lunes, 17 de junio de 2013

En defensa de Shyamalan

Mucho se ha criticado el cine del director y escritor indio estadounidense Manoj Nelliyattu Shyamalan, quien firma sus obras como M. Night Shyamalan. Esto proviene del gran reconocimiento que le mereció su primer largometraje popular –el tercero en realidad-, Sexto sentido (1999), impecable, minimalista y certero trabajo que propició la comparación inevitable con todas sus cintas posteriores. He escuchado a más de una persona decir que anticipaba el desenlace desde la primera mitad de la película, y si analizamos en perspectiva las señales son más que evidentes, pero el momento en que el Dr. Malcolm Crowe (Bruce Willis) observa a su dormida esposa Anna (Olivia Williams) dejar caer su anillo de bodas y escuchamos de nuevo al pequeño Cole Sear (Haley Joel Osment) hacer un recuento de lo que tuvimos a plena vista y pasó inadvertido ante nuestros ojos, es estremecedor. Sentó un precedente que todos esperábamos ver repetido y superado en su sucesiva filmografía. También definió un estilo: el twist ending, el simbolismo del color rojo, la influencia de clásicos televisivos como La dimensión desconocida y Hitchcock presenta, una cámara estática –mayormente la del cinefotógrafo Tak Fujimoto-, solventes partituras de James Newton Howard, una locación identificable –su tan amada Philadelphia, Pennsylvania- y sus cameos. Tenía un peso enorme en los hombros.
Su siguiente película, El protegido (Unbreakable, 2000), es uno de los mejores estudios sobre la figura del superhéroe que recuerdo. Willis nuevamente ocupaba el papel protagónico, ahora como el frustrado ex jugador fútbol convertido en guardia de seguridad David Dunn, quien junto con su hijo Joseph (Spencer Treat Clark) descubre su verdadero papel en la vida gracias al encuentro con el frágil Elijah Price (Samuel L. Jackson). “Me decían el Sr. Vidrio”. Su edición especial en DVD contiene ilustraciones que el talentoso Alex Ross hizo especialmente para la misma. Una maravilla.
Le siguió Señales (2002), un homenaje a La Guerra de los Mundos y La noche de los muertos vivientes que prescinde de explosiones y la gran parafernalia que supone una invasión extraterrestre para dar paso a un drama familiar y de reencuentro con la fe. La oveja descarriada Graham Hess (Mel Gibson) le pregunta a su atribulado hermano Merrill (Joaquin Phoenix) “¿eres de las personas que cree en milagros, que ve señales, o crees que la gente sólo tiene suerte? ¿Es posible que no existan las coincidencias?”. Pese a que muchos dicen que recurre a lo previsible, la cinta tiene momentos memorables y otros verdaderamente divertidos –los cascos tipo Kisses-. Pude comprobar dos veces cómo la audiencia brincaba de sus asientos –literalmente- al ver por unos instantes al alienígena videogranbado durante una fiesta infantil.
Las cosas comenzaron a desgastarse en La aldea (2005), cinta que no satisfizo mis expectativas pero no me disgustó. Salí del cine con la sensación de haber visto un capítulo televisivo –impecablemente filmado, eso sí- de 108 minutos. Su contundencia se volvió predecible. Después vino La dama del agua (2006), un cuento de hadas que disfruté enormemente –Paul Giamatti y Bryce Dallas Howard son estupendos- pero que tuvo un gravísimo error: de realizar una esperada aparición mínima, Shyamalan se adjudicó un papel importantísimo en la trama, casi mesiánico. Su público comenzó a abandonarlo y, por consiguiente, el entusiasmo de sus productores. Y ni mencionemos las críticas adversas que generó. La cinta costó 70 millones de dólares. Ganó poco más de 72. Fue un desastre que pavimentó su caída. Pareció redimirse con El fin de los tiempos (The happening, 2008), cinta que defino como una versión vegetal de Los pájaros de Hitchcock y que pudo ser más afortunada. Su principal defecto fue su protagonista Mark Wahlberg, quien no logró despertar la empatía que un hombre ordinario enfrentado a la otredad haría. Al menos no le fue tan mal en taquilla. De los 48 millones de dólares que costó, ganó 168. La crítica no la recibió tan bien. Los pocos que la defendieron dijeron que era una B-movie, y eso no es malo. Posteriormente se resignó a dirigir proyectos por encargo. La adaptación de la popular caricatura Avatar: el último Maestro del Aire (2010) –titulada únicamente El último Maestro del Aire, por aquello de evitar se relacionara equivocadamente con la cinta de James Cameron- fue una gran pirotecnia visual que apostaba por atraer a los grandes públicos a los cines. Y eso fue lo triste. Pasó de ser un cineasta autor –parece exagerada la etiqueta, pero o olvidemos que escribía sus guiones y tenía un estilo- que privilegiaba la historia y evitaba sustentar su trabajo en efectos especiales, a uno sometido a los designios de los estudios y que le entró al gran juego. Parece que ocurrirá lo mismo en Después de la Tierra (2013), cuyos espectaculares avances delatan que está diseñada para el lucimiento de Will Smith –y su hijo Jaden-. Hasta ayer no sabía que Shyamalan tuviera algo que ver con ella y la verdad no me atraía en lo más mínimo. Ahora la veré, porque el director es merecedor con creces del beneficio de la duda.

Yo creo que el M. Night Shyamalan que me gusta puede regresar. He sufrido grandes desencantos con Quentin TarantinoJackie Brown y A prueba de muerte-, Tim BurtonAlicia en el País de las Maravillas- y Christopher Nolan –sigo sin reponerme de su tercera Batman-, pero veré con entusiasmo sus siguientes películas. No pretendo compararlos. Como ellos, posee oficio y ha dejado en claro que, como nosotros, es un cinéfilo irredento. Debe volver a lo básico. Seguiré confiado en su potencial. 

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