martes, 15 de mayo de 2012

Lección de vida


Para Ana Luisa, por existir.


Hablar de Rocky Balboa, el personaje creado y encarnado en seis ocasiones por el actor estadounidense Sylvester Stallone, podría parecer poco apropiado dados los temas de este blog. No obstante, es tremendamente relevante para mí no sólo porque hace algunos días me reencontré con su última aventura (escrita y dirigida por el propio Stallone en 2006) sino por el momento de mi vida que atravieso. Rocky está arraigado en la mente y corazón de generaciones completas de cinéfilos y ha trascendido al imaginario colectivo de la cultura occidental. Lo reconocen y vitorean incluso espectadores jóvenes que no lo conocieron en su momento más brillante. Su galardonado tema musical, escrito por Bill Conti, acompaña muchas celebraciones. Subir las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia es un ritual obligado para todo visitante de la ciudad, pues la figura del púgil está indeleblemente ligada a ella.
Publiqué en este espacio, para mis más cercanos pero sobre todo para mí, que el 23 de abril de 2010 me diagnosticaron Esclerosis Múltiple. Lo que ha pasado desde entonces es toda una aventura, con “días buenos y días malos”, como me advirtieron mis médicos. Tratamiento (una inyección diaria de Copaxone), Acupuntura, ejercicio físico, estudios semestrales de laboratorio (la Resonancia Magnética de cráneo siempre me recuerda "El entierro prematuro" de Poe) y mucho entusiasmo (personal y de mis seres amados) mantienen a raya al monstruo.
Como muchas personas discriminan a los que sufren mi mal, algunos críticos desprecian a Rocky. Mayormente porque se convirtió en una saga dispareja. No puedo culparlos, porque es cierto: sus secuelas son previsibles, reiterativas –por momentos absurdas-, que canibalizan muchos de los momentos establecidos desde su primera entrega. Pero esto no minimiza la fascinación que genera entre sus devotos. Su aventura final es la más sincera de todas. Es de hecho una autobiografía: Stallone se desnuda en un guión sencillo que expone todas las angustias y frustraciones que le generan no saberse ya en el centro de los reflectores. Su barrio está tan maltrecho como su estima. Al igual que su personaje, es un hombre que vive de las glorias pasadas, con una bestia aprisionada en su interior que lucha desesperadamente por salir. Al final lo consigue. “Un peleador pelea”, resuelve. A esta determinación, contra todo pronóstico entusiasta, siguen ritos de paso: la conferencia de prensa, el entrenamiento y el dramático combate. Ahora se da el tiempo de adoptar a un perro, Punchy, símbolo de sus posibilidades de superación. Esta vez Rocky no venció físicamente. Abandonó el cuadrilátero con una victoria personal (“la bestia se ha ido”), la más importante, por eso no necesitaba escuchar el resultado. Sus laureles fueron la estruendosa ovación de su público, el mejor reconocimiento para ambos, Stallone y su alter ego.
Hoy que es Día del Maestro, Rocky sigue brindándome una lección de vida. “No importa cuán fuerte te golpee la vida, sino cómo te pones de pie y sigues adelante”. Nunca me he apenado de mi condición, ni me  he querido beneficiar de ella. Simplemente tenía estas líneas encerradas en mi pecho. Ahora están fuera. 

2 comentarios:

  1. Dice Henri Ducard (Ducard... hmmm) en Batman begins: LA VOLUNTAD LO ES TODO
    y es cierto
    un abrazo desde la barrera

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  2. Mil gracias, Surarechi. Otro para ti.

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