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lunes, 15 de diciembre de 2014

Una pequeña dosis de spoilers (sobre The Strain)

Regreso a la cuestionable libertad de hablar sobre obras que muchos no conocen. Como ya dije, vivimos en un mundo globalizado, donde los avances tecnológicos nos bombardean de todo tipo de información a todas horas, todos los días. Hace no mucho discutía sobre ello en redes sociales. ¿En cuánto tiempo es políticamente correcto hacer un spoiler? Incluso mi amigo Luis Reséndiz me compartió una tabla de valores para ampararme. Pero concedo a mi también amigo Jorge Llaguno la razón cuando me señala que siempre habrán nuevas generaciones que deseen acercarse a un libro, sin importar que tenga 200 años de aparecido. Atendiendo esto, hay que ser precavido y advertir al lector cuando se piense hacer comentarios que puedan arruinar la sorpresa del hallazgo. Hace unas semanas, inmediatamente después de su transmisión en Estados Unidos, la productora AMC publicó en medios electrónicos una fotografía que anunciaba la muerte de un personaje principal de The Walking dead antes de que ojos latinoamericanos vieran el capítulo. Es comprensible la molestia que generó este “auto gol” entre sus devotos. En el caso que hoy nos ocupa, la distancia de semanas me permite hacerlo, y ruego a quien no haya visto la recientemente concluida primera temporada de la teleserie The Strain que interrumpa la lectura de este texto. Y creo que soy exagerado, pues sucedió algo similar al programa de zombis cuando el canal FX hizo público el aspecto del gran villano de la serie, Jusef Sardú, conocido como El Amo.
La cosa no pintaba mal. Apareció desde el inicio del primer episodio, vagamente, como un manchón. Posteriormente como un bulto de tela vieja que repentinamente se erguía, despachaba a su víctima y escapaba con rapidez. Pero el efecto no duró demasiado tiempo. En mi humilde opinión, El Amo debió ser una de las principales fortalezas de la producción de Carlton Cuse, fraguada a partir de la trilogía novelística escrita por nuestro paisano Guillermo del Toro y el autor de ficción Chuck Hogan. El mismo Del Toro no fue feliz con la apariencia de El Amo, como muchos de nosotros. Y lo intuía. Un artista como él, que nos ha mostrado criaturas verdaderamente imaginativas y aterrorizantes, no podía estar complacido con el resultado. Así lo reconoció en una entrevista la publicación Speakseasy:
Creo que, sinceramente, la mitad de una criatura es la forma en la que se revela, y creo que El Amo, en retrospectiva, lo hizo con una iluminación que yo no hubiera utilizado. Estaba filmando Crimson Peak durante esos episodios, por lo que lo único que podía hacer era seguir los informes diarios de producción […] El departamento de efectos visuales no puede hacer nada respecto a la cinematografía, y pienso que la presentación de El Amo debió ser más impactante, de manera paulatina. Yo no lo veo como el típico vampiro flacucho. Es un gigante de 2.23 metros, por lo que debe tener un rostro brutal, y creo que me quedaré con eso. Asumo la responsabilidad por esa parte.
Los autores lo describen así:
El Amo lo miró desde arriba, su cabeza inclinada bajo el techo. Se llevó sus manos inmensas a su capucha y la retiró de su cráneo. Su cabeza era lampiña y sin color. Su boca, labios y ojos no tenían tonalidad alguna, y estaban ajados y desteñidos como linos raídos. Su nariz era negra y desgastada como la de una estatua al aire libre, una simple protuberancia con dos huecos negros. Su garganta palpitaba con la pantomima hambrienta de la respiración. Su piel era tan pálida que parecía transparente. Visibles detrás de la carne, como un mapa difuso de un reino antiguo y en ruinas, sus venas desprovistas de sangre, rojizas y dilatadas; eran los gusanos sanguíneos circulando, los parásitos capilares arrastrándose debajo de la piel cristalina de Amo.
No me conflictúa la elección de casting, pues quien lo interpreto, el enorme ex luchador convertido en actor Robert Maillet (lo vimos enfrentar a Robert Downey, Jr. en la primera Sherlock Holmes de Guy Ritchie), pese a que fue doblado por la penetrante voz de Robin Atkin Downes, no me convenció del todo. Más de un conocedor del tema me dijo que más que temor, le provocó abrazarlo, que era muy parecido al sapo galán y simpático Patas verdes, protagonista del serial de mi infancia Odisea Burbujas. En lo personal, creo que El Amo debió ser más cercano a la intención de su par de Penny dreadful, programa del que hablé recientemente. Juzguen ustedes.

En lo demás, aunque se omitieron muchas situaciones interesantes de los libros, se acortó la vida de algunos personajes y se agregaron algunos nuevos –al igual que muchos momentos-, el producto fue satisfactorio. Como en los libros, no hay concesiones. Los vampiros de Del Toro no discriminan. Ni siquiera a los niños. The Strain plantea un escenario promisorio para una siguiente temporada. Sólo resta esperar.

martes, 9 de diciembre de 2014

Horrores a penique

Solían llamarse penny dreadfuls a las publicaciones periódicas que proliferaron en la Inglaterra del siglo XIX. Su baja calidad de impresión se reflejaba en su costo (el penique de su nombre) y eran dirigidas fundamentalmente a la clase trabajadora, ávida de una lectura de evasión acorde a sus magras posibilidades económicas. Sus temas eran mórbidos a todas luces: asesinatos arrancados de la nota roja, incestos, violaciones, accidentes ferroviarios, noticias de nacimientos de bebés deformes y demás tragedias. Uno de los más vendidos fue The string of pearls: A romance, aparecido entre 1846 y 1847 en The People's Periodical and Family Library. Daba cuenta del supuesto caso criminal, elevado a leyenda, de Sweeney Todd, el barbero demoníaco de la calle Fleet. Traté el tema con Guadalupe Gutiérrez en el desaparecido podcast Testigosdel Crimen. Pero no nos desviemos. Todo era mayormente tomado de la realidad pero había cabida para la ficción. De la mano a los albores de la revolución industrial, los editores se dieron cuenta de su enorme potencial pues la lectura era considerada algo exclusivo de las clases acomodadas, quienes podían darse el “lujo” de comprar libros. Fue el momento donde se cobró consciencia del horror como un gran negocio.
El calificativo también da título a la serie de televisión coproducida por Estados Unidos e Inglaterra y creada por el laureado John Logan. El hombre es responsable de los guiones de Gladiador (Ridley Scott, 2000), La máquina del tiempo (Simon Wells y Gore Verbinski, 2002), El Aviador (Martin Scorsese, 2004), Sweeney Todd, el barbero demoníaco de la calle Fleet (Tim Burton, 2007), Hugo (Martin Scorsese, 2011), Operación Skyfall (Sam Mendes, 2012) y la venidera aventura del espía al Servicio de su Majestad, Spectre, que también será dirigida por Mendes. En muchas formas, el premiado cineasta es también responsable de estas líneas. Logan, un dramaturgo oriundo de San Diego, California, escribe una propuesta profundamente respetuosa al espíritu de la época que tanto adoro, un auténtico homenaje a los mitos básicos de la literatura de horror que los amalgama a la perfección, de manera orgánica, sin lucir como un pastiche forzado ni pretensioso. En lo que a mí respecta, a unos cuantos días de finalizar el año, Penny dreadful es la mejor teleserie de 2014.
Londres, 22 de septiembre de 1891. En un sombrío y humilde hogar victoriano, una madre y su hija son brutalmente masacradas por un ser que no vemos a cuadro, mientras en otro lugar, de manera casi frenética, la psíquica Vanessa Ives (Eva Green) reza a una cruz colgada en su pared. El hecho despierta la duda del regreso del célebre criminal conocido como Jack el destripador. A la mañana siguiente, Ives asiste al espectáculo del encantador y sobresaliente tirador estadounidense Ethan Chadler (Josh Hartnett), a quien recluta para una misteriosa misión. Esa misma noche se reúnen con el acaudalado expedicionario Sir Malcolm Murray (Timothy Dalton), con quien acuden a un fumadero de opio y enfrentan la otredad, un mundo oculto para el resto de los mortales. Su encuentro los lleva a consultar al arrogante Víctor Frankenstein (Harry Treadaway), joven médico obsesionado con el estudio del cuerpo humano que aporta información relacionada, como revela en excéntrico egiptólogo Ferdinand Lyle (Simon Russell Beale), con el Libro de los Muertos de la cultura egipcia y un extraño significado relacionado con la sangre. Él invita a Sir Malcolm y Vanessa a una suntuosa reunión donde conocen al intrigante Dorian Gray (Reeve Carney) y a la espiritista Madame Kali (Helen McCrory), quien ayuda a abrir puertas que no deben ser cruzadas. Todos poseen demonios internos que inevitablemente saldrán a la luz.
En ocho episodios, el programa nos presenta con habilidad las principales preocupaciones de una época y la imaginación poderosa y perdurable de algunos de sus autores más sobresalientes, como Mary ShelleyBram Stoker y Oscar Wilde, además de hacer alusiones a brillantes poetas románticos como Percy Shelley, William Wordsworth y John Keats. Y ni qué decir del Paraíso perdido de John Milton o de la poderosa presencia de William Shakespeare, inevitable dados los inicios creativos de Logan. Al bondadoso Vincent Brand (Alun Armstrong), cabeza de una compañía de Grand Guignol, debo una de las líneas que más me conmovió de la serie. Y está dirigida a uno de los seres más inocentes e incomprendidos de la literatura: “Hay un lugar donde los malformados consiguen gracia. Donde los feos pueden ser hermosos. Donde lo extraño no es rechazado, sino celebrado. Ese lugar es el teatro”.

Un elenco preciso –en el que sobresale la inquietante belleza de Green-, espléndidas locaciones en la ciudad irlandesa de Dublín, una elegante fotografía de Xani Gimenez, una briosa partitura de Abel Korzeniowski y la dirección alternada de talentos como Juan Antonio Bayona –responsable de dirigir El Orfanato-, Dearbhla Walsh, Coky Giedroyc y James Hawes complementan de gran manera el talento de Logan. Su gran recepción, entre el público y la crítica, le valió automáticamente el mérito de una segunda temporada que sin duda todos los nuestros –los que amamos estos territorios- esperamos con ansia. Porque yo, como Ives, creo en maldiciones, creo en demonios y creo en monstruos. ¿Y tú? Las posibilidades de Penny dreadful son inmensas.

martes, 14 de octubre de 2014

Virus y vampiros (sin spoilers)

Escribir sobre películas o series de televisión que la mayoría de tus correligionarios –porque el horror y los vampiros son nuestro credo- no han visto, me supone un gran dilema. Lo último que deseo es estropear la sorpresa a nadie, fomentar la cultura del llamado spoiler. No olvido cómo un joven Homero Simpson dijo a su futura esposa Marge, al salir de ver El Imperio Contraataca (Irvin Kershner, 1980) y ante furiosos aficionados, “quién hubiera pensado que Darth Vader era el padre de Luke”. Como nos lo enseñó el amarillento personaje, no todos los spoilers son intencionales. Por otra parte, está mi entusiasmo. Es cierto que las obligaciones cotidianas muchas veces te impiden mantenerte actualizado, pero vivimos en un mundo globalizado donde se puede acceder con gran facilidad a la información gracias a la tecnología. Por ello, a más de cinco años de su publicación, hablaré mayormente sobre la trilogía de novelas que propició la serie de televisión desarrollada por Carlton Cuse –el mismo de Bates motel- que se estrenará –en Latinoamérica- en unas horas.
Lo primero que diré es que The Strain es una historia que reivindica al vampiro clásico que me gusta: malvado, consciente que se encuentra a la cabeza de la cadena alimenticia. No brilla ni vive en los bosques como las hadas de Disney ni los engendros de Sthepanie Meyer. Su procedencia es completamente –al menos en un principio- explicable desde la arista de la ciencia y la racionalidad. Lo vemos desde su título, La Cepa, tomado del nombre que da la Biología o la Epidemiología a variantes taxonómicas de virus, bacterias u hongos. Escritos por nuestro paisano Guillermo del Toro y el autor de ficción Chuck Hogan, los libros son un verdadero examen para los devotos del cineasta. Su universo completo está ahí, desde referencias a situaciones y personajes que bien conocemos a través de sus películas y menciones a sus obsesiones y sus seres amados, desde su esposa Lorenza hasta su cinefotógrafo de cabecera Guillermo Navarro. La narración entera, plena de detalles e historias tangenciales, fue concebida para ser trasladada a la pantalla chica. Este medio es el que más le conviene. En su momento se habló de la intención del tapatío de llevarla al cine, pero esto la hubiera limitado terriblemente. Cada uno de los libros ofrece, por lo menos, material para una temporada completa.
Me animé a ver la serie, estrenada en Estados Unidos hace varias semanas, gracias al internet y a la falta de respuesta de sus exhibidores –el Canal FX de Latinoamérica- en las redes sociales ante mis insistentes preguntas sobre su fecha de estreno en nuestro país. Su inicio, en deuda indiscutible con Drácula de Bram Stoker, es inmediatamente prometedor: Un enorme avión Boeing 767, procedente de Berlín, aterriza en el aeropuerto internacional John F. Kennedy de la Ciudad de Nueva York e inmediatamente interrumpe comunicaciones con las autoridades. Apaga sus luces interiores y tiene sus ventanillas cerradas, excepto una. La paranoia posterior al 11 de septiembre pone en alerta inmediata a todas las corporaciones gubernamentales, entre ellas el Centro de Control de Enfermedades (CDC, en sus siglas en inglés), por las enormes posibilidades de un nuevo ataque terrorista. Luego de una tensa espera, ingresan en el aparato. El primero en hacerlo es el Dr. Ephraim Goodweather (Corey Stoll), cabeza del Proyecto Canario de la institución, un grupo especial de respuesta rápida a amenazas biológicas. Junto a su colega, la Dra. Nora Martínez (Mía Maestro), hace un terrible descubrimiento: sus 206 ocupantes –pasajeros y tripulación- están muertos y hay cuatro sobrevivientes. Este es el inicio de una pesadilla que amenaza con diezmar a la humanidad. “El fin de nuestra civilización es el inicio de la suya”, decía su publicidad. Esto llevará a los científicos a integrarse a un poco ortodoxo equipo de cazadores de vampiros: el ucraniano exterminador de ratas Vasiliy Fet (Kevin Durand) y el pandillero latino Agustín Elizalde (Miguel Gómez), todos dirigidos por el anciano Abraham Setrakian (David Bradley), sobreviviente del Holocausto Nazi que ha visto dos rostros de la verdadera maldad. Todo envuelve la llegada de Jusef Sardú, también conocido como El Amo (el gigantón Robert Maillet con la voz de Robin Atkin Downes), ayudado por su acólito Thomas Eichhorst (Richard Sammel) y la alianza profana que hizo con el moribundo magnate Eldritch Palmer (Jonathan Hyde), cabeza del siniestro Grupo Stoneheart y homenaje a la novela Los tres estigmas de Eldritch Palmer de Phillip K. Dick.
La factura del programa es impecable, desde su fotografía (debemos la de cuatro episodios al mexicano Gabriel Beristáin, quien ya colaboró con “El Gordo” en Blade 2) hasta su puesta en escena que da vida de forma convincente a los monstruos tal y como fueron concebidos por Del Toro y Hogan. También están sus guiños, desde la narración de Lance Henriksen, la fugaz aparición del mago del maquillaje Rick Baker hasta la de Doug Jones, a quienes recordarán como Abe Sapien en el –aún- díptico de Hellboy o como el Fauno en la más laureada de sus obras.
Y repito que todo está ahí, como sus tan queridos subterráneos. Su Goodweather no es otro que el epidemiólogo Peter Mann (Jeremy Northam) de Mimic (1997) o el malvado Palmer, ansioso por obtener la vida eterna, es sin duda el Dieter de la Guardia (Claudio Brook) de su ópera prima La invención de Cronos (1992) o el decadente vampiro Eli Damaskinos (Thomas Kretschmann) de Blade 2 (2002), con sus órganos corporales en frascos de vidrio. Los vampiros de la dupla provienen sin duda de la cepa bautizada como Reaper en Blade 2, calvos y con ese apéndice en sus bocas con el que beben la sangre de sus víctimas en lugar de los tradicionales colmillos.

Antes que la serie concluyera su primera temporada, por su gran aceptación entre el público y la crítica, sus productores anunciaron la realización de una segunda. Ya comentaremos más de ella en un futuro no lejano.

martes, 30 de septiembre de 2014

La gran paradoja

En tiempos recientes, las películas o series televisivas que se basan en materiales que se crearon originalmente en otros medios (literatura o videojuegos, fundamentalmente) han demostrado que no necesariamente tienen un gran apego a su fuente de procedencia. En algunos aspectos, no las culpo. Ya he reconocido que lo que funciona bien en la página impresa no necesariamente lo hace al trasladarse a la imagen en movimiento. Ejemplos sobran. Ayer se estrenó –en Latinoamérica- uno más de ellos, Gotham, programa desarrollado por Bruno Heller a partir de “personajes publicados por DC Comics”. Y esa forma de decirlo fue la más correcta. Hubiera deseado que apareciera la leyenda “basada en personajes creados por Bill Finger y Bob Kane”, lo que rectificaría una injusticia creativa de 75 años. Y vindicaría a Finger, quien dio nombre a la caótica urbe de su título. Pero en perspectiva, es lo más apropiado, pues sus productores han anunciado que aparecerán villanos como Víctor Fries, alias Mr. Freeze, ideado por David Wood, Sheldon Moldoff y Kane o su tocayo el psicópata Víctor Zsasz, creación de Alan Grant y Norm Breyfogle. Pero que Kane –sin restarle mérito- no haya recibido toda la gloria, es suficiente por el momento.
A primera vista, en lo referente a lo técnico, el programa es irreprochable. Fue filmado en Nueva York aunque hubiera preferido que se hiciera en Chicago, por exactitud histórica. Como se anunció, sigue los inicios de la carrera del Detective James Gordon (Ben McKenzie) en la corrupta y problemática Ciudad Gótica y el doble homicidio del acaudalado matrimonio Wayne, lo que marcará el inicio de nuestro futuro héroe. Todo presentado como una suerte de precuela que sin duda busca empatar con otros proyectos recientes de la empresa como Arrow y el venidero The Flash, y tratan de poner a DC a la par de su principal competidora, Marvel, en una pugna desigual en la que los segundos llevan una clara delantera. Pero pese a esto, otorgándole el beneficio de la duda, la serie me representa dos grandes paradojas. La primera, de triunfar el joven e idealista Gordon en su cruzada por erradicar el crimen y la corrupción en su ciudad, el surgimiento de Batman sería innecesario. Y la segunda, el crimen y la corrupción citadinos son indispensables para el nacimiento del héroe, así que somos testigos de una guerra perdida. Batman nunca sería necesario en un lugar donde sus instituciones son eficientes y se rigen por la legalidad. Y el hartazgo de Gordon lo convertirá en un futuro gran aliado, en un complemento, tal como ya nos lo demostraron Frank Miller y David Mazzucchelli en la indispensable Batman: Año Uno.
Las libertades son inevitables. El fiel seguidor de las hazañas del enmascarado en la historieta se divertirá encontrando una gran cantidad de guiños, que no comento ahora para no fortalecer la cultura del spoiler. Por lo pronto me sumo completamente al sentir de mi querido Raúl Camarena: “Al final del día es una reinvención del mito como pasó con Smallville o en cualquier película de superhéroes. No es igual el Batman de Nolan al de Burton y así. Siempre habrá puristas, pero la realidad es que si no se reinventa el mito, termina por agotarse, esa es la esencia de la adaptación. Y Gotham, sin ser perfecta, tiene mucho potencial para contar una historia de origen”.

Seguiremos informando...

viernes, 14 de febrero de 2014

Tercera caída

"Dígame, Watson: ¿no siente usted una especie de escalofrío o estremecimiento cuando mira las serpientes en el parque zoológico y ve esos bichos deslizantes, sinuosos, venenosos, con su mirada asesina y sus rostros malignos y achatados? A lo largo de mi carrera he tenido que vérmelas con cincuenta asesinos, pero ni el peor de todos ellos me ha inspirado la repulsión que siento por este individuo".-Sherlock Holmes en La aventura de Charles Augustus Milverton (1904) de Arthur Conn Doyle.

Han pasado varias semanas desde el final de la tercera temporada de la teleserie británica Sherlock, así que asumo que todos lo han visto y puedo escribir libremente. Su último voto (His last vow), cuyo guión es autoría del co creador del programa Steven Moffat, toma como base uno de los cuentos escritos por Arthur Conan Doyle sobre su personaje más prestigiado, La aventura de Charles Augustus Milverton, y juega con el título –y hace referencias- de su aparición final, Su último saludo al escenario (His last bow, 1917).
Para comenzar, muchos podrían cuestionar su desenlace. El mismo Holmes (Benedict Cumberbatch) aclara su posición. Dice a su enemigo “No soy un héroe. Soy un sociópata altamente funcional”, antes de hacer lo inesperado. Su decisión, pese a lo que nos aclara, es la de la persona que está dispuesta a sacrificarse, a mancharse las manos y renunciar a su esencia, en aras de lograr el bienestar de otros. ¿No es eso ser un héroe? El malo del capítulo es Charles Augustus Magnussen, encarnado por el actor danés Lars Mikkelsen (muchas seguramente le dirán cuñado, pues es hermano del muy famado Mads Mikkelsen, mejor conocido por ser el Hannibal Lecter televisivo). Su apellido original seguramente fue cambiado pues Milverton suena muy semejante a Middleton, la madre de un potencial heredero al trono de Inglaterra. De ser un tratante de arte –como lo describe Conan Doyle- se nos presenta como un magnate de los medios de comunicación, muy en deuda con William Randoph Hearst o Rupert Murdoch. Es un sujeto poderosísimo, frío, sin escrúpulos y vulgar que usa los secretos de los demás para beneficiarse. Un chantajista de altos vuelos, que opera ante la mirada impávida del Gobierno Británico. Es justo por ello que una de sus víctimas decide acudir a la Calle Baker. Conan Doyle seguramente tuvo en cuenta un caso de la vida real para escribir su historia: el del chantajista Charles Augustus Howell, muerto en condiciones misteriosas en 1890.
Otras referencias holmesianas no se hacen esperar, desde la adicción del protagonista, Los irregulares de la Calle Baker o la primera aparición literaria de la Señora Watson, con esas enigmáticas letras A. G. RA. Luego está la presentación de Holmes como un hombre de familia, la segunda aparición de sus papás (los veteranos actores Wanda Ventham y Timothy Carlton, verdaderos progenitores del protagonista) y la muestra del poder de Mycroft Holmes (Mark Gatiss). Los giros de la historia, que no dejan de recordarme a Señor y Señora Smith (Doug Liman, 2005), no me hacen del todo feliz pero son congruentes con la personalidad de Watson (Martin Freeman), adicto inconsciente a relacionase con personas conflictivas.
Los momentos finales del capítulo, el regreso inmediato del Viento del Este de su aparente exilio para enfrentar a su Némesis resucitado, no deja de causarme la más grande emoción y abre las puertas a un verdadero reto para Moffat y Gatiss: crear una historia completamente nueva, no basada inmediatamente en un texto de Conan Doyle. Porque desde un principio nunca visualicé a James Moriarty (Andrew Scott) como un criminal ávido de una presencia mediática. Mucho menos de intervenir todas las señales de televisión de un país entero para preguntar burlonamente “¿Me extrañaron?”.

Lo único cierto: “Inglaterra siempre necesitará a Sherlock Holmes” y “el juego nunca termina”. Pero para cerciorarnos tendrá que pasar –al menos- un largo año. Espero ansioso.

martes, 21 de enero de 2014

La mejor de mis bodas

Decir adiós es doloroso. Aunque popularmente se dice “de lo bueno, poco”, el esquema de la televisión inglesa es muy breve si consideramos la costumbre que nos inculcaron nuestros vecinos del norte. Con sólo 3 episodios de 80 minutos cada uno (aproximadamente) llegará este jueves (en Latinoamérica) a su fin la tercera –brevísima- temporada (los británicos les dicen series) de Sherlock, serie merecedora de toda mi admiración. Luego de 8 capítulos a los que no puedo reprochar nada, elegir un favorito es un verdadero reto. El que precedió a su conclusión, El signo de los tres, es simplemente uno de los mejores que conozco al detective. El guión de Mark Gatiss Steven Moffat y Stephen Thompson toma como base la segunda de las cuatro novelas que Arthur Conan Doyle dedicó al brillante inquilino de la Calle Baker, El sigo de los cuatro (1890). Todo ocurre durante la boda de John Watson (Martin Freeman) y Mary Mostan (Amanda Abbington), en la que por supuesto nuestro héroe (Benedict Cumerbatch) tiene la responsabilidad de ser el Padrino del evento. De forma inesperada convierte la ocasión en un anecdotario de las aventuras del par e involucra a los convidados en la resolución de uno de sus casos. Lo mejor del capítulo fue, sin duda, el intento de Holmes por descender del Olimpo de la Deducción al mundo de los hombres comunes y corrientes. El mejor momento fue un emotivo discurso cuya parte inicial destruye la institución del matrimonio, las creencias religiosas de las personas (“si Dios no fuera una fantasía”) y ataca las convenciones de la sociedad, ante la sorpresa y desaprobación de los congregados. Remata su exposición de la siguiente manera:
Lo que trato de decir es que soy el individuo más desagradable, grosero, ignorante y cretino que tendrán el infortunio de encontrarse en la calle. Desprecio lo virtuoso, soy incapaz de reconocer la belleza y no puedo percibir la felicidad. Por eso no comprendí por qué me pidieron ser Padrino, más porque nunca esperé ser el mejor amigo de nadie. Y ciertamente no del más valiente, bondadoso y sabio ser humano que jamás he tenido la fortuna de conocer. John, soy un hombre ridículo, redimido solamente por la calidez y constancia de tu amistad. Y como aparentemente soy tu mejor amigo, no puedo felicitarte por la compañera que elegiste. Pero de hecho sí puedo. Mary, cuando digo que te mereces a este hombre es el cumplido más grande que soy capaz de hacer. John, has sobrevivido la guerra, lesiones y trágicas pérdidas –de nuevo, lo siento por la más reciente- así que debes saber, hoy que estás sentado en medio de la mujer que has hecho tu esposa y del hombre que has salvado –en breve, las dos personas que más te aman en este mundo,- y sé que hablo por Mary, que nunca te decepcionaremos y tenemos una vida para demostrártelo.

Desde sus mesas, los invitados no pueden sentirse menos que conmovidos. La Señora Hudson (Una Stubbs) rompe en llanto. Al ver las reacciones, desconcertado, Holmes pregunta:
¿En qué me equivoqué? ¿Qué pasó? ¿Por qué hacen eso? ¿John? ¿Qué hice mal?
Y Watson se pone de pie y abraza a su asociado, emocionado.
Si no se conmovieron, tienen hielo en las venas. O es que, como digo, cuando envejeces te haces más llorón.

La solución final, el descubrimiento del “signo de los tres”, modificará definitivamente las futuras aventuras de nuestro paladín. Todo terminará en un par de días. Al menos por un largo año (como mínimo). Moffat, co creador y productor ejecutivo del programa, ha revelado que una cuarta temporada se encuentra en planeación. Eso es sin duda una fortuna. La espera, aunque cruel, valdrá la pena. 

jueves, 24 de octubre de 2013

Esperando a la Gran Calabaza

Al dibujante estadounidense Charles Monroe Schulz debemos algunas de las creaciones que marcaron nuestra infancia. Su mérito radicó en retratar con humor a los grupos que todos formamos durante nuestros primeros días de conciencia –somos animales gregarios-, amistades que giraban en torno a un afable y divertido perro blanco con complejo de aviador. Su tercer especial televisivo, Es la Gran Calabaza, Charlie Brown se transmitió la noche del 27 de octubre de 1966 e instantáneamente se convirtió en un clásico que veo rigurosamente todos los días de muertos, ocasión que inminentemente se acerca. En este punto podríamos discutir la vieja rivalidad entre países y fiestas, arrojarnos salvajemente calabazas de diferentes tipos y procedencias. Se piensa, en un sentido nacionalista recalcitrante, que automáticamente debemos depreciar toda fiesta que provenga de otras latitudes. Yo, aunque soy un gran defensor de nuestras raíces y celebraciones, no peco al confesar que me atrae el colorido y la parafernalia del Halloween. Abrazar esta ocasión no te hace menos mexicano, del mismo modo que despreciar a nuestra selección nacional de fútbol por sus penosos logros no te vuelve un traidor a la Patria. Pero no nos desviemos. En el programa que inspira estas líneas, el pequeño Linus van Pelt escribe su anual carta a la Gran Calabaza, entidad rectora del Halloween que –en su inocente entender- trae regalos a los niños todas las noches del 31 de octubre. Ante la incredulidad de sus amigos decide pasar toda la noche en un sembradío de estas  cucurbitáceas –a esa familia vegetal pertenecen- en espera de su visita.
Sin saberlo, Linus rendía homenaje a Samhain, la festividad celta que marcaba el final de las cosechas y el inicio del inverno, ocasión celebrada entre las llamadas culturas paganas europeas hasta la irrupción del cristianismo. En occidente generalmente se asocia a la figura de Jack-o'-lantern (Jack el de la lámpara), la antigua costumbre –presumiblemente originaria de Irlanda y las Tierras Altas de Escocia- de ahuecar vegetales e introducir velas en ellos para alumbrarse en la noche.

Samhain no es pues una entidad corpórea. Sin embargo Los verdaderos Cazafantasmas, héroes de mi infancia, lo enfrentaron en varias ocasiones –recuerdo tres-. Desde su primera aparición, el episodio Cuando la Noche de Brujas se prologó, el villano escapó de su encierro en un milenario reloj que era llevado a Nueva York y perseguía que la Noche de Brujas –la Noche de Halloween- fuera eterna y perpetuar sus poderes. Y cómo juzgarlo. Yo, como mi amada y el pequeño Linus, estoy convencido que en unos días llegará la Gran Calabaza. Si por algún motivo no lo hiciese, siempre estará el año venidero. Mientras tanto, esperaré.

viernes, 11 de octubre de 2013

Guillermo del Toro, renovador (parte 1 de 4)

No deja de llamar mi atención que ahora que reviso la filmografía –cinta por cinta- de nuestro paisano Guillermo del Toro, haya aparecido en Internet la noticia de que dirigiría la entrega 24 de la Casita del Árbol del Horror de la muy popular familia Simpson, especial que celebra anualmente a los temas que competen a este blog. No polemizaré sobre el desgaste argumental que la serie animada ha tenido después de (casi) un cuarto de siglo de existencia. Simplemente diré que hace mucho tiempo me perdió. Y esto coincidió, curiosamente, con la sustitución de sus voces originales en español (el que hablamos) proporcionadas por Humberto Vélez, Marina Huerta, Patricia Acevedo y Gabriel Chávez. Hace unos cuantos días, otros devotos del género que adoro y del cineasta que tanto admiro compartieron en las redes sociales el video de la entrada del programa, el ya reconocido “chiste del sofá”. Sobra decir que mi creciente desinterés se agravó precisamente por este inicio, cada vez más rebuscado, carente de su gracia original e interminable. Y Del Toro tuvo que hacer algo para enmendar la plana.
La cortinilla no sólo contiene numerosos homenajes a la propia obra del director, guionista y novelista, sino al horror y la ciencia ficción estadounidense: muchos zombis y la heroica defensa de la Planta Nuclear de Springfield, los diversos rostros del Fantasma de la Ópera de Gaston Leroux, sus Maestros Ray Harryhausen, Alfred Hitchcock, Stephen King, Howard Phillips Lovecraft, Edgar Allan Poe, Ray Bradbury, Richard Matheson, Rod Serling, así como monstruos clásicos, creaciones de otros países –del kaiju japonés hasta las maravillas del inglés Lewis Carroll- y momentos de otras épocas de la caricatura. Un agusajo total.

Podría desmenuzar cada una de las referencias que el video contiene, pero mejor dejo esto a su consideración, facilitado por mucha paciencia y mi fiel Photoshop. Considérenlo una especie de examen. Nos vemos la siguiente semana. 







































































martes, 9 de julio de 2013

Madre sólo hay una*

En distintos espacios he declarado mi fascinación por Psicosis, la obra maestra que Alfred Hitchcock dirigió en 1960 a partir de un guión de Joseph Stefano y de la estupenda novela de Robert Bloch, estelarizada por un ensamble actoral preciso: Janet Leigh, Vera Miles, John Gavin, Martin Balsam y, sobre todos, su soberbio estelar Anthony Perkins que personifica al desquiciado Norman Bates, figura fundadora de los asesinos slasher. Todos los elogios que pueda dedicarle son pocos. Sobre los detalles de su filmación, con pretexto de su 50 aniversario, dimos cuenta  en la versión podcast de Horroris causa. Muy recomendable es la lectura de Alfred Hitchcock and the making of Psycho (St. Martin's Griffin, 1990) de Stephen Rebello, libro que recientemente fue la base del biopic Hitchcock (Sacha Gervasi, 2012). Pero no nos distraigamos. La figura del protagonista de Psicosis, pese a ser completamente diferente según lo imaginó Bloch, está indeleblemente ligada a la cándida y encantadora presencia de Perkins, cosa que el Mago del Suspenso utilizó intencionalmente en su favor para desconcertar a la audiencia. Norman Bates ha demostrado tener muchas vidas en el cine, la televisión y el imaginario popular. Hoy hablaré de una más de ellas.
Bates motel, la nueva serie desarrollada para la televisión estadounidense por Carlton Cuse, Kerry Ehrin y Anthony Cipriano, se desprende directamente de la cinta de Hitchock. En algún punto entre la precuela y el reboot nos presenta de una muy buena manera los años formativos del adolescente Norman Bates (Freddie Highmore) y su relación con madre Norma (Vera Farmiga). Al primero lo conocimos como un tierno niño en Descubriendo el país de Nunca Jamás (Marc Foster, 2004) y Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005); a Farmiga como una víctima checa en 15 minutos (John Herzfeld, 2001) o como la psicóloga de Los infiltrados (Martin Scorsese, 2006). La pareja responde una pregunta que si bien Bloch aclaró en la parte final de su novela no deja de ser inquietante: ¿cómo inició todo? Tras la muerte de su padre, Norman y su madre emigran en busca de un nuevo comienzo en el pueblo ficticio de White Pine Bay, Oregon (a diferencia del Fairvale, California, de la película), una pacífica comunidad costera. Con la herencia, Norma compra una desvencijada casona que tiene un motel adjunto (idénticos a los de la cinta). Norman es un joven normal, con los impulsos comunes en un chico de su edad. Se siente atraído por sus compañeras de escuela y se comunica con ellas a través de mensajes de texto. Ahí entra su madre. Ya sus nombres anticipan todo, Norma y Norman. Su amor asfixiante y enfermizo comienza a manifestarse como una forma de manipulación que nos ofrecerá a uno de los psicópatas más famosos de la ficción. Aunque la historia se desarrolla en nuestros días, existen reminiscencias visuales que evocan a la época plasmada en el libro y la película.
Vale la pena mencionar que la idea ya había sido explotada en el muy competente telefilme Psicosis 4: el inicio (Mick Garris, 1990). Preocupado por su futuro legado y a punto de reiniciar su carrera homicida, un maduro Norman Bates (Anthony Perkins nuevamente) habla a un programa radiofónico nocturno donde discuten el tema del matricidio y revela –bajo un seudónimo- su atormentada adolescencia –en flashbacks-, donde Henry Thomas –el otrora Elliott de E. T. El extraterrestre- lo encarna con gran corrección. El papel de su madre corresponde a Olivia Hussey, coestrella del galardonado filme Romeo y Julieta (1968) de Franco Zeffirelli.
Y sobre el proyecto que hoy nos ocupa, un producto homónimo de 1987 –estrenado como una película para televisión- intentó convertirse en un programa donde un compañero de cautiverio (Bud Cort) de Norman Bates hereda el infame hostal tras la muerte de su dueño. Curiosidad prescindible.
No digo más sobre el nuevo Bates motel. Sea usted el que juzgue. El primer episodio nos presenta un programa prometedor, impecablemente realizado, elogiado por la crítica y muy en deuda con la euforia por otros asesinos en serie como Dexter Morgan o Hannibal Lecter. Veamos si sigue su ejemplo.

*Texto aparecido en la página web de Mórbido

lunes, 17 de junio de 2013

En defensa de Shyamalan

Mucho se ha criticado el cine del director y escritor indio estadounidense Manoj Nelliyattu Shyamalan, quien firma sus obras como M. Night Shyamalan. Esto proviene del gran reconocimiento que le mereció su primer largometraje popular –el tercero en realidad-, Sexto sentido (1999), impecable, minimalista y certero trabajo que propició la comparación inevitable con todas sus cintas posteriores. He escuchado a más de una persona decir que anticipaba el desenlace desde la primera mitad de la película, y si analizamos en perspectiva las señales son más que evidentes, pero el momento en que el Dr. Malcolm Crowe (Bruce Willis) observa a su dormida esposa Anna (Olivia Williams) dejar caer su anillo de bodas y escuchamos de nuevo al pequeño Cole Sear (Haley Joel Osment) hacer un recuento de lo que tuvimos a plena vista y pasó inadvertido ante nuestros ojos, es estremecedor. Sentó un precedente que todos esperábamos ver repetido y superado en su sucesiva filmografía. También definió un estilo: el twist ending, el simbolismo del color rojo, la influencia de clásicos televisivos como La dimensión desconocida y Hitchcock presenta, una cámara estática –mayormente la del cinefotógrafo Tak Fujimoto-, solventes partituras de James Newton Howard, una locación identificable –su tan amada Philadelphia, Pennsylvania- y sus cameos. Tenía un peso enorme en los hombros.
Su siguiente película, El protegido (Unbreakable, 2000), es uno de los mejores estudios sobre la figura del superhéroe que recuerdo. Willis nuevamente ocupaba el papel protagónico, ahora como el frustrado ex jugador fútbol convertido en guardia de seguridad David Dunn, quien junto con su hijo Joseph (Spencer Treat Clark) descubre su verdadero papel en la vida gracias al encuentro con el frágil Elijah Price (Samuel L. Jackson). “Me decían el Sr. Vidrio”. Su edición especial en DVD contiene ilustraciones que el talentoso Alex Ross hizo especialmente para la misma. Una maravilla.
Le siguió Señales (2002), un homenaje a La Guerra de los Mundos y La noche de los muertos vivientes que prescinde de explosiones y la gran parafernalia que supone una invasión extraterrestre para dar paso a un drama familiar y de reencuentro con la fe. La oveja descarriada Graham Hess (Mel Gibson) le pregunta a su atribulado hermano Merrill (Joaquin Phoenix) “¿eres de las personas que cree en milagros, que ve señales, o crees que la gente sólo tiene suerte? ¿Es posible que no existan las coincidencias?”. Pese a que muchos dicen que recurre a lo previsible, la cinta tiene momentos memorables y otros verdaderamente divertidos –los cascos tipo Kisses-. Pude comprobar dos veces cómo la audiencia brincaba de sus asientos –literalmente- al ver por unos instantes al alienígena videogranbado durante una fiesta infantil.
Las cosas comenzaron a desgastarse en La aldea (2005), cinta que no satisfizo mis expectativas pero no me disgustó. Salí del cine con la sensación de haber visto un capítulo televisivo –impecablemente filmado, eso sí- de 108 minutos. Su contundencia se volvió predecible. Después vino La dama del agua (2006), un cuento de hadas que disfruté enormemente –Paul Giamatti y Bryce Dallas Howard son estupendos- pero que tuvo un gravísimo error: de realizar una esperada aparición mínima, Shyamalan se adjudicó un papel importantísimo en la trama, casi mesiánico. Su público comenzó a abandonarlo y, por consiguiente, el entusiasmo de sus productores. Y ni mencionemos las críticas adversas que generó. La cinta costó 70 millones de dólares. Ganó poco más de 72. Fue un desastre que pavimentó su caída. Pareció redimirse con El fin de los tiempos (The happening, 2008), cinta que defino como una versión vegetal de Los pájaros de Hitchcock y que pudo ser más afortunada. Su principal defecto fue su protagonista Mark Wahlberg, quien no logró despertar la empatía que un hombre ordinario enfrentado a la otredad haría. Al menos no le fue tan mal en taquilla. De los 48 millones de dólares que costó, ganó 168. La crítica no la recibió tan bien. Los pocos que la defendieron dijeron que era una B-movie, y eso no es malo. Posteriormente se resignó a dirigir proyectos por encargo. La adaptación de la popular caricatura Avatar: el último Maestro del Aire (2010) –titulada únicamente El último Maestro del Aire, por aquello de evitar se relacionara equivocadamente con la cinta de James Cameron- fue una gran pirotecnia visual que apostaba por atraer a los grandes públicos a los cines. Y eso fue lo triste. Pasó de ser un cineasta autor –parece exagerada la etiqueta, pero o olvidemos que escribía sus guiones y tenía un estilo- que privilegiaba la historia y evitaba sustentar su trabajo en efectos especiales, a uno sometido a los designios de los estudios y que le entró al gran juego. Parece que ocurrirá lo mismo en Después de la Tierra (2013), cuyos espectaculares avances delatan que está diseñada para el lucimiento de Will Smith –y su hijo Jaden-. Hasta ayer no sabía que Shyamalan tuviera algo que ver con ella y la verdad no me atraía en lo más mínimo. Ahora la veré, porque el director es merecedor con creces del beneficio de la duda.

Yo creo que el M. Night Shyamalan que me gusta puede regresar. He sufrido grandes desencantos con Quentin TarantinoJackie Brown y A prueba de muerte-, Tim BurtonAlicia en el País de las Maravillas- y Christopher Nolan –sigo sin reponerme de su tercera Batman-, pero veré con entusiasmo sus siguientes películas. No pretendo compararlos. Como ellos, posee oficio y ha dejado en claro que, como nosotros, es un cinéfilo irredento. Debe volver a lo básico. Seguiré confiado en su potencial. 

viernes, 22 de febrero de 2013

Follow the killer


Los expertos coinciden en que The Following (aún sin título en español), teleserie anoche estrenada en México, es la gran sorpresa de la temporada. El crítico Álvaro Cueva asegura “The Following es, para 2013, lo que C.S.I. para 2000, lo que 24 para 2001, lo que Criminal Minds para 2005, lo que Dexter para 2006. Es un punto y aparte, un antes y un después”. Y su entusiasmo es comprensible. Es un programa que promete. No sólo por ser un homenaje declarado a la imaginación de Edgar Allan Poe, sino porque es un retrato contemporáneo de la popularidad que pueden llegar a alcanzar sujetos desquiciados gracias a los medios de comunicación y la tecnología. En el año 2004 Joe Carroll (James Purefoy) era un respetable profesor de literatura norteamericana especializado en el período romántico, que tenía un especial aprecio por los significados de la obra de Poe. Tras descalabros editoriales, llevó su fascinación a terrenos torcidos, asesinando brutalmente a 14 jovencitas. Ryan Hardy (Kevin Bacon), agente especial del FBI a cargo de la investigación, lo detuvo a punto que matara a su quinceava víctima, a un precio muy alto. Años después, en nuestra época, Carroll aguarda su ejecución en una penitenciaría del Estado de Virginia. Logra escapar e inmediatamente inicia una cacería humana a la que el investigador, caído en desgracia, es convocado por su experticia. Las autoridades protegen a su fallida última presa (Maggie Grace) y a su ex esposa (Natalie Zea), con resultados nefastos que sólo significan el inicio de algo peor: durante su reclusión, Carroll tuvo acceso a una computadora con Internet donde, carismático y seductor, obtuvo una horda de seguidores devotos de su “trabajo” gracias a las redes sociales. Es el Charles Manson de la era del Twitter y el Facebook. Hardy se ve obligado a enfrentar la tormenta por venir. El propio villano reconoce su importancia y atractivo en la trama: “es un héroe trágico, imperfecto, destrozado, en busca de redención”. Ese es el atractivo y credibilidad de Kevin Bacon, que retrata muy bien a un personaje atormentado, desencantado de la vida, digno continuador de los personajes creados por otros notables herederos de Poe, como Dashiell Hammett o Raymond Chandler.
La serie creada por Kevin Williamson –autor de los guiones de la serie de películas Scream, de esa curiosidad titulada Aulas peligrosas (The Faculty, Robert Rodríguez, 1998), de la divertida La maldición (Cursed, Wes Craven, 2005) o de series juveniles como Dawson's Creek, The vampire diaries o The Secret Circle- es una propuesta inteligente y lóbrega, siempre inquietante, que debemos atender. Según he leído, su temporada constará de 15 episodios. Por lo pronto ya quiero que llegue el segundo.