Hablemos ahora de un horror más tangible, el que vemos cotidianamente. Miles de niños son terriblemente asesinados cada año en México, pero pocos casos llegan a la prensa y capturan la atención de la sociedad como el que inspira estas líneas. La desaparición y muerte no aclarada de Paulette Gebara Farah tiene todos los elementos para alimentar la curiosidad –o morbo- de la gente y despertar la voracidad de los medios de comunicación. Es un drama estelarizado por una hermosa pequeña –doblemente frágil por su edad y discapacidad física-, una madre cuya congoja no deja de despertar sospechas, un matrimonio fragmentado, dos inocentes niñeras, amistades misteriosas, rencillas familiares –como en una de las obras más famosas de William Shakespeare- y supuestas infidelidades conyugales, todo en un lujoso escenario al que el mortal promedio no puede aspirar. Es un festín noticioso nutrido, en primera instancia, por la solidaridad y vocación de servicio social de muchos comunicadores. Posteriormente se erigió en un espectáculo, muy similar a un reality show, que acapara amplios espacios noticiosos e incluso es tema de los programas de espectáculos. Familias completas se reunieron frente a la televisión para ver la entrevista –en partes, como los viejos seriales radiofónicos- que Adela Micha hizo a Lissette Farah, madre de Paulette. El sábado pasado, una cena con un grupo de amigos giró en torno al tema y nos llevó incluso a ver las repeticiones de la noticia gracias a las ventajas de la televisión de paga, todo en medio de ensalada, pasta y un delicioso postre. Mucho se ha cuestionado sobre el actuar de las autoridades y el papel que los medios juegan en la asignación de culpas. Recientemente platiqué de ello con Irma Gallo, miembro del equipo de producción del noticiero de canal 22. Los medios tienen un compromiso social, es cierto, pero no olvidemos que también son un negocio. Y el caso Paulette ha demostrado ser uno muy redituable. Dejemos a un lado, por un momento, la desconfianza natural –a veces penosamente ganada a pulso- que tenemos de nuestras instituciones. La gente no puede apartar de su sentir la ausencia de llanto en la madre de la niña muerta como indicador de responsabilidad o la opinión de una psicóloga que califica a Lissette de “inteligente, fría y desapegada”. La colectividad ha fundado su fallo anticipado de culpabilidad en la divulgación mediática de informaciones oficiales emitidas anticipada e irresponsablemente. Y podemos comprender –no justificar ni avalar- la prisa de las autoridades en esclarecer el hecho: no olvidemos que ocurrió en el estado que gobierna el potencial futuro presidente del país. Los medios tienen el deber de informar pero, como sabiamente advirtió Ben Parker a su sobrino Peter, “todo gran poder implica una gran responsabilidad”. El modo en que nos presentan la información debe ser lo suficientemente objetivo para que nos formemos un juicio justo y libre de apasionamientos. Para finalizar debemos reconocer que a todos nos gusta elaborar teorías de conspiración; es un pasatiempo tan arraigado como ver el fútbol o las telenovelas. Y todos tenemos un investigador interno, sea porque hemos visto todas las temporadas de la franquicia CSI, o porque no nos perdemos Detectives médicos, La ley y el orden, Índice de maldad, Miénteme y Mentes criminales. No olvidemos que, ante la ley, todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Esperemos la conclusión del caso, que evidentemente no gustará a todos y acrecentará las suspicacias: al paso de las horas se fortalece la teoría de un accidente y crece la sospecha de las hermanas Casimiro, niñeras de Paulette. Por lo pronto recordemos la máxima que enunció Rafael Moreno: “la regla es no precipitarse”.
No dejen de escuchar el episodio de Testigos del Crimen dedicado a la muerte de Paulette.
No hay comentarios:
Publicar un comentario