En el momento climático de Rocketeer (Joe Johnston, 1991), adaptación cinematográfica de la novela gráfica de Dave Stevens, la banda del mafioso italoamericano Eddie Valentine (Paul Sorvino) y agentes del FBI se enfrentan, hombro con hombro, a tiros contra un comando nazi en las afueras del Observatorio Griffith de Los Ángeles, California. Es el año 1938. Mientras esto sucede, en la parte alta del edificio, el incipiente superhéroe que da título a la cinta, Cliff Secord (Bill Campbell), empleando un portentoso artefacto ideado por Howard Hughes, se lanza a la persecución de los malvados y a la salvación del imperio mientras a su espalda ondea, flamante y gloriosa, la bandera de los Estados Unidos. A pesar que otros personajes como Superman y el Hombre Araña han realizado acciones similares (cruzar gallardos frente a la bandera de las barras y las estrellas), esto les queda bien a pocos héroes. Ellos, adalides de la libertad y la justicia, no fueron concebidos en un momento histórico donde un país se enfrentara a un peligro de dimensiones similares al que representó la Alemania Nazi de Adolfo Hitler. No fueron utilizados como figuras propagandísticas, como una forma de exaltar las virtudes de un proyecto de nación, como estandartes de la democracia. Ello acerca al Rocketeer a figuras como El Tío Sam y a la que me referiré en unos momentos.
Ver Rocketeer es muy oportuno para disfrutar mejor Capitán América, el Primer Vengador (2011), no sólo porque la dirigió el propio Johnston –discípulo aventajado de Steven Spielberg- sino porque el clima –espacial y político- es el mismo que ahora nos ocupa. Pero ya llegaré a eso.
“Símbolo americano por excelencia, tan desfasado por increíble, resulta hoy en día en la Norteamérica que representa. Puntal de Marvel Comics y uno de los dos superhéroes de la compañía que consiguió sobrevivir a los años cuarenta”, dice sobre el Capitán América el escritor Lorenzo Díaz en su Diccionario de los superhéroes (Ediciones Glénat, 1996). El Capitán América, miembro distinguido de la primera generación de superhéroes de la radio y la historieta como La Sombra , el Avispón Verde, Superman y Batman posee, junto con el paladín de Ciudad Gótica, la verosimilitud que le otorga su condición de ser humano de carne y hueso, capaz de sangrar y sufrir como ustedes y yo. Pero a diferencia del hombre murciélago sus facultades tienen una fuente científica. Creado por Joe Simon y Jack Kirby en marzo de1941, en plena efervescencia de la Segunda Guerra Mundial, la historieta se centraba en el enclenque recluta Steve Rogers, quien se sometía a un experimento que tenía por objetivo crear soldados perfectos para enfrentarse a las Potencias del Eje. Sus facultades físicas, su agilidad y fortaleza, eran afinadas artificialmente. Acaso lo acerca a Batman su determinación y sus valores –su enorme patriotismo en este caso-. Tras el asesinato de su creador y antes que éste pueda producir una hueste de hombres similares a él, Rogers decide convertirse en el Capitán América, paladín cuyo uniforme empleaba los colores rojo, azul y blanco del lábaro estadounidense.
En su prolífica carrera se hizo de un compañero –Bucky-, influencia evidente del Robin de Batman y estrategia mercadológica para atraer a jóvenes lectores, de un enemigo mortal –Cara Roja, o Red Skull en su idioma original- y vivió un sinfín de aventuras de manera intermitente –en diversos medios- hasta que fue descubierto congelado en 1963 y reintegrado a la acción –ahora por Stan Lee y el mismo Jack Kirby- como líder de un grupo de superhéroes conocido como Los Vengadores.
El renacimiento del Capitán América será un tema que seguiré tratando en sucesivas entradas de este blog.
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