Cada generación tiene el derecho de reinventar a sus clásicos. Esta es a la vez su obligación –pues habla de su perdurabilidad- y ha generado maravillosas e incontables reelaboraciones de obras clásicas de William Shakespeare, Joseph Conrad, Henry James o Arthur Conan Doyle. Desafortunadamente, en nuestra época el remake –en el anglicismo original- se ha erigido como un signo de desgaste para los creativos, una falta de valor para experimentar con nuevas historias. Pareciera que los productores se limitan a apostar por el caballo ganador, a filmar historias cuyo éxito está comprobado. También son señal inequívoca de nuestra propia vejez. Uno se vuelve conciente de su edad cuando comienzan a hacerse remakes de las películas que disfrutamos cuando niños. En el extinto 2010 se estrenó una nueva versión de Pesadilla en la calle Elm (aunque en el corazón de todos los aficionados siempre será Pesadilla en la calle del infierno), la cual conocí en su forma original en 1984 cuando tenía 11 tiernos años. Este fenómeno en crecimiento nos invita a reflexionar sobre el valor de la reelaboración de una película y nos obliga a preguntarnos sobre su pertinencia y validez. Lo haré en los siguientes puntos:
1. Es cierto que existen remakes legítimos. Son los realizados por algunos cineastas como una necesidad de contar un relato que influyó en sus obras, sea como un ejercicio estético o un homenaje a otro artista. Son esfuerzos genuinos que pueden representar una aportación valiosa a un mito cinematográfico. El remake permite al cineasta explorar significados subyacentes que tienen un especial significado en nuestra época. El crítico de cine Antonio Camarillo se refirió a La mancha voraz (1958 y 1988) como el perfecto remake de una película serie B, esas que se caracterizaban por su limitada distribución, sus bajos presupuestos, sus elencos novatos o decadentes y sus limitados recursos. Aprecio muchísimo la versión de Tom Savini, quien conocía muy bien el material original, de La noche de los muertos vivientes (1990). En la cinta declara su admiración por su mentor George Romero y dignifica el rol de la protagonista femenina con un respeto riguroso a la línea argumental de la película de 1968, la cual se mantiene vigente por muchas razones que ya he tratado previamente.
2. El remake es a veces un fenómeno cíclico. De las incontables versiones de la novela Drácula de Bram Stoker, destaca la que dirigió Francis Ford Coppola en 1992. No la considero estrictamente un remake, sino una nueva versión de una obra clásica de la literatura, más apegada al estilo narrativo y espíritu de la novela –no olvidemos que la película de 1931 está basada en una obra teatral-, pese a que nos fue vendida como una historia de amor por su guionista James V. Hart. Sin embargo la tradición cronológica, representada a través de los rostros de Bela Lugosi, Christopher Lee, Frank Langella, George Hamilton y Gary Oldman, nos permite verla como una reelaboración.
3. Existen remakes que son actos declarados de soberbia. En su liberal posición como director independiente, Gus Van Sant reelaboró en 1998 Psicosis, el clásico de Alfred Hitckcock de 1960. Las diferencias entre ambos artesanos, pese al talento indiscutible del primero, son abismales. El cineasta norteamericano jamás podrá enmendar la plana a su antecesor británico. El resultado es una calca encuadre por encuadre y en vibrante color, con mínimas adiciones, de la cinta del Mago del Suspenso. Es un curioso ejercicio cinematográfico, impecable pero estéril. “Si no está roto, no lo arregles”, me dijo sobre el resultado mi amigo Jorge Grajales. Trato de verle el lado positivo y suelo defenderla como un intento por traer una historia memorable a las nuevas generaciones, a las que no aprecian una película en blanco y negro. Pero esto, al final, fomenta la ignorancia, la pereza y la falta de respeto de esos jóvenes espectadores por piezas fundamentales del género.
4. Un cineasta puede ser cegado por su admiración por una historia. Así le sucedió al talentoso neozelandés Peter Jackson, cuya fascinación por King Kong lo llevó a realizar un remake espectacular –la tecnología que da vida al gorila gigante es impresionante- y muy disfrutable, pero que al final es excesivo. A la cinta dediqué una entrada previa en este blog.
5. También hay caprichos generosos. En el año 2005, Tim Burton decidió hacer un regalo a sus hijos: filmar una nueva versión de la ya clásico libro infantil Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl, que ya había sido filmada en 1971 por Mel Stuart bajo el título de Willy Wonka y la fábrica de chocolate. El papel del chocolatero fue interpretado en ese entonces por Gene Wilder; en el remake burtoniano por su actor fetiche Johnny Depp. El colorido de ambas –con sus números musicales y sus escenarios delirantes-, a pesar sus diferencias de épocas y recursos, es vibrante, capaz de seducir al niño más exigente. Al menos lo consiguió conmigo cuando incluyó la aparición de Christopher Lee. Burton ha declarado que uno de sus siguientes proyectos será una versión del clásico de la televisión sesentera –una telenovela, de hecho- de Dan Curtis, Dark Shadows, una historia de vampiros y otros monstruos. Depp será el nuevo rostro del insepulto Barnabás Collins, papel que interpretara en su momento el canadiense Jonathan Frid. Cuando se concrete, será la primera cinta de vampiros de Burton.
Hollywood es un animal rumiante!
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