martes, 20 de septiembre de 2011

La visión de los vencidos

La emoción inunda el aire. Hoy inicio mi nuevo curso sobre vampiros en el Centro Nacional de las Artes. Pero aún hay tiempo de finiquitar asuntos pendientes.
El reinicio –o reboot- de una franquicia cinematográfica se debe a dos razones fundamentales: porque en otro momento demostró ser un negocio redituable para los grandes estudios o porque cayó en desgracia (y de la gracia del público). En ese sentido es una especie de deslinde de responsabilidades, como ocurrió con la fallidísima Spiderman 3 (Sam Raimi, 2007). En el mejor de los casos porque su historia tiene lecturas inagotables, dignas de explorarse en la época actual. Así sucede con la espléndida novela del francés Pierre Boullé, El Planeta de los Simios (1963), la cual fue llevada con maestría –aunque estaba muy lejana del relato original- por Franklin J. Schaffner en 1968. Sobra decir que la cinta es indispensable para todos los amantes de la ciencia ficción (que desprendió secuelas, series de televisión y un remake) y un referente en la cultural popular que ha sido homenajeada –incluso- por la familia Simpson. La obra de Boullé critica notablemente la estructura de la sociedad occidental a través de una especie muy semejante al hombre (los primates del título), del mismo modo que George Orwell lo hiciera años antes en Rebelión en la Granja (1945). Tras su colorida alegoría, realiza una sentencia que tiene mucho sentido (lamentablemente) para la especie animal: “todo lo que camina sobre dos pies, es enemigo”.
Esto podría aplicarse a El Planeta de los Simios: (R)evolución (Rise of the planet of the Apes, Rupert Wyatt, 2011). La cinta puede leerse como una precuela de la historia (fílmica) original, pero a la vez  es un reinicio. Narra el drama de Will Rodman (James Franco, más lúcido que en la pasada entrega del Oscar), un científico de la farmacéutica Gen-Sys quien trata de desarrollar una cura contra el Mal de Alzheimer (de la cual se beneficiaría su propio padre). Pero no todo es noble. El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones, dice siempre un querido amigo. Como sucede en el desarrollo de muchos medicamentos y productos para el consumo humano, las compañías realizan pruebas preliminares en animales, en este caso en chimpancés. Luego de administrar el fármaco en la bella Ojos Brillantes, Rodman advierte un prodigioso aumento en su inteligencia. Pero súbitamente la chimpancé entra en un frenesí que obliga a sus captores a sacrificarla y terminar la investigación. Luego Rodman advierte la causa del arrebato: sólo quería proteger a su cría, un pequeño chimpancé al que el científico bautiza como César y que, en apariencia por remordimiento pero más maravillado porque su madre le transmitió su intelecto superdesarrollado, toma bajo su protección. César crece y advierte las enormes diferencias entre él y los humanos. “¿Soy una mascota?”, le pregunta a Will, su “padre”. La incomprensión del hombre lo lleva al encierro. Ahí se da cuenta de la opresión de que su especie es objeto, como el maltrato del malvado cuidador Dodge (Tom Felton, alias Draco Malfoy en la saga de Harry Potter). “Simios estúpidos”, le dice a César el sabio orangután Maurice (en lenguaje de señas) al ver el sin sentido en que viven sus congéneres. Se da cuenta del poder que pueden tener si están unidos, y lo demuestra con lo difícil que es romper un puñado de ramas. Así, César les administra la droga y comienza la revolución.
Uno de tantos aciertos del libreto de Rick Joffa y Amanda Silver es hacer evidente que los simios (al igual que ningún animal) no son malos. Ese sentimiento es exclusivo del hombre. César no busca vengarse, sino rescatar a los suyos del zoológico de San Francisco y del laboratorio para refugiarse en un santuario. Cuando un gorila está a punto de atacar a un policía indefenso, César lo detiene, a pesar de que éstos tienen órdenes de matarlos. Minutos después el mismo gorila da su vida para proteger a su líder, acto genuino de lealtad y heroísmo. Los simios no buscan diseminar la droga (que tiene efectos mortales en los humanos) que eventualmente asegurará su lugar como la especie dominante del planeta.
La cinta tiene muchos guiños para los aficionados. No sólo el protagonista principal (que de ninguna manera es James Franco) tiene el mismo nombre que llevara Roddy McDowall en La conquista del planeta de los Simios (J. Lee Thompson, 1972) y Batalla por el Planeta de los Simios (Arthur P. Jacobs, 1973), hijo de Cornelius (el mismo McDowall) y Zira (Kim Hunter), personajes fundamentales de la cinta original (la de 1968). César aparece armando un modelo a escala de la Estatua de la Libertad. Conocemos también una noticia televisiva sobre el viaje espacial de la nave Icarus (la misma de Charlton Heston). Y el guiño más notable: la línea “¡Quítame las garras de encima, simio inmundo!” ahora en voz de Felton, cuyo destino debió tener su más notorio papel. Y hay más. La escena donde el poco escrupuloso Jacobs (David Oyelowo) entra a su compañía, no dejó de recordarme a Los pájaros (1963) de Alfred Hitchcock.
En apariencia el primer aspecto que brilla en la película son los elaborados efectos de Weta digital, la compañía de Peter Jackson. De hecho es la primera cinta de la serie que los usa (en todas sus anteriores los simios fueron encarnados por actores maquillados). De ellos el más notable es César, al que da vida el actor Andy Serkis (el mismo que hiciera al Gollum en El Señor de los Anillos y al gigantesco King Kong, ambas del propio Jackson) gracias a la técnica llamada Motion capture. Se habla incluso de una nominación al Oscar para Serkis por su excepcional trabajo. A pesar de lo sorprendentes que resultan, los efectos están al servicio de la historia, no son su sustento. 
Más allá, la historia tiene relevancia en una época en que por más que se defiendan los derechos de los animales continúan ocurriendo grandes atrocidades. Es inevitable ligar a esto una lectura política, de opresión y, por qué no, un mensaje sobre la paternidad responsable. Al igual que la criatura de Frankenstein, César no pidió ser dotado de intelecto y conciencia. Al final triunfa la irracionalidad del hombre y ésta lo conduce irremediablemente a su exterminio. Todo lo anterior, como dijo alguna vez mi amigo Rafael Aviña, en una cinta deslumbrante de principio a fin.
De esta cinta seguiré hablando en la versión podcast de Horroris causa con mis cofrades Pablo Guisa, Antonio Camarillo y mi buen amigo Carlos del Río. Ahí nos escuchamos.  

1 comentario:

  1. Recordando un tanto mis clases desarrollo humano e historia de la psicologia, me doy cierto pavor y puediera decir que horror, el darme cuenta que por mas humanos que nos querramos ver, por mas racionales que como especies lleguemos a ser, finalmente somo animales.
    Quizas el problema, retomando el tema original, se deriva del hecho mismo que como especie se nos ha inculcado el hecho de que somo "dueños" de la naturaleza.
    que podemos cambiar algunas cosas y propiciar cambios, es cierto; pero al igual que todos los animales de este planeta, en algun momento nos extinguiremos, asi que creo que hay que pensar como querramos que sea esta extincion

    ResponderEliminar