Corre el segundo mes del año en que los mexicanos celebramos dos movimientos sociales de enorme trascendencia. A la par del segundo debería festejarse con igual entusiasmo el centenario del nacimiento del criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, como bien nos recuerda José Ramón Garmabella en un extracto de su libro El Criminólogo, los mejores casos del Dr. Quiroz Cuarón (Random House DeBolsillo, 2007), publicado el domingo pasado por semanario Día Siete. Las enseñanzas de Quiroz Cuarón son vigentes y necesarias en una sociedad azotada por el fenómeno criminal, ansiosa de comprenderlo y combatirlo. Entre las incontables contribuciones del Dr. Quiroz está el erudito estudio sobre la personalidad de Gregorio Cárdenas Hernández, el lamentablemente célebre estrangulador de Tacuba, o el descubrimiento de la identidad de Ramón Mercader, el homicida de León Trotsky. Recordémoslo a un siglo de su nacimiento, ocurrido en Jiménez, Chihuahua, el 9 de febrero de 1910.
En un sentido opuesto debemos mencionar el obituario de Rodolfo Guzmán Huerta, conocido en las arenas de lucha, las salas de cine y las historietas como El Santo. Él se volvió inmortal el 5 de febrero de 1984. Su reputación deportiva y –sobre todo- cinematográfica le precede. Es parte del imaginario popular, uno de lo personajes más relevantes del siglo XX.
Mencionarlos a la par puede parecer blasfemo e inoportuno a simple vista, pero ambos –Quiroz Cuarón y Guzmán Huerta- perseguían ideales similares en sus respectivos territorios: la igualdad y la justicia, la necesidad de reparar el mal que otros hicieron, la lucha por la verdad. Por ello, mis mejores pensamientos para estos dos héroes, siempre.
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