martes, 27 de noviembre de 2012

Entre videos te veas (ecos Mórbidos 2)


A principios de la década de los setenta, la compañía japonesa JVC desarrolló un nuevo sistema que revolucionaría la industria de los videogramas y dejó en desuso al popular Betamax. Se llamaba Video Home System, o mejor conocido (por sus siglas) como VHS. Como el buen cinéfago que soy desde mi más tierna infancia, pilas enormes de estas cintas se convirtieron en elementos cotidianos de mi habitación durante mi juventud. Si principal ventaja era su duración, que oscilaba de 6 a 8 horas dependiendo del modo de grabación (EP o SP). Cada viaje para rentar películas en los extintos Videocentro o Videovisión era sucedido por otro para comprar un flamante cassette para copiar las películas en cuestión (para mi consumo personal, eso sí), que luego habría de rotular obsesivamente con alfabetos transferibles Letraset. Adquirí en versión original los títulos más atractivos, que se sumaron a sus hermanos apócrifos. Eventualmente las grandes compañías dejaron de utilizar el VHS para lanzar sus películas al mercado. Esto porque otros formatos desplazaron al sistema, dando paso a la era del Laserdisc, el DVD y –actualmente- el Blue Ray. Esas pilas de cintas VHS fueron disminuyendo notablemente conforme adquiría sus títulos en DVD. Vendí los originales, aunque conservé los que no pude conseguir en su forma más novedosa. No obstante, forman parte invaluable de mi memoria y corazón. No cabe duda que recordar es volver a vivir.
Digo todo esto porque la tercera noche del Festival Mórbido pude ver una película que me producía grandes expectativas, V/H/S (2012), antología dirigida por Adam Wingard, David Bruckner, Ti West, Glenn McQuaid y Joe Swanberg. Todos los relatos se inscriben en la tan popular vertiente del found-footage (de la que ya he hablado ampliamente en este espacio y con mi colega Pablo Guisa en su versión podcast) y giran en torno a la historia de un grupo de vándalos que son contratados por un misterioso sujeto (a quien nunca vemos) para irrumpir en una casa aparentemente abandonada y buscar un cassette VHS (del que no conocemos su contenido, como un buen McGuffin hitchcockiano). Videograban toda su correría, como es su costumbre. Se dividen para optimizar su búsqueda y en el proceso se topan con un cadáver sentado frente a una televisión y una pila de estas cintas, lo que los lleva a ver cada una para encontrar la indicada. Todas (o al menos 5, que son las que conforman la película) contienen encuentros inesperados con la otredad, que van desde horrores sobrenaturales hasta otros inscritos en la más terrible realidad. Algunos segmentos son notables, como ese del grupo de insensatos estudiantes y su farra nocturna, o el de la pareja que viaja en una segunda luna de miel.
Estilísticamente no aporta nada nuevo (es una película más de la técnica que Antonio Camarillo llama cámara borracha), pero cumple con lo que promete. No más, no menos. Hasta donde sé, V/H/S tendrá una exhibición comercial. Tiene los elementos para propiciar (como en otros casos) una pequeña franquicia, que lucrará sin duda con la nostalgia que explica la renovada afición por los discos de vinil o las películas Betamax. Algo que no puedo negarle es que después de verla esa madrugada, al regresar a mi hotel, me obligara a echar cerrojo concienzudamente a mi habitación y estuviera alerta hasta conciliar el sueño. 

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