La dimensión del actor, independientemente de su perdurabilidad como fenómeno cultural, nos exige revisar sus incontables relaciones con la literatura y el folklore. En su filmografía encontraremos numerosas adaptaciones de relatos clásicos de los hermanos Grimm o Alejandro Dumas –“El ceniciento” (1951), “El gato sin botas” (1956), “El vizconde de Montecristo” (1954), “Los tres mosqueteros y medio” (1956)- y revisiones de personajes que se han integrado, como Tintán, al imaginario popular –“Simbad el mareado” (1950), “La marca del Zorrillo” (1950)-. En lo concerniente a este blog, el horror y la fantasía, debemos destacar cintas como “Hay muertos que no hacen ruido” (1946), ingeniosa comedia que linda con el thriller donde Tin Tán se involucra en un misterioso asesinato. En su incursión en lo sobrenatural no podemos olvidar “Dos fantasmas y una muchacha” (1958) y “Los fantasmas burlones” (1964). Recordemos su interacción con Lon Chaney, Jr., caracterizado como el licántropo que lo hiciera famoso, en “La casa del terror” (1959) o el maravilloso híbrido de comedia, horror y ciencia ficción “Locura de terror” (1960), que incluía a un malvado científico loco encarnado por Andrés Soler. Incluso en una de sus últimas cintas, “El capitán Mantarraya” (1969), escrita y dirigida por nuestro héroe, subyace un elemento fantástico en la forma de una misteriosa pasajera del navío del protagonista. Por último, pero no al final, sobresalen sus trabajos de doblaje en la versión de Walt Disney del clásico de Washington Irving “El jinete sin cabeza” (1951) o su memorable oso Balú en el “Libro de la selva” (1967), adaptación del clásico de Rudyard Kipling.
La presentación del libro de Rafael fue coronada por la certera intervención del crítico de cine Carlos Bonfil y la emotiva presencia de Ismael López, quien de niño utilizara el nombre artístico de “Poncianito” y apareciera al lado del actor en “El rey del barrio” (1949) y “Soy charro de levita” (1949).
Pero sin duda lo mejor del acto fue la reacción de un público –en el que predominaban jóvenes- que reían escandalosamente con escenas de sus películas, algo insólito en una época donde los conceptos de comedia e hilaridad están tan tristemente deformados.
Desde su actual residencia, seguramente Don Germán sonrió orgulloso al comprobar el efecto de su genio cómico en las nuevas generaciones.
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