lunes, 12 de abril de 2010

¿A dónde vas, vampiro?

El pasado domingo 7 de marzo, antes que los medios canibalizaran el caso Paulette, el semanario Día Siete publicó este ensayo del escritor y divulgador de la cultura Julio Patán. En él reflexiona sobre el camino del vampiro, personaje tan recurrente de este blog. Helo aquí para su consideración. Podrán reconocer títulos y personajes recurrentes.

La vejez y los vampiros
Julio Patán

El hombre lobo tiene al menos una virtud, la de la incorrección política. En tiempos del calentamiento global y –peor todavía- Avatar es la única criatura que se atreve a recordarnos que la naturaleza no es dulce, armónica y ñoñamente humana, sino incómoda, aguerrida y amoral. Esa cualidad, si no otra, es bien visible en la reciente adaptación de Joe Johnston, la de Anthony Hopkins y Benicio del Toro.
El vampiro, en cambio, clama por la jubilación. Ya se que los críticos se me van a tirar a la yugular, con eso de que los mitos no nacen ni mueren, sólo se transforman, o con aquello de que los gringos están descerebrados, pero hay una película sueca brillantísima (no la vi, pero el escritor Alberto Chimal la recomienda y le creo). El hecho es que, al margen de estos cantos del cisne escandinavo, con los vampiros lo que se percibe es desesperación por exprimir unos millones más a los agotados hijos de la noche. La prueba es que a últimas fechas se han convertido en iconos adolescentes, y ya se sabe que donde empieza la adolescencia, con la inevitable trivialidad de sus conflictos, termina la civilización.
La decadencia de Drácula y sus herederos es larga. Sobre el entendido de que los tradicionales aristócratas de los infiernos –ya se sabe: pálidos, con acento británico, anémicos- tienen poco que comunicar a la época proletaria-burguesa que nos tocó en suerte, hecha de jeans y comida chatarra, con La danza de los vampiros, de 1967; Joel Schumacher en delincuentes juveniles, con Los muchachos perdidos, de 1987 (a Kiefer Sutherland aún no se le botaba la panza); el irlandés Neil Jordan, otras veces talentoso –véanse En compañía de lobos, ya que hablamos de licantropía y naturaleza-, en una aburrida cuadrilla de drag Queens ultrarrefinados, esto en la famosa Entrevista con el vampiro, de 1994; y Stephen Norrington, con Blade, en una suerte de modelos de ropa interior que están provistos de colmillos, son aficionados a raves donde ofrecen hemoglobina en vez de tachas –la peli es de 1998- y se ven perseguidos por Wesley Snipes, un mestizo de humano y vampiro al que, más terrenalmente, sólo pudo derrotar el fisco, por sus veleidades evasoras.
¿Qué nos queda? O vampiros de a pie que estudian high scholl entre amores atormentados perspectivas de bullying y comida chatarrra, según la versión de Stephanie Meyer, es decir ¡una mormona!, o ver a Megan Fox con un hilito de sangre en la comisura y un vestido de porrista. Y esto, de plano, arde. Arde menos por la mueca de vació de la Fox, irritante como es, que por el hecho de verte sorprendido porque ni su minifalda ni su gesto de calentura, no digamos el hilito de sangre, son capaces de moverte las hormonas. Lo cual, evidentemente, significa que has envejecido como el vampiro.

3 comentarios:

  1. Hola Roberto, soy seguidora de tu blog y de tu podcast. En cuanto a la película sueca que habla el autor del ensayo, te puedo decir que existe el libro y la película. Se llaman DEJAME ENTRAR y es de el escritor sueco John Ajvide Lindqvist. He disfrutado tanto el libro como la película, te lo recomiendo.

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  2. Mil gracias, Nora. Conozco ambos. Son excelentes los dos. ¡Muchos saludos!

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  3. de pronto a parte de sentirme vieja xq e identifico con el ensayo, me entristece un poco reconocer q el objeto de estudio de mi joven vida esta siendo explotado con fines lucrativos... quizas debi nacer mucho antes como en los 70's (no en el 90)...

    Ni modo...a aguantar vara y tratar de reivindicarlos, q más queda.

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