entusiasmo y la magia del séptimo arte, conscientes del poder de la fantasía y el horror. Coincidentemente –gracias a mis queridos Samantha Patiño y Guillermo Benítez- pude ver esa misma noche El diario de los muertos (2007), quinta entrega de la saga zombi del Maestro Romero. Si el desconocimiento de las causas del despertar de los muertos era una de las principales angustias de los protagonistas de la primera cinta –y uno de sus principales aciertos-, la abundancia de información no es de mucha ayuda en esta ocasión. El Internet –con sus miles de blogs, el Facebook y el Youtube-, con sus numerosas voces, sólo contribuye al caos. El mismo caos que reinó en el Hallow Fest, del que se quejan docenas de devotos. Romero seguro se sintió en los zapatos de los personajes –no zombis- de sus películas. Ello me obliga a reprochar que una figura de su tamaño haya sido el centro de una actividad que tanto decepcionó a muchos. Si el evento hubiera estado en mis manos habría reunido a un panel de expertos –desde cinéfilos hasta epidemiólogos- para disertar sobre su obra. El zombi debió ser pues el protagonista del festival, no vampiros –charla a la que fui convocado- ni asesinos en serie. Espero que esto no ahuyente al padre de los zombis modernos y confío –como dice la canción- que habrá tiempos mejores, porque aún hay George Romero para rato.
110% de acuerdo en todo lo que dices Roberto, no es tanto el enojo de la pésima organización del evento, o más bien su completa falta de esta; la imagen que dejamos los mexicanos a papa Romero, y la falta de respeto por parte de estas personas hacia no solo una pelicula de culto, si no a toda una cultura, es lo que enfurece más. Una verdadera lástima, pero por lo menos se pudó tener la experiencia de poder estar en la misma habitación con este gran maestro del cine.
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