“Todos somos parte de una minoría”, me dijo mi amada el día en que inició una nueva etapa de mi vida. Los judíos, los musulmanes, los homosexuales, los vegetarianos, los defensores de los animales, los darketos, los que leemos literatura de horror, los que padecemos Esclerosis múltiple, todos conocemos bien el significado de la otredad, de no encajar en los estándares que impone la mayoría, de estar fuera de la norma. Eso ha reforzado la simpatía que ya sentía por los Hombres X, el grupo de heroicos mutantes creados en 1963 por Stan Lee y Jack Kirby, trasladados acertadamente a la pantalla grande por Bryan Singer en el año 2000. Pese a su naturaleza extraordinaria, estos superhéroes se encuentran entre los más humanos de todos. No son dioses ni proceden de otro planeta, ni fueron expuestos a radiaciones en el espacio o mordidos por una araña de laboratorio. Tampoco sufrieron la pérdida de sus padres ni fueron marcados por ver el rostro del mal. Simplemente son ellos mismos, nacieron así. Ya lo anticipaba el estupendo prólogo de la película de Singer, “la mutación es la clave de nuestra evolución. Nos permitió convertirnos en la especie dominante del planeta. Normalmente es un proceso lento, que toma miles y miles de años. Pero cada cierto par de milenios, la evolución da un salto”.
Los Hombres X vieron la luz en una época tumultuosa, donde importantes conflictos sociales y políticos ocupaban la preocupación de las personas. Eran los tiempos de las revueltas estudiantiles, del movimiento hippie, de la Guerra de Vietnam. Un momento donde diferentes y poderosas formas de pensamiento se enfrentaban, a veces de manera cruenta. En un extremo, un hombre de color llamado Martin Luther King, quien tenía un sueño, pregonaba la convivencia armónica de los distintos grupos raciales en Estados Unidos; en el otro lado el activista afroamericano Malcom Little, auto denominado Malcolm X, hacía evidente la brecha cultural entre las clases dominantes (blancas, por supuesto) y los abusos que históricamente habían cometido contra “su gente”. Su malestar, legítimo a todas luces, era en muchos sentidos un llamado al odio. Y de ello no surgió nada bueno, como lo demuestra la historia.
En un terreno más amable, el de las historietas, Luther King y Malcolm X tuvieron dos símiles estupendos: Charles Xavier, el más poderoso telépata, conocido como el Profesor X, y Eric Magnus Lensherr, amo del magnetismo, terrorista para muchos, conocido como Magneto. Ambos representaban corrientes opuestas y anticipaban una línea dramática que retomó una serie de televisión como la casi extinta –afortunadamente- Smallville: los más formidables adversarios comienzan siendo amigos. Ese vínculo tan estrecho hace más acérrima la rivalidad. He ahí la virtud de uno de los avances –o trailers- de Hombres X: primera generación (Matthew Vaughn, 2011), “antes que fueran el Profesor X y Magneto, eran aliados”.
Antes de seguir jugaré al abogado del diablo. Nunca he considerado a Magneto un villano. El personaje es fruto de nefastas circunstancias que definieron su vida. Conoció los horrores de la Alemania Nazi , la incomprensión y el rechazo, primero por su religión –judío- y luego por sus habilidades extraordinarias. Fue prisionero de un campo de concentración –Auschwitz-. Era inevitable que al crecer notara un alarmante paralelo entre sus experiencias infantiles y las acciones de la sociedad occidental, que temiera la aniquilación de “su gente”. Magneto (Sir Ian McKellen, grandioso) lleva en su brazo el número que le tatuaron sus victimarios y a pesar que Xavier le conmina a la esperanza, él no percibe avances significativos en la humanidad. “Nosotros somos el futuro, Charles, no ellos. Ellos ya no importan”, sentencia.
muy buen texto, ya vi la nueva pelicula de First Class y estoy de acuerdo en tu comparación, aabas partes luchan por un mismo ideal, sin embargo tienen metodos y fines diferentes para lograrlo.
ResponderEliminarMuy cierto, Omar. De sus diferencias, el único ganador es el público. Saludos.
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