jueves, 20 de mayo de 2010

Intermedio mortuorio

Irónicamente aún no veo el remake del entrañable Freddy. Los comentarios de grandes estudiosos y diletantes del horror, como Antonio Camarillo, Pablo Guisa y Carlos del Río, no son muy halagadores. No obstante, en cuanto tenga oportunidad correré al cine y completaré el comentario que inicié en la entrada anterior. Mientras tanto, un intermedio funerario.
En el estudio preliminar a la estupenda antología Horrorscope II, mitos básicos del cine de terror (Nostromo Editores, Madrid, 1974), José Antonio Molina Foix elabora una minuciosa clasificación de los monstruos en las bellas artes. En ella incluye a la Muerte. No como concepto moral, médico, existencial o religioso, sino como personaje. Y es que la tradición literaria nos ha entregado grandes ejemplos de su estancia entre nosotros como entidad física, desde esa novela maravillosa titulada Macario de B. Traven (Compañía General de Editores, 1971), incontables cuentos de Bernardo Couto Castillo, mucha de la narrativa de Juan Rulfo, y un larguísimo etcétera. En el cine ha sido encarnada, en extremos opuestos por Enrique Lucero en la adaptación de la ya citada Macario (Roberto Gavaldón, 1960), por Emma Roldán en El ahijado de la Muerte (Norman Foster, 1946), por Bengt Ekerot en El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957) e Ian McKellen –encarnando a la Muerte de Bergman- en El último gran héroe (John McTiernan, 1993). También la han interpretado Miroslava en La Muerte enamorada (Ernesto Cortázar, 1951) y Brad Pitt en ¿Conoces a Joe Black? (Martin Brest, 1998). Es representada en estas cintas como ancianos decrépitos, casi esqueléticos, o en el pináculo de la belleza física, quizá influenciados por autores como Goethe o Edgar Allan Poe. En el imaginario popular, el pueblo mexicano convive cotidianamente con ella. Le dedica fiestas, inspira alimentos –el tradicional pan de muerto y las calaveritas de azúcar-, cánticos y rimas, e incluso los atrevidos la retan. “La Muerte me pela los dientes”, dicen algunos valientes.
Anteayer vi por enésima vez una película mexicana maravillosa, La Dama del alba (Emilio Gómez Muriel, 1950), adaptación de la pieza teatral homónima de 1944 del español Alejandro Casona (Cátedra, 1985). La programan con relativa frecuencia en la televisión por cable y en el canal 4 de la zona metropolitana de la ciudad de México –lamentablemente nunca la he visto a la venta en DVD-. La cinta es grandiosa, en su trama –el guión de Salvador Elizondo cuenta con textos adicionales de Xavier Villaurrutia-, dirección, reparto y locaciones. La historia es la siguiente: tras la muerte en el lago local de la virtuosa Angélica (Beatriz Aguirre), su hogar se ha sumido en la más profunda tristeza, como si el tiempo se hubiera detenido. Su madre (Fanny Schiller), hermanito (Jaime Calpe), abuelo (el siempre estupendo Andrés Soler), y su flamante esposo Martín (Emilio Tuero), luchan por retomar el rumbo de sus vidas, unos con más éxito que otros. Dos visitantes inesperadas cambian el panorama. La primera es una misteriosa y bella peregrina vestida de negro (María Douglas) y la bella Adela (una radiante Marga López), a quien Martín salva de correr el mismo destino de su amada muerta. El abuelo parece reconocer a la peregrina. Con ella tiene una relación especial. Se trata de La Muerte, quien visita el lugar con un propósito especial. Ambas mujeres, la peregrina y Adela, devuelven la vida a los protagonistas. De la obra de Casona extraigo algunos parlamentos. Demuestran que La Muerte no tiene un trabajo fácil.

ABUELO.- Basta. No pretendas envolverme con palabras. Por hermosa que quieras presentarte yo sé que eres la mala yerba en el trigo y el muérdago en el árbol. ¡Sal de mi casa! No estaré tranquilo hasta que te vea lejos.
PEREGRINA.- Me extraña de ti. Bien está que me imaginen odiosa los cobardes. Pero tú perteneces a un pueblo que ha sabido siempre mirarme de frente. Vuestros poetas me cantaron como a una novia. Vuestros místicos, como una redención. Y el más grande de vuestros sabios me llamó “libertad”. Yo misma se lo oí decir a sus discípulos, mientras se desangraba en el agua del baño: “¿Quieres saber dónde está la verdadera libertad? ¡Todas las venas de tu cuerpo pueden conducirte a ella!”.
ABUELO.- Yo no he leído libros. Sólo sé de ti lo que saben el perro y el caballo.
PEREGRINA.- (Con profunda emoción de queja) Entonces, ¿por qué me condenas sin conocerme bien? ¿Por qué no haces un pequeño esfuerzo para comprenderme? (Soñadora) También yo quisiera adornarme de rosas como las campesinas, vivir entre niños felices y tener un hombre hermoso a quien amar. Pero cuando voy cortar las rosas todo el jardín se me hiela. Cuando los niños juegan conmigo tengo que volver la cabeza por miedo a que se me queden fríos al tocarlos. Y en cuanto a los hombres, ¿de qué me sirve que los más hermosos me busquen a caballo, si al besarlos siento que sus brazos inútiles me resbalan sin fuerza por la cintura? (Desesperada) ¿Comprendes ahora lo amargo de mi destino? Presenciar todos los dolores sin poder llorar… Tener todos los sentimientos de una mujer sin poder usar ninguno… ¡Y estar condenada a matar siempre, siempre, sin poder nunca morir!

2 comentarios:

  1. La muerte, es simplemente el personaje detras de las cortinillas del teatro de la vida, esperando cuando cerrar el telón para el acto final...
    La muerte tiene miles de formas desde la mas bella e inocente hasta la mas horrible y maligna. Hoy en dia prefiero a los seres fantasticos que anotan tu nombre en su cuaderno decidiendo cuando es tu hora, eso seres se llaman shinigamis - Dioses de la muerte -

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  2. q hermoso fue este dialogo...
    Habra q ver la película.

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