Cuando una querida amiga vio fotos del australiano Chris Hemsworth, caracterizado como Thor, el Dios del Trueno, para la película homónima de Kenneth Branagh, exclamó espontáneamente “¡Oh, my God!”. La expresión puede ser certera para algunas de mis lectoras.
Todos los aficionados de los superhéroes podíamos anticipar que llevar a la pantalla las aventuras de la deidad nórdica sería difícil, más en el prisma de realismo que han tratado de capturar producciones recientes como Hombres X (Bryan Singer, 2000) –y secuelas-, Hulk (Ang Lee, 2003) –y reinicio, o reboot (Louis Leterrier, 2008) - y Ironman (John Favreau, 2008) –y secuela (2010)-. Muchos pueden cuestionar que emplee la palabra realismo para referirme a estas cintas, más porque se basan en personajes de historietas –“cuentos” para muchos-. Pese a esto, todas los sitúan en una época, ambientes y situaciones que reconocemos fácilmente. Los avances tecnológicos de los que hablan –mutaciones, experimentos genéticos y exosqueletos poderosos- son espléndidamente posibles. Sobre todo si reconocemos que la ciencia avanza a pasos agigantados. Esto, porque la ciencia y la religión no se llevan bien, hace compleja la inserción de un elemento divino, sobre todo de uno que ocupará un papel importante en uno de los productos venideros de Marvel Studios, Los Vengadores, que se filma actualmente bajo la batuta de Joss Whedon.
Thor nació de la imaginación de Stan Lee, Larry Lieber y Jack Kirby en 1962 y desde entonces se convirtió en uno de los personajes más populares de la editorial. En su primera aventura conocemos que es el Donald Blake, un médico que sufre una cojera persistente y al pasear por los campos noruegos descubre una cueva secreta, donde encuentra el mítico martillo Mjojnir en el que lee la leyenda “quien sea digno de portar este martillo tendrá el poder de Thor”, o algo así. Obviamente, él es suficientemente digno y se transforma en la deidad nórdica quien, sin pretenderlo, detiene una invasión extraterrestre que casualmente ocurría en el momento. Los alienígenas huyen despavoridos al pensar que todos los habitantes de este planeta con como el superhombre. Eventualmente nos esteramos que de hecho Blake es el mismísimo hijo de Odín, enviado a la Tierra en un cuerpo humano con la finalidad de adquirir sabiduría y –paradójicamente- humanidad para asumir dignamente su condición. Sus aventuras fueron sucesivamente aderezadas por lugares comunes de la Era de Plata de los cómics: la protección de su doble identidad, el encuentro con el amor verdadero (su colega Jane Foster), roces con los Dioses de Asgard –el equivalente al Olimpo de la mitología griega-, desde su padre Odín –el Zeus nórdico-, su malvado hermano Loki, el Dios del Engaño, una lluvia de aliados y desde luego muchos enemigos –mayormente de origen celestial- que hacían la victoria casi imposible.
De su adaptación a la pantalla del 2011 sigo preguntándome cuál es el grado de influencia que tuvo el director Branagh en el guión de Ashley Edward Miller, Zack Stentz y Don Payne, que optó por erradicar la procedencia humana del héroe e incorporar dilemas del teatro shakespereano –el conflicto con la figura paterna y las intrigas- que tan bien conoce. Thor (Hemsworth) es el heredero al trono de Asgard, pero su soberbia, insolencia y rebeldía hacen que su fatigado padre Odín (Sir Anthony Hopkins) lo despoje de su condición divina y lo expulse a la Tierra. En estos rumbos se encuentra con la astrofísica Jane Foster (Natalie Portman) y su Erik Selvig (Stellan Skarsgard), que poco a poco descubren su procedencia, paralelamente a la agencia gubernamental S.H.I.E.L.D. y a su agente Phil Caulson (Clarck Gregg), que se ha convertido en un rostro familiar en cintas previas de Marvel. Tras bambalinas del destierro se encuentra su hermano Loki (Tom Hiddleston) quien tiene una agenda secreta. Al final Thor, luego de un viaje iniciático que le permite adquirir humildad, templanza y sentido del sacrificio –muy similar al que describe Joseph Campbell en El héroe de los mil rostros- para detentar su poder y verdadero lugar en el gran orden de las cosas.
Si bien la cinta es lenta por momentos y tuve que verla en versión doblada al español –pues no tenía otra opción-, no me decepcionó ni hizo que me lamentara pagar la entrada. "Me gustó, pero no me fascinó", suelo decir. En términos generales es competente. Quienes seleccionaron al reparto de apoyo aprovecharon la eficacia comprobada de actores cono Portman y Skaarsgard, cuyas actuaciones -para ser justos- no son memorables. Anthony Hopkins fue una elección inspirada para dar vida a Odín, como lo fue en su momento Laurence Olivier al interpretar a Zeus de Furia de Titanes (Desmond Davis, 1981). Mención aparte merece el Loki de Hiddleston, que dista mucho del personaje malvado y lastimero que conocimos en los cómics y las caricaturas. Y el protagonista Hemsworth, con su apariencia gigantona y arrogante con sus arrebatos de ira, muy similar a un boxeador o luchador de la WWF , no lo hace nada mal.
La película es también un alarde de efectos digitales –sobre todo en las secuencias de Asgard- y ofrece referencias a otras producciones de la casa: “conocí a un pionero en la investigación de Rayos Gamma”, “¿será un invento de Stark?”, escuchamos en el transcurso de la historia. Ese es tal vez su mayor mérito. Logra acoplar al personaje a “un universo mayor”, como dijo Nick Fury (Samuel L. Jackson) a Tony Stark (Robert Downey, Jr.) en el epílogo de Ironman. La cinta remata con la ya obligada escena que anticipa venideras aventuras de la productora, precedida por la leyenda –que no deja de recordar a las películas de James Bond 007- “Thor regresará en Los Vengadores”.
En el vestíbulo del cine sentí como el círculo se completaba, cuando vi el cartel de El Capitán América: el primer Vengador (Joe Johnston, 2011). Ya la comentaremos en su momento. Ahora, a esperar.
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