viernes, 2 de abril de 2010

Un rostro más del horror

Antes de iniciar, una aclaración: no pretendo insultar sus creencias ni herir susceptibilidades.
El verdadero horror, según Clive Barker, se encuentra sangrante en un altar por la redención de nuestros pecados. Cuando era niño, siempre me impresionó la imagen crucificada de Jesucristo, con su expresión agonizante y esos enormes clavos en sus manos y pies. Lo mismo le sucedió a John George Haig, el popular asesino serial británico conocido como “El vampiro de Londres”. Haig confesó antes de acudir a la horca en 1949, “de noche, en la cama, cerraba los ojos y volvía a ver el Cristo torturado sobre la cruz. Miraba el crucifijo en la iglesia, y a veces veía la cabeza coronada de espinas, a veces el cuerpo entero de Cristo, de cuyas heridas brotaba copiosamente la sangre. Me sentía horrorizado”. En tiempos recientes, el actor y cineasta australiano Mel Gibson nos brindó su visión de los hechos que culminaron en la muerte del Mesías en “La Pasión” (Italia-Estados Unidos, 2004), cinta que inauguraría un subgénero del cine de horror que podríamos llamar “biblical gore”. Y es que la crucifixión, suplicio que se remonta hasta las culturas egipcia y hebrea, buscaba no sólo la profanación del cuerpo y eventual muerte del condenado, sino su humillación definitiva, el total envilecimiento. “En Roma, en Grecia, pero también en Oriente, el condenado a muerte, previamente azotado, debía cargar la cruz hasta el lugar de su ejecución”, nos recuerda Martin Monestier en su libro “Penas de muerte” (Planeta, 1994). “O, más exactamente, estaba obligado a cargar el patibulum; es decir, el larguero superior de la cruz, pues el larguero vertical, el poste, estaba ya plantado a la llegada del condenado y de los verdugos […] En el lugar del suplicio, el condenado era atado al instrumento de muerte mediante cuerdas, y por lo general con clavos […] En los casos en que era clavado, se obraba de la misma manera, clavándole previamente las manos al ajusticiado sobre el patibulum y, una vez que estaba suspendido, se le clavaban los pies […] Los clavos nunca se clavaban en el hueco de la mano, pues el peso el cuerpo habría podido desgarrar la palma y liberar el miembro. Siempre se fijaba a las muñecas, a partir de dos procedimientos. Si el verdugo tenía alguna experiencia, hundía el largo clavo a través de un estrecho espacio rodeado de huesos, llamado el espacio de Destrot por los anatomistas modernos. La punta ensanchaba este espacio sin romper nada, a no ser que el nervio mediano resultara seccionado, lo que tenía como efecto crispar el pulgar hacia el hueco de la mano. Si el verdugo era menos hábil, se conformaba con hundir el clavo en la muñeca, entre el radio y el cúbito. Pero en los dos casos, la ligadura se revelaba sumamente resistente. En cuanto a los pies, éstos se clavaban según diferentes maneras, Podían serlo uno junto al otro, cada uno fijado por su clavo, o superpuesto uno a otro, o incluso con las piernas separadas como en las crucifixiones cuadrangulares”.
Doloroso en extremo, sin duda. Ejemplo claro del ingenio del hombre para infligir dolor y humillación al otro, pero también de su incapacidad para convivir con las creencias que se oponen a las suyas. ¿Les suena conocido?

7 comentarios:

  1. Independientemente de mi aversión por la institución Catolica, debo decir q desde pequeña he encontrado pesadillescos los cristos y los santos sangrantes...son imagenes muy crueles.

    Lo retorcido aquí es que la gente adora a esos santos hombres martirizados...Y muchas veces ni aprecian el acto.

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  2. Completamente de acuerdo, King. La cristiandad está salpicada de sangre. Hay muchos episodios sangunarios en sus leyendas, en la vida de los mártires, etc. De ellos hablaré el próximo año. Saludos!

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  3. A mí, me gusta desviar la atención en la parte positiva, la sangre de esta forma duele mucho, por ello pienso mejor (y es algo que creo es muy sencillo de decir, pero casi imposible de conciliar entre todas las persona) en el respeto y el cariño a todo ser vivo.

    SALUDOS
    DIZZETH

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  4. Yo también viví aterrorizada de niña gracias a los crucifijos y las efigies de Jesús sangrante, y ni qué decir de las películas, monumentos al horror todos ellos. Quizás fue la semilla de mi posterior ateísmo.

    Por cierto, que a los crucificados, se les clavaba de los pies cuando habían escapado una vez. Normalmente apoyaban al ajusticiado a una barra de madera en el área genital y se contentaban con romperles las piernas para evitar cualquier posibilidad de evasión. El clavo en los pies, al ser difícil de colocar, era más un símbolo, lo mismo el tipo de látigos con el que se les castigaba, ej: Los "flagra", bolitas de acero calentadas al rojo blanco destinados a los incendiarios. Una muestra más de hasta dónde puede llegar el ser humano...

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  5. Jesús no quedó para siempre en esa cruz, lo que hizo, fue para salvarnos, perdonar nuestros pecados. Jesús resucitó y esta vivo. El recordatorio de su muerte es para que nosotros no olvidemos que no podemos salvarnos solos, que él fue el sustituto tuyo y mio. Nosotros debimos morir, no él. Pero era necesario pues es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Todos somos malos y pecadores y por eso necesitamos un Salvador, un justo por los injustos, sólo él podía ser el sacrificio perfecto. Así que reflexiona y arrepiéntete y pido perdón a Dios.

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  6. ¡Como hay gente que se lo cuelga en el pescuezo! Es como tener una replica del puñal o de la pistola con la que han matado a tu padre o tu hermano. ¿No? Solo como recordatorio... ¡Cha`!

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  7. En los primeros tiempos del cristianismo, colgar la cruz equivalía colgar ahora una silla electrica, pero hay otra cara al morbo que puede suscitar: cuando las primeras comunidades cristianas estaban surgiendo, se emocionaban con la mera contemplación de la cruz.
    Para los cristianos, llevar la cruz equivale a recordar el inmenso sacrificio que Jesús sufrió por nosotros. Es recordar al Jesús asustado del Huerto de los Olivos: ``Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya´´ (Lc 22,42) es un Jesús que sufre, humano, que sabe lo que le espera, pero que se queda por nosotros.
    Jesús, asustado, torturado, débil... sufrió quizás uno de los peores tormentos que puede sufrir un ser humano en su vida, tanto físico como mental. Sin embargo, decía: ``Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen´´ (Lc 23,34). Su amor no conoce límites, su perdón tampoco, y es ese mensaje el que los cristianos debemos mostrar al mundo. Las imágenes de Cristo sufriendo, aunque puedan llenarnos de terror, expresan este mensaje de amor y redención.

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