Steven Spielberg siempre será un referente en el cine fantástico, pésele a quien le pese. Comulgo con quienes piensan que con el paso de los años sus historias se han edulcorado y ha transitado –no siempre con fortuna- por otros géneros que van de la comedia (1941, 1979), el drama histórico (La lista de Schindler, 1993, y Amistad, 1997), el drama (La terminal, 2004), el thriller (Munich, 2004) y la comedia dramática (Atrápame si puedes, 2003). Y no mencionemos los proyectos fallidos en los que se han involucrado, como director y productor: Minority report, sentencia previa (2002) y La guerra de los mundos (2003) son dos relatos que aprecio profundamente y que se diluyeron completamente en sus manos, por no recordar la presencia de Tom Cruise. Seguramente Phillip K. Dick y H. G. Wells se revolcaron en sus tumbas el día de sus estrenos. Pero siempre le perdonaré por haber dirigido Tiburón (1975), Encuentros cercanos del tercer tipo (1977), Los cazadores del arca perdida (1981) e, incluso, E. T. El extraterrestre (1982). Dejo aparte su visión para apoyar a otros cineastas como Tobe Hooper (Poltergeist, 1982), Joe Dante (Gremlins, 1984), Richard Donner (Los Goonies, 1985), Robert Zemeckis (Volver al futuro, 1985, y ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, 1988) y Barry Levinson (El joven Sherlock Holmes, 1985). Todos los títulos que mencioné cautivaron mi imaginación en mi adolescencia y forman parte valiosa de mi memoria y sentimientos en la actualidad. Spielberg es un hábil narrador y tiene un excelente tino para producir cintas exitosas, como la que hoy acapara mi atención.
“Una película veraniega a la vieja usanza”, así calificó mi amigo Rafael Aviña a Capitán América, el Primer Vengador (Joe Johnston, 2011). Creo que también puede definirse así a Super 8 (2011), un homenaje al mejor cine de Steven Spielberg, escrita y dirigida por ese niño terrible de la televisión y el cine estadounidenses llamado Jeffrey Jacob Abrams. Él es artífice de las teleseries Alias, Lost y Fringe y la mente detrás de la tercera entrega de Misión: Imposible (2006), Cloverfield (Matt Reeves, 2008) y el reinicio de la saga de Viaje a las estrellas (2009).
Lillian, Ohio, verano de 1979. El preadolescente Joel Lamb (Joel Courtney) sufre la muerte de su madre en un accidente industrial y queda al cuidado de su padre, el asistente de comisario Jackson Lamb (Kyle Chandler). Joel combate su pesar y se une –contra los deseos de su progenitor- a la humilde producción de la cinta El caso, un declarado tributo a La noche de los muertos vivientes (George Romero, 1968) dirigida por su regordete amigo Charles Kraznyk (Riley Griffiths). El crew lo conforma el joven piromaniaco Cary (Ryan Lee), Martin (Gabriel Brasco) y la bella Alice Dainard (Elle Fanning, hermana de Dakota Fanning), interés amoroso de Joel. Ellos emplean una cámara casera del formato que da su título a la película. Durante el rodaje son testigos –víctimas por poco- de un desastre ferroviario que involucra un misterioso cargamento que custodia el Ejército de los Estados Unidos y su malvado Coronel Nelec (Noah Emmerich). En los días subsecuentes una extraña serie de eventos ocurren en el pacífico poblado (perros que huyen a otros condados, fallas en el suministro de electricidad y desapariciones de personas). Los chicos, porque sólo ellos son capaces de aceptar la existencia de lo fantásticos, son los responsables de resolver el enigma.
El tercer largometraje de Abrams se erige también como un tributo a los inicios de muchos miembros de la actual generación de cineastas que iniciaron sus carreras haciendo películas caseras con las cámaras Super 8 de sus papás, todo apoyado por un sólido elenco de caras desconocidas –salvo Kyle Chandler, que tiene una presencia constante en la televisión y Dan Castellaneta, la voz en inglés de Homero Simpson-, una briosa partitura de Michael Giacchino y la eficiente fotografía de Larry Fong.
Muchos pueden criticar la peligrosa similitud de Super 8 con E. T. El extraterrestre. Y los comprendo, porque su estructura dramática es la misma. Sin embargo este es uno de tantos aspectos que me hicieron disfrutarla. “Es E.T. para el nuevo milenio”, pensé al salir del cine. Pero aunque no hay arcoiris y el centro del misterio no tiene una apariencia simpática, los temas que aborda (la pérdida, la fantasía y la creación como herramientas para exorcizar los demonios personales, el papel de los padres en la crianza de los hijos, nuestra tendencia natural a juzgar lo diferente) son tan poderosos como en la película spilbergiana, o más. Su desenlace, emotivo sin duda alguna, nos enseña que debemos seguir adelante, por encima de todo.
Para finalizar, para todos los que aborrecen los créditos finales, un pretexto para quedarse a verlos: El caso (Charles Kraznyk, 1979), una cinta de calidad y que debió obtener el reconocimiento de la crítica.
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