sábado, 1 de mayo de 2010

Los días perdidos y mis días reconquistados.

Los días perdidos y mis días reconquistados.
Roberto Coria.

Para Ana Luisa Campos, ejemplo de fortaleza, y para Vicente Quirarte, inspirador de estas líneas. Para todos quienes estuvieron pendientes, mi gratitud eterna.


La última semana de abril de 2010 interrumpí abruptamente mis actividades. He aquí el recuento de las causas.

MIÉRCOLES 21 DE ABRIL DE 2010. Acudí puntualmente de la mano de mi amada Ana Luisa a mi cita en el servicio de consulta externa del área de Neurología del Centro Médico Nacional 20 de Noviembre del ISSSTE. Llegué ahí en mi calidad de derechohabiente y gracias a la posición y buenos oficios de Ricardo Díaz, a quien conocí cuando era niño y tuve el privilegio de enseñarle dibujo. Inmediatamente se convirtió en mi amigo y, eventualmente, en mi familia. Las razones que me llevaron ahí fueron síntomas que observé un año atrás, intermitentes y, aparentemente, inocuos: desequilibrio, torpeza motriz, hormigueo en mis manos y pérdida de peso –esa no siempre se agradece-. Después de una valoración exhaustiva, profesional y cordial, el Dr. Villasana me recomendó: “necesita una serie de estudios que individualmente podrían demorar meses. Si ingresa hoy al Hospital pueden hacérselos en unos días. Hay una cama disponible”. No dudé un instante. Tras algunas llamadas apresuradas, un rápido viaje a casa y la preparación veloz de un maletín de viaje –me dijo el experto que calculara una semana de ausencia-, regresé a la institución e inicié mi internamiento.
El Centro Médico Nacional 20 de Noviembre del ISSSTE es un hospital de especialidades, calificado de tercer nivel en su medio, que atiende a pacientes de todas partes del país. Sus instalaciones distan mucho del sombrío hospital donde Edgar Allan Poe vivió sus últimos días y, por supuesto, del resto de los hospitales del sector público. Sus instalaciones son modernas, austeras, salubres y funcionales. Mi habitación, la que compartía con sólo otro paciente, era espaciosa e iluminada, contaba con todas las comodidades –para mí y un acompañante- y un baño personal. “Es el Hospital ABC del sector público”, pensé. Me instalé en la cama 4203. Sobre todo esto brilla la calidad humana y profesional de su personal, si bien su parte burocrática aún puede mejorar. A la cabeza del equipo que me atendería se encontraba la Dra. Núñez, la Jefa del servicio de Neurología, una fascinante mujer que detenta con orgullo su conocimiento y poder. Tiene un dominio casi escénico. Verla en acción es como seguir un episodio de El Aprendiz con Donald Trump. Comanda al más profesional grupo de médicos –residentes, pasantes y alumnos-, enfermeros y enfermeras, personal de laboratorio e imagenología, terapeutas físicos, nutriólogos, camilleros, personal de limpieza y mantenimiento. Inició pues la aventura.

JUEVES 22 DE ABRIL. Dormí plácidamente, relajado hasta cierto punto por estar libre de la presión de mis labores y horas frente al infernal tráfico citadino. Desperté y me extrajeron sangre para tres estudios. Ya en ese momento había decidido entregarme a todo lo necesario, como mi perro Chester se tira para que acaricie su panza. Más tarde me hicieron una punción lumbar para extraerme líquido cefalorraquídeo. Fue una experiencia poco placentera.
Durante mi estancia tuve tres compañeros itinerantes de dolencia: un ejemplar profesor del Estado de México cuyos párpados no respondían a las órdenes de su cerebro, un hombre de la tercera edad con una extraña bacteria en el cerebro y un joven de 16 años que buscaba descartar epilepsia. Todos nos fortificamos por el apoyo de nuestras familias. Me acompañaron en todo momento mis familiares –mi madre, mi padre, mis hermanos y abuela materna-, mi amada Ana Luisa, mi suegra, mi cuñado mi abuela política, y muchísimos seres queridos con quienes, sin compartir un vínculo sanguíneo, he formado un lazo más poderoso. A ellos debo gratitud eterna. Mi amigo Ricardo Bernal me dijo por teléfono: “Dios no te pone una prueba sin enviarte un acordeón”. “Escríbelo todo”, me aconsejó mi querido Vicente Quirarte. Y tenía razón. Darle nombre a la desesperación es trascenderla, citó a Lautrèmont. Por él aterrizo en papel –y gracias al teclado- mi experiencia, como una catarsis literaria. “La literatura nos salva de la locura”, leí.
El escenario de mis días, tranquilo en esencia, no dejó de exaltar mi imaginación. Veía continuamente a una jovencita de mirada vacía, tan delgada como el tripié que arrastraba con botellas de suero, como si se asiera desesperadamente a la vida. También estaba la mujer que balbuceaba cosas y se quejaba continuamente, postrada en su cama. Pero una compañía invaluable fueron los libros. En las instalaciones estaba la llamada “área verde”, un amplio espacio abierto recubierto de pasto sintético, con sillas, sillones y mesas, un pequeño oasis para el convaleciente. Descubrí ahí nuevos tesoros y me reencontré con lecturas que forman parte entrañable de mi formación. Completé mi lectura de Los niños de paja de Bernardo Esquinca (Almadía, 2007), un estupendo compendio de cuentos de horror salpicados del onirismo de David Lynch y coronado por una novela corta –que da título al libro- que rinde tributo al horror de los ochenta y a lo mejor de Stephen King. En la víspera del trance leí también su estupenda novela Los escritores invisibles (Fondo de Cultura Económica, 2009). De la serie A la orilla del viento de la misma casa editorial, completé El libro salvaje de Juan Villoro (2007), una imaginativa novela juvenil que disfruté enormemente y que recomiendo para todos los que se inician en la lectura. También con el Zombie survival guide (2003) de Max Brooks, para estar preparado ante un eventual ataque pues, como revela el libro, un hospital es el blanco ideal para las hordas de insepultos. Hice una enésima lectura de los cinco primeros capítulos del Drácula de Bram Stoker, en la traducción del eterno Manuel Núñez Nava (CONACULTA, 2003) y con el espléndido ensayo introductorio de mi amigo Vicente. Esto me pareció muy apropiado por el encierro –el de Jonathan Harker y el mío, tan opuestos-, el papel que jugó la extracción de sangre en mis estudios clínicos y porque es una novela que exige al iniciado continuas relecturas. Siempre descubro algo nuevo cada vez que la tengo enfrente. Sobre los inevitables vampiros leí una novela refrescante del neozelandés David Bishop, Operación Vampiro (Timun mas, 2007), un híbrido muy disfrutable de relato de la Segunda Guerra Mundial y chupasangres, con todo y la aparición de Adolfo Hitler, un vampiro de la vida real. En estos experimentos reposa el futuro del monstruo.

VIERNES 23 DE ABRIL. El menú que me ofrecieron en toda mi estancia era por demás competente: ingredientes de buena calidad, vegetales correctamente cocidos, un sazón aceptable y raciones suficientes, muy diferente a la concepción tradicional de la comida hospitalaria. Siempre me lo servía una persona de rostro amable con todas las medidas higiénicas. Al mediodía me visitaron dos expertas en Fisioterapia, ambas muy jóvenes y amables. Comprobaron el estado de mis músculos con una extensa batería de estudios y programaron la visita que me haría el terapeuta del lugar. Por la tarde, de la mano de mi amada, me llevaron a un taller para enfermos del mal que se suponía tenía. “Ha visto enfermos similares en la televisión o en el cine”, me preguntó el Dr. González. Respondí afirmativamente. “Está por conocer la vida real”, me advirtió. Al abrirse las puertas del elevador contemplé a un grupo de personas que presentaban el mal en diversas fases, desde los que no manifestaban signos evidentes hasta quienes tenían un deterioro notorio. El que más me impactó fue un hombre de mediana edad, atado a una silla de ruedas, con las órbitas de sus ojos desviadas y dificultades del habla. “Yo no quiero terminar así”, recé, mientras me asía desesperado a la mano de mi amada. Lo curioso es que no vi rostros amargos, sólo sonrisas, entusiasmo y ganas de vivir. Guerreros. Sobrevivientes. Inspiraciones. Por la noche me practicaron una resonancia magnética del cerebro. Me llevaron en una silla de ruedas por corredores solitarios. No pude evitar asumir el punto de vista del hijo de Jack Torrance cuando recorría en su triciclo los pasillos del Hotel Overlook. Por fortuna las gemelas fantasmas nunca aparecieron.

SÁBADO 25 DE ABRIL. El día transcurrió sin novedad, aunque el nerviosismo aumentaba. Los resultados de mis estudios estaban en camino.

DOMINGO 26 DE ABRIL. Dormí tranquilamente, pese a todo. Muy temprano los doctores González y Arrazola cruzaron la puerta de mi habitación. “Tenemos los resultados de sus estudios”, dijo limpiamente el primero. “Sus síntomas son compatibles con Esclerosis Múltiple”. Era algo que presentía, un conocimiento anunciado gracias al internet y a consultas médicas previas, pero nada te prepara para recibir esa información. Un torrente de cuestionamientos existenciales y religiosos se agolpó en mi cabeza. Comprendí de otra manera conceptos que he estudiado por años: la otredad, la diferencia, la marginalidad. Pude sentir la angustia de Henry Jekyll desdoblándose en su otro yo, la tortura de Lawrence Talbot al abandonar su normalidad para convertirse irremediablemente en hombre lobo, el dolor de Peter Parker arrastrado a su oscuridad por el disfraz negro. “Tendrá muchas preguntas. Tómese el tiempo necesario, platique con sus familiares y hablemos en la tarde”, y salieron del cuarto brindándome una sonrisa amarga pero tranquilizadora que no logró surtir su efecto. Momentos después llegó la joven Dra. Salinas. Ella me tendió su mano y me ofreció su sonrisa. Me esforcé por no llorar, pero lo hice. Más sereno, llamé por teléfono a Ana Luisa y luego a mi madre. Aunque quise no pude ocultarles la noticia. “Todos somos parte de una minoría”, me dijo Ana cuando se reunió conmigo. Y nos fundimos en un abrazo interminable.
La Esclerosis Múltiple es un trastorno del sistema nervioso cuyo origen no ha sido aún precisado. “Es el equivalente a ganarse el premio mayor de la Lotería”, me dijo el Dr. González, tan rara es. “La persona que tanto le impresionó comenzó como usted, pero en el momento que le detectaron el padecimiento no existían los avances de hoy en día”. La Wikipedia dice sobre el mal: Es una enfermedad desmielinizante, neurodegenerativa y crónica del sistema nervioso central. Por el momento se considera que no tiene cura aunque existe medicación eficaz y la investigación sobre sus causas es un campo activo de investigación. Las causas exactas son desconocidas. Puede presentar una serie de síntomas que aparecen en brotes o que progresan lentamente a lo largo del tiempo. Se cree que en su génesis actúan mecanismos autoinmunes. Se distinguen varios subtipos de esclerosis múltiple y muchos afectados presentan formas diferentes de la enfermedad con el paso del tiempo. A causa de sus efectos sobre el sistema nervioso central, puede tener como consecuencia una movilidad reducida e invalidez en los casos más severos. Quince años tras la aparición de los primeros síntomas, si no es tratada, al menos 50% de los pacientes conservan un elevado grado de movilidad. Menos del 10% de los enfermos mueren a causa de las consecuencias de la esclerosis múltiple o de sus complicaciones. Es, tras la epilepsia, la enfermedad neurológica más frecuente entre los adultos jóvenes (desde la erradicación de la poliomielitis) y la causa más frecuente de parálisis en los países occidentales. Afecta aproximadamente a 1 de cada 1000 personas, en particular a las mujeres. Se presenta cuando los pacientes tienen entre 20 y 40 años. El Día de la Esclerosis múltiple se celebra el 18 de diciembre. Esta es una fecha que sin duda no olvidaré.
Este mismo día inició mi tratamiento. Su primera fase consistió en la administración intravenosa durante cinco días de un betabloqueador llamado Metilprednizalona, que busca frenar los llamados “brotes”, o los síntomas que presentaba. Luego le siguió una inyección de Interferón, un fármaco que deberé administrarme por el resto de mi vida, de forma similar que el diabético requiere insulina. El pronóstico, pese a lo adverso, es favorable.

LUNES 26 DE ABRIL. “La primera noche siempre es la peor”, me enseñó mi héroe de la infancia. Dormí poco, con un sutil dolor de cabeza y espalda. Los mosquitos que habitaban en los jardines adyacentes a mi habitación se dieron un festín conmigo a pesar de mis esfuerzos por mantenerlos a raya. “Los vampiros también necesitan comer”, me resigné. El calor tampoco ayudó. Muchas cosas circularon por mi cabeza. Al despertar tuve la claridad y resolución que la situación exigía. El monstruo tenía nombre, ahora debía enfrentarlo. Y me administraron mi medicamento.
Recibí una llamada inesperada. Era Eduardo Domínguez, reportero del periódico Excélsior con quien platiqué semanas atrás pues pretendía redactar una nota sobre el fenómeno Crepúsculo. No puedo escapar de los vampiros. Al día siguiente apareció su texto:
Eclipsa la esencia
Eduardo Domínguez
Han pasado cuatro días desde que se presentó el tráiler más reciente de la película Eclipse, de la saga conocida como Crepúsculo, y ya casi tres millones y medio de cibernautas lo han visto en la página de Youtube. Una muestra fehaciente de que el fenómeno vampírico no se detiene, crece.
Sin embargo, las críticas a la obra de Stephenie Meyer toman un rumbo similar. Expertos en el tema rechazan la obra, con argumentos solidificados en años de lectura, con observaciones de decenas de videos, series y demás elementos en donde aparezca la figura del ser nocturno.
“Ahora domina la vertiente romántica, el vampiro que se vuelve el niño malo con el que las niñas sueñan, el vegetariano sensible adorable”, apuntó Guillermo del Toro, en la presentación de su novela Nocturna, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en el pasado mes de diciembre.
Para Paulo Coria, director general del colectivo Cadáver Exquisito y la Sociedad de Estudios de Horror y Fantasía, A.C., experto en literatura de horror, apasionado de Drácula y sus derivantes, la calidad de los textos de la saga tienen elementos que otorgan un toque de vulgaridad a un ente extraordinario.
“Quien triunfa es el vampiro, aunque la calidad del trabajo presentado es bastante cuestionable”, afirmó.
Del Toro dejó en claro el porqué de tal apreciación: la figura del vampiro dejó de ser temible, horrorizante. En los recientes trabajos es alguien que utiliza auto, que invita a su casa y que lucha contra los malos. Hoy son vampiros “maricones” para Paco Ignacio Taibo II y vampiros yuppies para el cineasta. “Son yuppies metrosexuales que no reflejan y tienen la personalidad de vampiros más clásicos. Puede ser una metáfora a la homosexualidad. Si eres un vampiro diviértete, estás a la cabeza de la cadena alimenticia”, explicó Coria.
El estudioso agregó que se ha banalizado la figura del vampiro y los aspectos de lo hacen interesante han quedado trivializados en los recientes productos.
“Son productos para la generación Next, para los jóvenes y están ofreciendo un producto que sería el equivalente a una Big Mac con queso; es decir, es algo atractivo, que puede digerirse sin problema. El vampiro es una especie de metáfora a los problemas que está padeciendo en este momento de tránsito. Por eso es tan atractivo”, enfatizó.
No obstante, tergiversado o no, Eclipse será un nuevo éxito.

De nuestra amable charla Eduardo omitió, seguramente por motivos de espacio, algunas cosas importantes. Cité inevitablemente a Vicente y a Julio Patán, pero especialmente advertí que la saga Crepúsculo –a la que nunca apreciaré- tiene la virtud de acercar al vampiro a una nueva generación de lectores. Lo riesgoso es conservar la idea que Edward Cullen es el prototipo del monstruo ni mucho menos su más digno heredero. Veo a la serie como exigencia e invitación para adentrarse en el tema, para leer a John Polidori, Joseph Sheridan LeFanu, Bram Stoker, Richard Matheson, Fred Saberghagen a Kim Newman y John Ajvide Lindqvist.

MARTES 27 DE ABRIL. Me visitó Eleuterio, el fisioterapeuta, un hombre rudo pero cordial, con el cabello muy corto, que me recordó al entrenador de tantas películas que he visto. Pacientemente me indicó una rutina para fortalecer mis músculos y me advirtió lo necesario que sería para mí en el futuro. Sedentario como soy estoy dispuesto a seguirla al pie de la letra. En la tarde me aplicaron mi inyección de Interferón. Por la noche hablé con mi amada. “Asómate a la ventana”, me pidió. Vi una maravillosa luna llena, brillante. “Te la regalo, es tuya”, enfatizó. Sólo sentí paz y esperanza.

MIERCOLES 28 DE ABRIL. Mi penúltimo día, lleno de resolución. Mi cuarta dosis de Metilprednizalona. La mejoría es notable, dramática. Me siento mucho mejor que al ingresar al hospital. Mis movimientos son más ágiles y seguros. Los médicos me felicitan por mi progreso y actitud. También Eleuterio.
No dormí bien en la noche. Más por la anticipación de mi alta que por los mosquitos o el cambio involuntario de cuarto –por necesidad del equipo de monitoreo que tenía mi habitación-. También porque le di forma mental a este escrito. Una de las últimas cosas que hice, después de las cuatro de la mañana, fue acabar con un chupasangre. Lo maté con mi edición de Drácula, colmo de las ironías y sacrilegios. “Solo un vampiro puede matar a otro vampiro”, me disculpé.

JUEVES 29 DE ABRIL. Salí del hospital tras recibir mi última dosis de Metilprednizalona, despedido por sonrisas del equipo que me atendió y promesas de retratos hablados no relacionados con averiguaciones previas. Me acompañaron recetas y medicamentos, pero sobre todo mi familia. El sol era más brillante. La vida continuaba. Por la noche me administré, torpe pero seguro, mi primera inyección casera de Interferón. Las manos y piernas me temblaban mientras yo clavaba la aguja y mi compañera introducía en mi cuerpo el contenido de la jeringa. “Para ser la primera no estuvo mal”, pensamos los dos. “Aprenderemos juntos”, me corrigió ella.

Descansé en mi cama, bajo mi techo, al lado de mi amada y rodeado de mi familia peluda. Desperté y el radio me recordó las injusticias cotidianas, el horror de la realidad. Después hablé con una entrañable amiga quien trajo a este mundo a una nueva habitante el martes pasado. “Es la niña más hermosa”, me aseguró sin estar cegada por el amor de madre primeriza. Sonreí por los contrastes de la vida. “Debemos dar más peso a lo bueno”, me dijo mi compañera.
Hoy más que nunca estoy dispuesto a vivir porque la vida, como dijo el poeta y por encima de todo, es una aventura formidable. “Caemos para aprender a levantarnos”, advirtió su padre a mi héroe en su renacer cinematográfico. Esa es una buena filosofía. Sé que no podré ganar del todo al mal, pero lo combatiré. Quién sabe, tal vez en treinta años se desarrolle una vacuna contra él. Nací el 25 de agosto de 1973. Reconquisté de mis días el 25 de abril de 2010. Hoy es el segundo día del resto de mi existencia.


Santa Teresa, Distrito Federal, 30 de abril de 2010.

10 comentarios:

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  2. Estoy muy impresionado, uno a veces piensa en esas cosas no le pasan a uno o, como en este caso, no le van a suceder a personas que conoces y estimas (aunque aún no nos conozcamos en persona).

    Te mando un fuerte abrazo y deseo que recuperes pronto ese ánimo al que estamos acostumbrados en tu podcast.


    Saludos

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  3. Estimado Roberto:

    Quiero que sepas que, a pesar de que no me conozcas, aprecio y reconozco tu trabajo y tu inteligencia, tanto como investigador de lo paranormal como del lado criminalístico (Del lado de la dramaturgia aún no he podido gozar de tus letras; espero hacerlo pronto)

    Curiosamente, me tocó verte junto con tu esposa el jueves pasado, 29 de abril, víspera de Walpurgis, en el Sanborns de Av. Juárez. Pensé un momento en saludarte y presentarme, pero ciertas urgencias me lo impidieron. Haciendo cuentas, creo que ese era el primer día de tu alta del hospital.

    Quiero externarte mi solidaridad y mi aprecio. Definitivamente, si este mundo fuera justo, a cierta gente se le debería de extentar de enfermedades, e incluso, el cosmos le debería de cargar unos cien años más a su saldo. Sin embargo, no es así.
    Verás que conforme pase el tiempo vendrán mejores fármacos, mejores tratamientos, y la esclerosis sólo te hará más fuerte y sabio.
    Recibe un abrazo fraterno.
    Omar Delgado

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  4. Buenas tardes señor Coria soy seguidor de su podcast y blog nunca antes había comentado, no quería guardarmelo esta vez, es un grande señor!
    Estoy sorprendido con toda la fuerza que demuestra, mis mejores deseos, un saludo desde Monterrey.

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  5. De Mauro. Estimado señor coria al igual que muchos agradezco que comparta esta etapa de su vida tan dura y lo que esta por venir solo me resta decir que admiramos su valentía y le pedimos que no deje de luchar un abrazo gracias

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  6. A todos y cada uno de ustedes, de todo corazón, mil gracias. Los buenos deseos te ayudan a seguir adelante. Muchos abrazos a todos.

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  7. muchas gracias por compartir tus experiencias,para mi es algo invaluable yo tengo a mi hija de 20 añitos con esta enfermedad que cambio nuestras vidas pero e aprendido a dar gracias a dios por todo lo que nos a dado y si el decidio que conocieramos esta enfermedad es por que somos elegidos de el y nos dio una encomienda que a que cumplir en esta vida con fuerza, pues ya no hay vuelta de hoja e abierto mi corazon a la esperanza y a los milagros sobre todo a saber llevar esto con pasiencia y muchas fuerza se que vamos a ganarle a la enfermedad sobre todo con nuestra esperanza firme. !!!saludos amigo y adelante!!!

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  8. Muchas gracias, Anónimo (se quien eres). Y perdón por la respuesta tardía, pero hace mucho que no veía esta entrada. Muchos abrazos para ti y los tuyos. Confío que todos estaremos bien.

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  9. Hola Rob, dentro de poco este escrito tuyo cumplirá tres años; al pensar en lo rápido que pasa el tiempo, no pude alejar de mi cabeza ha Ana y ha ti, en especial en el tiempo que llevo conociéndolos, y que aunque nuestra amistad nunca ha sido muy estrecha, siempre (por extraños y no tan extraños motivos) hemos tenido la oportunidad de vernos en diversas situaciones de la vida. También recordé cuando me diste la noticia de tu condición de salud (en Contreras) y que poco tiempo después, con gran entusiasmo (que te caracteriza) me invitaste a comer esa deliciosa pizza hecha con las manos maravillosas de Ana y pudimos platicar y me enseñaron sus libros (que gran inspiración). Al poco tiempo la vida nos volvió a alejar, pero siempre me quedó la clara experiencias que las peores enfermedades son las que uno se crea y no las reales, porque las primeras paralizan (lo sé por experiencia) y las segundas impulsan (como es tu caso)y tú, en estos casi tres años no has parado en ser impulsado, como lo he visto repetidamente en el Facebook y algunas veces he tenido la oportunidad de verlo yo misma. Rob, es un placer ser parte de sus logros, y créeme que eres un ejemplo a seguir. Orgullosa de ser tu amiga y saber de ustedes (es curioso pero no puedo pensar en Ana sin ti y tu sin Ana). Así que yo continuaré viendo, leyendo y siguiendo sus luchas y logros. Con cariño su amiga: Ruth Sierra.

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